“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

ENTREVISTA


  • Historia de la aymara que fue a la cárcel por perder a su hijo mientras pastoreaba
    Por Vanessa Vargas Rojas

    El Festival Internacional de Cine de Valdivia, que se desarrolla hasta el 16 de octubre de 2016, está impregnado de una selección de películas, cortometrajes y documentales de profunda reflexión política y social. Inmigrantes, exclusión, disidencia sexual, pueblos indígenas, son algunos de los temas que invitan al público al debate y los cuestionamientos desde la experiencia de la pantalla grande.

    Pastora (2016), el documental de Ricardo Villarroel, que es parte de la selección oficial de largometraje chileno, se enmarca en esta línea e invita al público al cuestionamiento a raíz de un caso emblemático: el de Gabriela Blas, la mujer aymara que en 2007 perdió a su hijo de tres años por estar realizando sus labores de pastoreo en lo más alto del altiplano. El cuerpo del niño fue encontrado un año más tarde, luego de haber sido devorado por fieras. Gabriela fue acusada por la justicia chilena como responsable y condenada a 10 años de cárcel en un juicio que fue anulado por otro, donde su pena aumentó a 12 años.

    Gabriela Blas pasó tres años en prisión preventiva, una de las medidas cautelares más largas de las que se tenga registro. La mujer aymara denunció maltrato policial y el trabajo de diversas organizaciones terminó por conseguir su indulto. Su historia se ha convertido en un caso emblemático de abuso y discriminación del sistema judicial en contra de la comunidad indígena. Acerca de este caso y del documental hablamos con el su director, Ricardo Villarroel.

    ¿Qué fue lo que les motivó a elegir esta historia y profundizar en ella en este documental?
    Lo que define a la película es el primer viaje de investigación que hicimos. Pudimos contrastar la realidad material de las comunidades aymara del sector con el caso judicial, del que nosotros nos habíamos enterado hace tiempo atrás. Luego de un segundo viaje pudimos definir cuál sería el enfoque que le daríamos. No fue una elección, me enteré del caso y generó algo en mí que me dio ganas de trabajar en esto.

    ¿Cómo fue el desarrollo de esta investigación? En la presentación de la película contaron que trabajaron con un antropólogo y es algo que se advierte a lo largo de la película.
    En el documental la investigación es fundamental, es la que da la forma y dice qué película vamos a hacer. Uno no puede llegar al rodaje sin saber lo que va a grabar. La investigación duró un par de años, aunque en terreno se realizó en un año y fue decisiva, con eso armamos el guion.

    La cercanía y confianza con los personajes que aparecen y las comunidades se lograron antes. Fernando, mi amigo antropólogo, me ayudó a afinar la mirada y a trabajar la otredad, conceptos fundamentales para enfrentarse a estas comunidades. También al hecho de ser mujer y aymara, me ayudó a finar la mirada y pensar mejor el lugar donde estaba.

    ¿Y cómo vivieron la experiencia de estar ahí, conviviendo con esa altura, la soledad y el silencio? Son elementos en los que profundiza la película.
    Fue una experiencia hermosa. Es cierto que es un lugar abismal, de naturaleza salvaje, pero extremadamente hermoso. En todos esos pueblitos hay una fiesta y llega gente, pero para mí fue importante dejar eso afuera porque una fiesta de un año no define a una localidad. Intentamos con esta película trabajar la cotidianidad, el día a día de esos pueblos en retirada, medio destruidos, donde habitan dos personas. Esa es la realidad del lugar.

    ¿Por dónde pasó la decisión de hacer de esta película un relato contemplativo, de escenas de observación y reflexión acerca del espacio? A veces no estamos tan acostumbrados a esos ritmos en el cine.
    Es una mirada particular que tengo del cine, me gustan las películas lentas, donde se trabaja el tiempo. Aquí era importante darle una mirada que fuera acorde al espacio donde nos enfrentamos. Tiene que ver con las distancias, con la soledad, con acciones muy lejanas. Los testimonios son el principal acercamiento a la intimidad y a la memoria, pero el día a día es bien distante. Cuesta llegar a él. Son comunidades que no son muy abiertas a lo externo, sobre todo estas mujeres. Son muy celosas de su cultura, pero también es un mundo en retirada en todo sentido. Es una cultura donde muchos ya no saben hablar aymara, donde las personas, como se ve en la película, cuentan que cuando eran chicas sus propias madres les pedían que ya no hablaran en aymara, para protegerlas de alguna manera de la discriminación de la sociedad chilena.

    ¿Qué conclusiones te deja el caso judicial que vivió Gabriela? ¿Crees que habría sido juzgada de la misma manera si le hubiera ocurrido ese accidente siendo hombre?
    La conclusión que me dejó la película y con lo que partió también es la idea de la autodeterminación indígena. Hay convenios internacionales que respaldan eso y no se aplica. Creo que todos los pueblos originarios deben tener la capacidad de juzgarse a así mismos y la película intenta hacerse cargo de esa postura. Yo creo que si ella hubiera sido hombre sería distinto, pero si hubiera sido una mujer occidental, una mujer blanca, sí que sería distinto, porque lo que le pasó a ella no es muy distinto de lo que le pasa a la mujer que se le cae un niño a la piscina o un accidente laboral. Si hubiera pasado eso en Bolivia, a dos kilómetros de donde ocurrió, hubiera tenido la oportunidad de ser juzgada por las comunidades aymaras y no por jueces formados en universidades de Santiago.

    Eso tiene mucho que ver con la discusión sobre la justicia para pueblos indígenas, ellos han sido históricamente administradores de justicia, por lo tanto tienen derecho a ejercerla. Sin embargo, la justicia chilena claramente no entiende sus realidad.

    Claro, porque el pastoreo es una actividad milenaria, algo que define a los pueblos aymaras, así como la fabricación de artículos con lanas. Es parte de la cultura, entonces una mujer ejerciendo una actividad tradicional como el pastoreo no debe ser mirado con simpleza, ella estaba desarrollando una tarea muy importante y lamentablemente le sucedió esto con su hijo.

    Gabriela no está en la cinta. ¿Por dónde pasó la decisión de no involucrarla directamente en el documental y qué fue lo que pasó con ella?
    No la involucramos porque ella ya no está viviendo en el lugar y nosotros queríamos centrarnos en ese espacio, bien atemporal, sin límites, sin nombres de pueblos. Nos encontramos con su familia, que participa del documental, pero ellos nos decían que ella no quería saber del asunto, que no quería vivir más en el altiplano, que no quería pastorear llamas. Es un lugar donde vivía tan poca gente que no pasó desapercibida. No he podido conversar personalmente con ella hasta ahora, pero estoy buscando la forma de hacerlo. Ella se fue a trabajar a Putre, después volvió a Arica. Me gustaría encontrarla y espero que quiera hablar conmigo.

    Hay mucho cuidado en el hecho de no ir de forma avasalladora a buscarla e incluirla en el documental.

    Sí, tratamos de ser muy respetuosos, de hecho ella se nombra una sola vez en la película, al final. Espero de todos modos que la pueda ver en Arica, me gustaría mucho que tenga acceso a esta mirada. No sé si se sentirá cómoda, pero esta película está dedicada a ella, de alguna forma, a hacerle justicia a todas las mujeres del altiplano.

    Al final del documental, de hecho, dedican la película a todas aquellas mujeres del altiplano que cargan con hijos y tradiciones. ¿De dónde surge el motor de esa dedicatoria?
    Me parece increíble que en este mundo tan abismante, hermoso y con tantos tesoros, cuando me enfrento a estas mujeres veo a personas que cargan con una experiencia y una memoria tan rica y es evidente que en 30 años más no van a estar y no va a haber nadie que las reemplace. Eso me motivó mucho a filmar esta película, que quede algo, que se rescate de alguna forma. Hay una extinción, y si uno cruza la frontera, el lado boliviano está muy vivo.

    ¿Qué rol juega la reflexión sobre la maternidad como motor de este documental?
    Mis temas se basan en eso y mis próximos proyectos también, yo encuentro algo muy valioso en la maternidad, que no es la femenidad necesariamente, yo creo que es un acto simbólico, no es sólo el hecho de dar vida, sino que tiene algo que la puede ejercer tu abuela o cualquiera, ese rol donde se te cuentan bellos y hermosos para que tú puedas habitar el mundo como hijo. Eso es lo que me gustó de Pastora: mujeres que en este mundo en retirada, difícil y discriminado, ellas hicieron lo posible para que sus hijos tuvieran un lugar en este mundo.

    ¿Cuál sería tu invitación a quienes aún no ven Pastora?
    Los quiero invitar a que se acerquen a las salas a ver la película. Va a estar en FIDOCS ahora en noviembre, entre el 10 y el 14, y luego estará en un ciclo de paisajes de norte y sur que recorrerá Chile. Es una película interesante de ver, es una reflexión sobre la maternidad por sobre todo y sobre las comunidades andinas en nuestro país.

    (Fuente: www.elciudadano.cl)


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