Hace 40 años se producía la primera muestra de cine documental
latinoamericano. El escenario fue la ciudad de Mérida, Venezuela.
El
encuentro, organizado por la Universidad de los Andes, se caracterizó
por la búsqueda de compartir experiencias, crear nuevos espacios de
difusión, conocer y conocerse, en torno a una vívida producción
emergente.
Con un espíritu contrario a los postulados del
espectáculo hollywoodense, la muestra no convocó por cierto a las
estrellas rutilantes del cine, sino más bien a los cineastas que a
partir de mediados de los 50´ registraron la realidad latinoamericana
expresando sus crisis, sus propuestas de cambio, sus movimientos
sociales, culturales y políticos. En síntesis, aspectos ocultos o
ausentes en los medios de expresión audiovisual hegemónicos. El contexto
histórico planteaba una militancia social sin precedentes. Es que la
revolución cubana estaba muy próxima, la guerra de Vietnam hacía
tambalear al imperio, el mayo francés hacía soplar vientos frescos de
emancipación. Este contexto es el que marca el inicio de los encuentros
de
otro cine, aquel que fue llamado político, imperfecto, nuevo, audaz, militante, latinoamericano.
La
muestra de Mérida reafirmó el lugar central que ocupaba el cine con
propósitos de intervención política inmediata. Rescataba al documental
como el género propio del cine latinoamericano —porque en él se inician
sus cineastas— y porque se lo concibe en una relación de necesidad
respecto a la realidad regional (…)1
Mérida
fue una bisagra entre dos importantes ediciones del Festival de Viña del
Mar (Chile, 1967 y 1969) que sostuvieron también encuentros entre
cineastas que, en su mayoría, no se conocían.
Fue así como en la
muestra venezolana confluyeron los que hoy son referentes de las nuevas
generaciones: Santiago Alvarez (Cuba), Jorge Saijines (Bolivia), Mario
Handler (Uruguay), Fernando Solanas (Argentina), que formaron parte de
una delegación que reunió a más de treinta cineastas de la región.
¿Cómo
pensar un cine que camine junto a los pueblos, que le de voz a quien
nunca la tuvo? ¿Cómo hacer que el cine vaya hacia el pueblo y no esperar
que el pueblo vaya al cine? ¿Qué deben hacer los cineastas
latinoamericanos, para lograr un circuito alternativo de distribución de
estos materiales que identifican a la región por su pasado histórico
común, por sus causas comunes? ¿Qué hacer con los movimientos políticos,
qué hacer para lograr la liberación, qué hacer con las dictaduras?
Posteriormente,
en 1974 se desarrolla el Encuentro de Cineastas en Caracas, con el
apoyo del Instituto de Cine Cubano (ICAIC). Se crea el Comité de
Cineastas de América Latina (C-CAL). Se constituye, entre otros
objetivos, como una base elemental de organización para promover el
trabajo de solidaridad y reflexión.
En 1977 se desarrolla
nuevamente el Festival de Cine de Mérida, Venezuela, en el mismo se
reúnen los miembros del C-CAL. Participan los cineastas Miguel Littin,
Manuel Pérez Paredes, y se incorporan Walter Achugar (Uruguay), Pedro
Rivera (Panamá), Raymundo Gleyzer [1941-desaparecido] (Argentina) y
Edmundo Aray (Venezuela).
Ya en ese marco las dictaduras
latinoamericanas se desarrollan implacablemente dejando como saldo
decenas de cineastas exiliados, desaparecidos o perseguidos. En los
tiempos de exilio las redes consolidadas en los encuentros y festivales
sirven de apoyatura para generar producciones críticas y espacios de
circulación entre exiliados así como también asistencia y asilo político
para los cineastas perseguidos. Tiempo después, a partir de 1979, el
Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba, se
transforma en un referente para los documentalistas en el exilio.
El
reestablecimiento progresivo de las democracias latinoamericanas
posibilita la reconstrucción lenta de una cinematografía que toma
contacto con las obras de los 60´-70´. Hoy nuevos autores, nuevos
colectivos, desarrollan caminos paralelos en cuanto a búsquedas y
temáticas guiados quizás por la misma brújula: la de la necesidad de
contar lo que los medios masivos y el cine comercial descartan,
desarrollando temas que plantean cambios en un nuevo siglo que nace.
Las
nuevas tecnologías hacen posible la multiplicidad de autores, las
nuevas escuelas de cine generan espacios de encuentro y reflexión, los
escenarios históricos y políticos latinoamericanos plantean nuevas
crisis.
Tenemos hoy, en el siglo XXI un contexto en donde los
pueblos realizan otra escritura de la historia. Y allí están los
documentalistas, produciendo con cámaras más asequibles, compaginando
con programas de edición al alcance de la mano, exhibiendo en espacios
públicos que sobrepasan las salas cinematográficas.
La necesidad
de narrar y de exhibir, de denunciar o debatir, son los motores que
movilizan formas inéditas de producción y exhibición documental.
Quizás
el impedimento para sostener dicha producción y darle un alcance
trasnacional, conformando una red de exhibición sustentable en el
tiempo, sea el mismo problema de los cineastas del 68. El presente
proyecto propone reabrir un espacio para rediscutir y empezar a resolver
estos problemas. Una forma de compartir saberes y experiencias entre
pares, para que este cine llegue de manera eficaz al destinatario para
el cual se ha realizado: los pueblos de Latinoamérica.
Se trata
entonces de restituir a Mérida el valor simbólico de faro del cine
documental latinoamericano, sin perder las raíces del 68, pero con
vistas a desarrollar estéticas, temáticas, formas discursivas, acciones,
producciones y exhibiciones de cara al nuevo siglo, en pos de una
Latinoamérica libre, justa y feliz.
Nota1 Metsman, M. «Postales del cine militante argentino en el mundo». Revista
Kilómetro 111, Ensayos sobre cine, sept. 2001.