“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Cine mapuche, en defensa de la identidad indígena
    Por Lucía Pérez Matías

    En los últimos años ha habido una tendencia al auto-reconocimiento de la identidad indígena en América Latina. El caso de Chile no es una excepción, aunque no sea el primer país dentro de nuestro imaginario cuando hablamos de movimiento social indígena ni de crisis social e inestabilidad económica. En este caso, se aborda la defensa de la identidad mapuche, pueblo originario cuyo territorio está entre Chile y Argentina, a través de los productos audiovisuales.

    Aunque en este artículo la atención se centra en el mundo audiovisual, no es algo exclusivo de éste: a nivel radial, en prensa o a través de la música, encontramos los mismos tipos de discursos que se pueden ver en los cortos, largometrajes y documentales, ya sea desde los mismos mapuche o de chilenos.

    Luis Veres explica que en los años 80 se dieron los primeros intentos de análisis del conflicto entre el Estado y la etnia mapuche, donde ésta era representada como víctima de la discriminación y usurpación de tierras. En esta década surgió el discurso simbólico del mapuche, ataviado con elementos culturales, cargado de ritualidad y vinculado a la naturaleza.

    El objetivo era crear un poder simbólico en la opinión pública, pero lo que se consiguió fue crear un estándar de representación que llevó al mito del «buen salvaje». En los años noventa, aquellas producciones que se hicieron en torno a lo mapuche fueron aumentando, pero en esa línea de exotismo y folclore. Es una imposición desde la cultura winka dominante y, por tanto, determinante del espacio público. Es decir, una ausencia de la representación real del mapuche.

    La primera en hablar desde otro punto de vista fue Jeannette Paillán, una periodista y creadora audiovisual mapuche que rompió con los arquetipos en su corto documental Punalka (1995) y luego Wallmapu (2001).

    Según Ernesto González Barnert, Paillán graba lo que vive, lo monta y lo difunde, en su caso, el conflicto de las tierras, una reivindicación que se viene haciendo desde finales del siglo XIX. Se puede deducir de esto que el discurso que muestran las producciones mapuche no es nuevo: al contrario, es el mismo que se escucha en los discursos políticos, en las manifestaciones y que se puede leer en la calle pintadas en las paredes. Una nueva versión de un mismo tema que manifiesta cómo hay una urgencia social latente y perdurable por generaciones que el gobierno no ha resuelto.

    «En los años ochenta la narrativa en torno a los mapuches llevó al mito del buen salvaje, un indígena éxotico vinculado a la naturaleza»

    Con la entrada al siglo XXI, el documental de Paillán, Wallmapu marcó una línea de denuncia que se ha seguido hasta ahora. Según Andrés Pereira, en general, las estructuras de estas producciones son causales, de documental tradicional, con elementos culturales mapuche que sirven para reforzar el discurso y aparición de autoridades tradicionales, como puede ser la machi o el lonko. Este mismo autor explica que los productores de estos contenidos son generaciones (en caso de tener ascendencia mapuche) mapuche-warriache quienes retoman una identidad que sus padres tuvieron que negar para poder trabajar e incorporarse a la sociedad chilena, que los discriminaba por tener apellidos mapuche o por hablar mapudungún.

    Se puede hablar de una autoafirmación identitaria a través de contenidos de carácter cultural, donde hablan de la recuperación, el fortalecimiento y la preservación del entramado simbólico-cultural de su pueblo, para así poder aportar en el proceso político-social-territorial mapuche que viven dentro de la sociedad chilena.

    Esto también a consecuencia de un mayor acceso al sistema de educación, sobre todo el superior, consecuencia de la progresiva urbanización de este pueblo debido a las políticas de despojo y reducción territorial sufridas durante todo el siglo XX. Héctor Nahuelpan y Pablo Mariman explican cómo la incorporación a un sistema occidental, ajeno al mapuche y con métodos de enseñanza externos tienden a aculturizar a las comunidades. No obstante, en el caso mapuche no es un fenómeno tan lineal, si bien los autores explican que no hay una vuelta a las comunidades ni un espacio profesional mapuche una vez egresan de las universidades -lo cual sería un manifiesto de esta asimilación cultural- sí se ve el acceso a los estudios como una forma de acceder a códigos y referentes de la cultura dominante que luego usan para organizar la defensa de la sociedad mapuche y la continuidad de su cultura.

    De la misma forma, los estudiantes ven los espacios universitarios como un eje reivindicativo donde exigir la reparación y manifestar demandas político-sociales y territoriales en consonancia a otras movilizaciones. Esto explicaría el proceso de ida y vuelta que han podido hacer estos productores de discurso audiovisual, que coincide a su vez con lo afirmado por Pereira. Es decir, ha habido una apropiación de las técnicas audiovisuales que ha permitido poner estas al servicio de sus intereses. A esto habría que sumarle el abaratamiento de las nuevas tecnologías: el hecho de que ahora los teléfonos móviles incorporen cámaras de calidad y tengan conexión a Internet facilita y masifica una actividad que en otros tiempos estaba restringida por lo caro de los materiales.

    «La primera en hablar desde otro punto de vista fue Jeannette Paillán, una periodista y creadora audiovisual mapuche que rompió con los arquetipos»

    Ejemplo de ello es la variedad de producciones que se difunden en YouTube, así como en los círculos universitarios. Se han formado también productoras mapuche, como Adkimvn, un referente en cuanto a comunicación participativa, ya que la productora aboga por adecuar las técnicas audiovisuales a las técnicas tradicionales de comunicación mapuche, como puede ser el nutram. Además, el resultado final debe contar con la aprobación de la comunidad.

    También hay varios festivales indígenas que han surgido en los últimos años, como Fantepu, promovido desde la Universidad Católica de Temuco por Jaime García, creador audiovisual chileno con varios trabajos desde la visión mapuche, o el festival de cine indígena de la Coordinadora Latinoamericana De Cine Y Comunicación De Los Pueblos Indígenas (CLACPI), en 2015, celebrado en el Wallmapu: el FICWallmapu. Este festival se celebra cada dos años y muestra una serie de producciones audiovisuales que versan en torno a diferentes temáticas indígenas.

    En 2015, por primera vez, se repartieron los visionados en diferentes localidades, tanto del lado argentino como chileno, considerando, así, el territorio indígena y no el político que separa a Chile de Argentina. El FICWallmapu ha tenido una segunda versión y se pretende repetir anualmente. También cabría señalar el espacio de Primeras Naciones en el Festival Internacional de Cine de Valdivia, promovido desde hace cuatro años por el artista audiovisual Francisco Huichaqueo, también profesor en la Universidad de Chile.

    En conclusión, se observa el desarrollo de la apropiación de herramientas audiovisuales, un elemento winka, para la creación de discursos en defensa de la cultura mapuche.

    (Fuente: www.ibe.tv)


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