“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

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  • Los retos de Retes
    Por María Lourdes Cortés

    Mañana se inaugura en el Centro Cultural de México un ciclo de filmes del cineasta Gabriel Retes.

    La primera vez que lo vi caminaba despistado por los corredores del Hotel Nacional de Cuba. Eran tiempos de festival y La Habana estaba bulliciosa y llena de locos por el celuloide. Alguien me susurró: "Es el cineasta mexicano Gabriel Retes", pero parecía más bien un Quijote posmoderno. Andaba presentando Un dulce olor a muerte (1998), basada en la novela de Guillermo Arriaga –el guionista de Amores perros– y se llevó el Segundo Coral a la mejor película. Al momento de recibir el premio, Retes gritaba a una tal Lourdes para que subiera a acompañarlo.

    Tres años después la pareja aterrizó en nuestra ciudad. Retes vino como agregado cultural y director del Centro Cultural de México y Lourdes, compañera inseparable, a trabajar junto a él en todo lo que se pueda. Es un buen negocio porque, como solía decir la pareja Clinton, se paga uno y se ganan dos.

    Lourdes Elizarrarás ha estado con él durante los últimos 21 años como compañera de vida y productora, asistente de dirección y actriz de sus filmes.

    Si bien Retes reitera que no vino como agregado cinematográfico, el ciclo de películas "Los retos de Retes", que comienza mañana, le permitirá descubrir al público costarricense quién es uno de los realizadores más premiados del cine mexicano.

    Retes de celuloide
    De la casa de los Retes, en San Ramón de Tres Ríos, destaca la espléndida vista a la ciudad, los cinco perros que ladran, corren y juguetean (tres mexicanos y dos ticos adoptados) y la treintena de premios internacionales que adornan la sala de estar. Arieles mexicanos, indias catalinas del festival de Cartagena o corales cubanos, entre otros, dan fe de la buena acogida que han tenido los filmes de este iconoclasta y rebelde en sus más de 30 años de oficio detrás de las cámaras.

    Gabriel Retes viene de una familia de artistas de teatro y comenzó en las tablas desde sus 11 años. En el cine arrancó también como actor, no obstante, a sus 23 años, con una cámara de super 8 inició una exitosa carrera de películas en dicho formato. Eran los años 70 y sus preocupaciones –reflejadas en toda su obra posterior– son típicas de la época. Un cine crítico con una clara impronta tanto de la Revolución Cubana como de la revuelta estudiantil de 1968, una rebeldía ante los valores instaurados, el punto de vista del vencido y no del triunfador.

    En 1975 Retes pasó al cine industrial con Chin chin, el teporocho, la historia de un joven promisorio en un barrio marginal que cae en el alcoholismo. Retes se fue a vivir durante dos meses al barrio Tepito.

    El filme resultó un éxito tanto de público como de crítica: "Fue un bombazo solo superado en su año por un filme de Cantinflas", recuerda. El célebre director español Luis Buñuel lo vio lo bendijo con tres besos, uno en la frente y en cada mejilla.

    Después de este filme desgarrador se decidió por una película de ambiente histórico, Nuevo mundo (1976), sobre la conquista española y la Virgen de Guadalupe. Aunque Retes considera que su temática y su estilo son variados, la perspectiva es similar: la colonización espiritual se ve desde la perspectiva indígena. Y fue esta visión alternativa la que despertó el interés de los grandes festivales del mundo (Cannes y Berlín).

    En su siguiente película también –producida por el Estado mexicano–, Flores de papel (1977), se cuenta cómo una horda de miserables asalta los supermercados: "Mi mamá me dijo que tenían que pasar 30 años para que se entendiera. Ahora, cuando vemos las revueltas de Venezuela o Argentina, y a la gente tomando los comercios, pienso en esa producción que, en su momento, no se comprendió".

    Cuando el Estado mexicano abandonó la producción de películas, Retes y sus colegas recurrieron al sistema cooperativo para que la industria sobreviviera. El primer filme de la Cooperativa Río Mixcoac fue Bandera rota (1980), sobre unos estudiantes de cine que filman, casualmente, un asesinato e intentan chantajear al responsable, un gran financiero.

    Ya para entonces el cine mexicano, durante medio siglo el más vigoroso del continente, estaba en plena crisis y los filmes eran de mínima calidad: cabarés, prostitutas, desnudos y crímenes. Retes decidió burlarse del género con sus mismas armas: "Desde el primer minuto todas están encueradas (desnudas). Fue crítico pero a la vez nos dio un poco de dinero porque estábamos en una situación terrible", dice con una sonrisa en los labios, refiriéndose a Mujeres salvajes (1984).

    De la depresión al éxito
    "Haciendo Mujeres salvajes le robé el primer beso a Lourdes, que era asistente de dirección. La conocí y me enamoré y pensé '¿cómo hago para robarle un beso?'. Entonces me organicé una escena en que ella y yo éramos extras teníamos que hacer de recién casados. Hice la escena como cinco veces".

    En un viaje a Cannes lograron una coproducción millonaria que les permitió ganar "una locura de dinero", el cual invirtieron en el siguiente proyecto, La ciudad al desnudo (1988). El filme resultó ser una interesante reflexión sobre el infierno de la gran ciudad, en el mejor estilo de La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, pero fue un enorme fracaso financiero.

    El desastre encerró a Retes en una profunda depresión y durante seis meses no salió de su casa, a medio construir. Para él, su carrera había terminado.

    "Un 7 de enero, me dice Lourdes: 'Hoy te vistes, te quitas la piyama y aunque estemos en obras hacemos fiesta, porque es el cumpleaños número 20 de tu hija'. Fue como quedarme dormido seis meses y se me ocurrió que era una buena trama: un tipo que se queda dormido 20 años, se despierta y ve que el mundo a su alrededor ha cambiado. Nos encerramos ocho horas diarias durante ocho meses a escribirla y fue una terapia de grupo".

    De esta experiencia traumática surgió su mejor película, El bulto (1991). Para realizarla, Retes hipotecó su casa y se basó en su familia para el equipo de trabajo.

    Él mismo hizo del personaje central, Lourdes es su amante, y sus hijos y su madre aparecen como tales. Fue un éxito total.

    El filme representó un salto cualitativo en su carrera. Es el más personal de su obra, tanto por convertirse en el protagonista como por constituirse en una reflexión sobre la transformación del mundo contemporáneo. Relata la historia de un joven que, tras ser apaleado en una manifestación estudiantil, en 1971, vive en coma por 20 años. Al despertar, el choque es brutal y desgarrador, pero el amor familiar le permite reinsertarse en la sociedad.

    Parodia del cine pobre
    Los dos filmes más recientes de Retes –exceptuando Un dulce olor a muerte (1998), para el que fue contratado– son divertidas reflexiones sobre el oficio cinematográfico.

    Bienvenido-Welcome (1994) es una parodia del cine pobre. Mariano Pacheco (alterego de Retes y actuado por él mismo), un director novato e impertinente, pretende entrar al mercado internacional filmando su primera película en inglés. La historia, irónica y bien construida, le permite al director plantarle cara al tema del sida: "Para mí la más importante revolución de este siglo, incluso más que la mexicana, rusa y cubana, fue la sexual de los años 60 y 70. Y esa revolución terminó con la aparición del sida".

    A pesar de su éxito, Retes resintió el posterior rechazo de la industria cinematográfica, renuente a financiar los proyectos de un director inconforme y peleón en la crisis de los 50.

    Como respuesta Retes filmó una película con su propia cámara digital, @festival.ron (2002), en la que continúa la saga de Mariano Pacheco de festival en festival detrás del anhelado éxito comercial.

    La pasión de Gabriel Retes por el sétimo arte es inagotable y desde su nueva función se presta a apoyar al cine costarricense. Así que, ¡bienvenido, Retes!

    (Fuente: nacion.com)


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