“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Cineastas colombianos ganan importante premio en España
    Por Ricardo Rondón Chamorro

    Cineastas colombianos ganan importante premio en España
    Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes se alzaron en la mañana de este viernes 17 de mayo con el segundo premio de la sección Fugas, de la 16° edición del Festival DocumentaMadrid, España, por su documento cinematográfico Lapü, inspirado en la cultura ancestral de la etnia wayúu, de la Guajira.

    El jurado calificador de este trabajo premiado con 5.000 euros, resaltó en veredicto oficial “su capacidad para adentrarnos en un universo entre lo onírico y lo real, que permite una visión poética de un ritual ancestral”.

    La ceremonia de los galardonados, que tuvo lugar en la sala Plató, de la Cineteca Madrid, contó con la presencia de una veintena de cineastas de distintas nacionalidades, entre los que se encontraban Alex Logia y Adán Aliaga España), ganadores en la sección nacional de largometraje por la película El cuarto reino; Nuria Ibáñez (España), por Una corriente salvaje, quien recibió una mención especial en la competición nacional; y Stéphane Riethauser (Suiza), por Madame, Premio del Jurado de Largometraje, en la sección internacional.

    Vale la pena destacar que el merecido reconocimiento a los colombianos Polanco y Jaimes, residentes en Bogotá, fundadores y directores de la productora Los Niños Films, se produce luego de recibir el aplauso y los elogios de la crítica en importantes festivales como el Sundance (EE. UU.) la Berlinale (Alemania), y en Colombia, el Festival Internacional de Cine de Cartagena (2019).

    Encuentros del más allá

    En la tradición wayúu, el camino al paraíso solo se logra cuando se muere dos veces. Es decir, cuando los muertos son enterrados y desenterrados. El segundo entierro, según los nativos guajiros, asegura el camino al japira (edén prometido).

    Para los jóvenes realizadores colombianos Juan Pablo Polanco y César Alejandro Jaimes, los secretos y misterios del más allá siempre han sido motivo de inquietudes y preguntas desde que eran compañeros de primaria en el Gimnasio Fontana, de Bogotá.

    Ambos coincidieron en seguir la carrera de cine: Polanco, en Madrid, España; Jaimes, en Bogotá, y por ese camino y su estrecha amistad, resultaron intercambiando roles de dirección de fotografía en sus primeros cortos, como sucedió con El paso del tiempo, de Juan Pablo, en 2013, y en ese mismo año, La venda, de César Alejandro.

    Pero el tema de la muerte estaba ahí presente, y cada vez con más dilemas e interrogantes desde lo ontológico, como razón natural e inexorable, pero también por su relación con el arte, la literatura, Juan Rulfo en específico, y por las ceremonias fúnebres de las etnias americanas, con mayor curiosidad el exotismo de las de San Basilio de Palenque, en Bolívar, y las de la comunidad wayúu, en La Guajira.

    Así se fue gestando Lapü, que en lengua nativa significa sueño, pero que a la vez contextualiza otras definiciones, esas capas de una realidad inocultable, con toda su carga y su dolor, como es la finitud irremediable del ser humano y su conexión con diversas culturas, en especial la indígena.

    El sueño de Doris

    Lapü es el nombre de este documental que se estrenó en el Festival de Cine de Sundance, en Estados Unidos, y para Europa en la Berlinale, el 13 de febrero, con estupendos comentarios de la crítica y del público, y luego en el Festival Internacional de Cine de Cartagena, en el apartado de Hecho en casa: largometrajes documentales con nacionalidad legal y cultura colombiana.

    Fueron cuatro años de trabajo, viajes, investigación, escritura, reconocimiento de territorios en La Guajira, de muchos diálogos y encuentros con nativos, hasta que dieron con las personas indicadas: las hermanas Carmen y Doris Jusayú, de Maicao (donde se hizo el rodaje), artesanas del tejido y vendedoras de mochilas.

    A lo largo de ese tiempo, el proceso creativo tuvo varias directrices. Al principio la idea no fue enfocada hacia una película, sino a una serie. En ese tren, llegaron a pensar que podía resultar un corto, y finalmente se dieron cuenta que había un poderoso material para un documental.

    La gran premisa de la historia se revela a través del sueño de Doris con María Úrsula, su prima fallecida, donde ocurren varios eventos, como ver su ánima inconclusa y extraviada en un bosque de cactus. Doris comparte con su abuela ese episodio onírico, que la sabia señora interpreta como el reclamo del segundo entierro, tradición de la etnia wayúu.

    Lapü es una historia de sueños y realidades, de vida y muerte. Narra el instante en que Doris se embarca en el ritual más importante de la vida en el pueblo wayúu, para reafirmar que María Úrsula definitivamente descanse en paz.

    Universo ornírico

    Aquí la cámara juega como protagonista con una lectura nítida de rostros, de expresiones, de una variedad de sentimientos y sensaciones entre la perplejidad, la naturalidad y la fascinación. El sonido ambiente es crucial narrador: el viento con su ímpetu y cadencia. El delator crujir de los cactus, la fricción de las espinas, metáfora de la limpieza de los huesos. Las sombras que se proyectan sobre la tierra salitrosa, la luz ardiente que emerge de la oscuridad secreta. Un deleite fotográfico que abona con creces en la riqueza estética del documental.

    Para Polanco y Jaimes, el propósito de este trabajo, que tiene una duración de setenta y cinco minutos, era crear un universo onírico donde se fusionaran esos dos estados de la realidad: la vida y la muerte, el sueño y la vigilia, en un territorio límbico próximo a lo rulfiano.

    El colofón personal, independiente de la película, les dejó una nueva mirada de abordar el espinoso tema de la muerte, y de relacionarse con la pérdida con más solvencia y naturalidad. Una experiencia para ambos renovadora, con muchas respuestas a partir de esa pulsión catalizadora que es el arte creativo.

    En Sundance compartieron la película con 350 personas, que al final, en medio del aplauso, algunas dijeron haber salido como de un estado de trance, y otras que experimentaron lo que acontecía en la pantalla como una suerte de espejos reveladores de su propia realidad. No sucedió lo mismo en Berlín, donde los realizadores detectaron que el público estuvo más interesado en el aspecto técnico de la película que en lo místico, exótico y trascendental de la historia.

    Afincados en su propia productora que funciona en el Parkway, en Bogotá, Los Niños Films, nombre inspirado en un sueño de aulas escolares que se hizo real, Juan Pablo Polanco (24 años) y César Alejandro Jaimes (26 años) están de nuevo concentrados en La Guajira, botando corriente y escribiendo sobre un nuevo proyecto qué, como pasó con el primero, aún no saben si será una serie, un largometraje, quizás un segundo documental.

    Para Leonardo Fernández, investigador de antropología wayúu, el segundo entierro o segundo velorio es un ritual de gran trascendencia para la comunidad, que marca la diferencia con los alijuna (que no son wayúu), y que parte de la exhumación de los restos, luego de un tiempo de haber estado sepultados.

    Como en el caso de Doris, una de las protagonistas de Lapü, el detonante de esa nueva ceremonia se revela a través de un sueño, o por una comunicación del espíritu con su ser querido más cercano, al transmitir que ya está listo para emprender el último viaje, el definitivo hacia el cosmos, de donde mucho tiempo después y de una serie transgresiones, regresará encarnado en un animal o vitalizado en una planta.

    La persona elegida para exhumar los restos puede ser de la familia o allegada, debe gozar de buena salud física y mental, entrenada para recoger, limpiar y acomodar los huesos, no sin antes haber cumplido a una noche previa de abstinencia sexual y alimenticia, solo nutrida por el oujolü o chicha, y sometida a una baño de plantas medicinales purificadoras para preparar los restos.

    Al momento de abrir el ataúd, se hace un riego de aguardiente o chirrinche sobre los despojos. El encargado, o encargada, toma primero el cráneo y lo deposita en una mochila blanca, como señal de purificación, que es entregada a la mujer más antigua del clan. Luego de la cuidadosa limpieza de cráneo y huesos, estos se ubican en un osario de mármol.

    Después se le canta el jayeechi (alabanza del adiós) durante toda la noche, y también se le llora a grito herido por plañideras contratadas, como es costumbre ancestral en San Basilio de Palenque y en la mayoría de poblaciones de Bolívar. Se reparte alimento y bebidas a propios y extraños. Así se recordará al difunto con apego y gratitud, y su memoria y legado perdurarán en el transcurrir de los tiempos, de generación en generación.


    (Fuente: las2orillas.co)


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