La
venganza de un Gran Crimen
Para los
que se dedican a contar historias, vengar a un cercano y vengar un crimen son
dos situaciones dramáticas que, a menudo, llaman su atención. Sin embargo, cuando
estas situaciones vienen de la mano de la política alcanzan un atractivo irresistible.
La venganza de Ramón Ramón,
documental de Ximena Salazar Jofré, intenta llevar luz sobre lo acontecido el
21 de diciembre de 1907 en Iquique, Chile, cuando el Estado, sintiéndose presionado
por las prósperas empresas salineras, ordenó al general Don Roberto Silva
Renard la matanza de más de un centenar de obreros amotinados en la Escuela Santa
María. A pesar de que la historia oficial registra esta matanza de obreros que
sólo pedían aumento de salario, bastantes zonas oscuras son las que hay alrededor
de Manuel Vaca -uno de los obreros asesinados-, y Antonio, su hermano y
vengador, quien perpetró un temerario atentado contra el asesino de estos
trabajadores, el general Don Roberto Silva Renard.
El núcleo
de esta historia ocurre en Chile, entre los terrenos de varias compañías
salitreras y la ciudad de Santiago, entre 1907 y 1919. El documental, hurgando en
la memoria del suceso, revisa documentos históricos -fotos, cartas- y acude al
testimonio de sobrevivientes. En este afán de búsqueda, los realizadores se van
a España, a un pueblo rural andaluz llamado Molvizar. Allí, entrevistan a
familiares de Antonio, quienes cuentan su infancia triste y pobre en un
ambiente familiar hostil, regido por la enfermedad mental de un padre violento.
Estos antecedentes, sin lugar a dudas, formaron su personalidad esquiva y
errante.
El análisis
de un historiador militar ayuda a conocer cómo era la vida en esos primeros
años del siglo XX en Chile, e informa acerca de la personalidad del general Don
Roberto Silva Renard. Valiéndose de las palabras de Sergio Missana -autor de la
novela “El Invasor” que narra el viaje de Antonio atravesando la cordillera
chilena- y con los comentarios del prestigioso intelectual Volodia Teitelboim,
autor del libro “Hijo del Salitre”, los realizadores cuentan sobre las prósperas
empresas salitreras chilenas, el trasiego de hombres pobres venidos de Europa y
el resto de América en busca de trabajo, y las pésimas condiciones en que vivían,
a pesar de la bonanza económica de los empresarios salitreros.
En esta
historia de un General que ordena una matanza de un obrero muerto y su hermano
que acude a vengarlo, la música de la banda sonora despierta emociones en
distintas momentos. Pero es en dos secuencias específicas donde se alcanzan los
mejores resultados. En la secuencia de la masacre, se consigue un fuerte
impacto emocional, pues al montaje de fotos en blanco y negro de los obreros se
incorpora el sonido incansable del tableteo, una ametralladora, y cuando
termina la secuencia y se funde a negro, se escucha el agitado movimiento de un
casquillo en el piso que prorroga, a través del sonido, la tensión del suceso. El
otro momento donde destaca la banda sonora es en la secuencia final. Allí, mientras
la cámara se acerca a una foto en blanco y negro de Antonio, se escucha el
sonido de un instrumento de viento y un aire del desierto soplando incansable, como
envolviendo en el misterio una vida y una historia tal vez indescifrables por
siempre.
La
utilización de actores de la
Compañía de Teatro del Oráculo para representar
distintos momentos en la vida de Antonio resulta un elemento destacado en la
puesta en escena. Más identificado con el cine de ficción, este recurso
narrativo permite no utilizar en exceso las fotos, carteles y demás imágenes de
la época que, a pesar de su calidad, cuando se emplean de manera reiterada, dejan
de ser recursos efectivos. La representación teatral de fragmentos de la vida
de Antonio, días antes de su acto de justicia, y la representación de la figura
del asesino General con su sable, consiguen imágenes fuertes a través de posturas
y movimientos rígidos, de cuerpos sudados y trajes oscuros. La fotografía de
estas secuencias actuadas, huye de la luz y acentúa las sombras para iluminar
de ambigüedad no la masacre, sino el hecho posterior que se mueve entre la
venganza filial y la búsqueda de la justicia en medio de la lucha de clases.
No pretende
la realizadora contar una historia de manera imparcial. Por eso va tomando
partido en la medida en que se acerca a cada personaje. Roberto Silva Renard,
el General asesino de carrera ascendente, recibe un trato severo durante toda
la obra, pero en especial, en una secuencia donde la realizadora apenas
sostiene con la punta de los dedos -como sin querer tocarla-, la medalla que recibiera
el General después de la masacre y su viaje a Europa. La medalla recibe una
mirada de fuego y un silencio acusador. Diferente es el trato que reciben los
obreros asesinados. El documental se identifica con ellos, al reclamar un re-enterramiento
decoroso pues luego de la masacre fueron echados a una fosa, sin ropas ni identificación.
Una voz melódica, que en distintas secuencias de planos tristes se deja
escuchar, clama por los parias del capital, de sudor amargo y pies sangrantes,
que acopian oro blanco para el burgués. Se levanta así una bandera por la causa
de los marginados, por quienes vagan de tierra en tierra exponiendo sus huesos
y su piel mientras llevan a cuesta el sueño de escapar de su mísera condición. Desde
este hecho del pasado, se reivindica la lucha diaria de los desposeídos, el
sempiterno enfrentamiento de clases. Los pobres obreros muertos y Antonio, en contra
de los poderosos, las empresas salitreras que los explotaban y la fuerza del
estado con sus militares.
Años
después de la matanza de Iquique, el 14 de Diciembre de 1914 en la ciudad de
Santiago, Antonio Ramón lleva a cabo su venganza apuñalando al General asesino
de su hermano y los demás obreros. Durante el proceso investigativo legal, e
igualmente durante el juicio celebrado a Antonio, se generó un debate entorno a
si Antonio actuó en nombre del amor filial, o si no era más que un enfermo
mental, un anarquista inadaptado social en contra del orden y cualquier tipo de
gobierno. El documental hace un análisis basado en la circulación de ideas
revolucionarias y anarquistas por esa época en España y Chile. Asimismo, detalla
la personalidad de Antonio, su forma de vida y la relación con su hermano
Manuel Vaca, y se adhiere a la tesis de que Antonio no era un delincuente, sino
que el suyo fue un acto político movido también por un sentimiento filial.
Después de
cumplir los cinco años de cárcel a los que fue condenado, Antonio fue puesto en
libertad. Sin embargo, nadie -ni en aquel entonces las autoridades, ni siquiera
su familia- pudo asegurar cuál fue su destino. Todavía hoy resulta una incógnita.
La incertidumbre generada en la secuencia final, a partir del desconocido
paradero de Antonio, le da al documental un toque poético que hace más
atractivo a este personaje, un alma errante que atraviesa continentes y mares,
trabajador de las minas de sal que se resiste a la injusticia y, después de
cumplir condena por la venganza, desaparece. No va Antonio a hacer mérito entre
los obreros vanagloriándose de su hazaña sino que se aleja hasta perderse,
acercando su figura a la de un Quijote, soñador, loco y justiciero que, armado
con sus ideas, se dispone a luchar contra molinos de viento.