publicación No. 7

  ISSN 2218-0915
Cometario sobre "Violencia y Utopía. Las huellas del Nuevo Cine Latinoamericano", de David Oubiña
Ángel Ernesto Pérez
En Fuera de campo, David Oubiña publicó "Violencia y Utopía. Las huellas del Nuevo Cine Latinoamericano", otra contribución al entendimiento de la ideología que alimentó a ese movimiento fílmico de vanguardia. Acodado en los manifiestos y en otras publicaciones en que algunos de los realizadores del Nuevo Cine plasmaron su ideario, David Oubiña contrasta y pone a dialogar determinados criterios y puntos de vista de entonces, relacionados con cómo se debía asumir la creación frente a un proyecto que rebasaba lo estrictamente cinematográfico.

Aquí se discuten las diferentes perspectivas de Glauber Rocha y Fernando Solanas, quienes con sus Estética del hambre y Hacia un tercer cine «señalan dos caminos enfrentados para el Nuevo cine latinoamericano». A partir de ahí, Oubiña valora esa disyuntiva entre el «ensayo ideológico» o la «estética del sueño, a través de la que el «Nuevo cine latinoamericano exploró las posibilidades de una transformación revolucionaria». Apunta el autor que para Rocha existía la convicción de que el cine debía «rebelarse contra todo poder», pues solo «una pedagogía de la violencia [...] conduce a la liberación», o sea, «solo una estética de la violencia puede asignar un sentido revolucionario a las luchas por la liberación». De hecho, puntualiza cómo «el Cinema Novo responde con el despertar de la conciencia de los oprimidos. Se trata de reflexionar sobre la violencia, no hacer de ella un espectáculo. Hay que vencer al subdesarrollo con los medios del subdesarrollo. El hambre, entonces, es literal pero también es figurada. Indica una carencia, una insatisfacción, una incompleta».

Con esa mirada sobre el pensamiento de Glauber Rocha se vuelca sobre Solana. No sin antes atender a que «en las distintas latitudes del continente, las relaciones entre los intelectuales de izquierda y la política se radicalizan y la transformación violenta de la sociedad aparece como una solución necesaria y urgente.» Un clima que propició que «entre el Festival de Viña del Mar de 1967 y el de 1969» se produjera «un recambio generacional que es, también y, sobre todo, una reconfiguración ideológica profunda en el mapa del cine latinoamericano». Desde entonces se constató la existencia de «un movimiento regional de cine comprometido activamente con la utopía de una revolución latinoamericana y que esa opción es presentada como una vía imprescindible, ineludible e impostergable.»

Cuando Oubiña aborda a Solana, consigue a la vez que insistir en las contradicciones, enfrentamientos y diferencias que hicieron parte de aquella aventura estético-política, constatar el grado de radicalidad a que arriba el movimiento y el centro común que los aunaba a todos. Respecto al Grupo Cine Liberación, insiste en que «suscribe una política partidaria claramente establecida (de allí parte y a ella contribuye): se trata de una práctica doctrinaria y aleccionadora que intenta comunicar el mensaje del peronismo revolucionario.»; continúa aclarando que «para Solanas y Getino se trata, más bien, de experimentar con el lenguaje para construir un argumento ideológico que convenza sobre la necesidad de un proceso de liberación.» Mientras explica ese espacio de contradicciones experimentados entre Rocha y Solana, añade que si bien «en un primer momento, el cine de expresión individual pudo ser una opción válida [...] se trata de extremar las estrategias y e so sólo puede ser llevado a cabo por las manifestaciones del tercer cine. Para el Grupo Cine Liberación, se trata de superar la dicotomía entre el compromiso intelectual y la militancia política».

Asimismo, vuelve sobre un segundo Rocha para acotar que

Frente a la razón represiva del colonialismo, la revolución debe ser inevitablemente una anti-razón liberadora que redime al más irracional de los fenómenos que es la pobreza. Rocha se sostiene sobre esa asíntota donde los modos cinematográficos heredados son puestos en crisis, aproximándose constantemente al punto de su autoinmolación. La noción de trance (cuyo sentido es, aquí, tanto estético como psicológico y político) alude a ese estado de convulsión que se apodera de la conciencia artística y la alumbra con espasmos creadores. Es un estado místico (religioso, político), entonces, pero animado por una extraña lucidez.

Oubiña cierra con una suerte de coda que pretende mirar desde el pasado el presente, desde ahí, proyectarse hacia el futuro. Tras valorar el alcance, el impacto e importancia de aquel pensamiento, dice que hoy «es necesario construir un circuito donde los nuevos films independientes o experimentales puedan sobrevivir y volverse visibles.» ¿Sobré que pensamiento se levantará ese circuito?

David Oubiña: "Violencia y Utopía. Las huellas del Nuevo Cine Latinoamericano", Fuera de Campo, Vol. 1, No. 3 (2017): 24-39.

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