“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • Chico ventana también quisiera tener un submarino, bella, enigmática, breve y sugerente
    Por Diego Lerer

    Chico ventana también quisiera tener un submarino, la ópera prima del realizador uruguayo radicado en la Argentina, trabaja sobre tres escenarios distintos entre sí que se conectan de maneras misteriosas en esta por momentos fascinante película de corte experimental.
       
    El realizador de origen uruguayo, radicado en la Argentina y con una larga y celebrada experiencia en cortometrajes que tuvieron participación en festivales internacionales, hace su debut en el largo con esta intrigante y esquiva película que combina dos (o tres) historias que, en principio, no parecen conectadas entre sí. En un estilo que podría ubicarse en una zona equidistante entre el cine de Apichatpong Weerasethakul, Lisandro Alonso y, quizás, el de Pedro Costa y Tsai Ming-liang, la búsqueda de Piperno corre por el lado de la observación y el misterio, la contemplación y la extrañeza. Son una serie de universos muy realistas, separadamente, pero que se conectan de una manera sobrenatural, quizás ligada a esa idea del fantástico rioplatense o hasta cierto realismo mágico, si se me permite mencionar tan discutible género que hoy parece pasar por una suerte de revival.
    La película comienza en las Filipinas, en una zona rural, en donde vemos las vivencias cotidianas de un grupo de agricultores y aldeanos, todos hombres, en las que aparecen los sueños, las pesadillas y ciertas ideas místicas como constantes. Antes de los 15 minutos, CHICO VENTANA… (el título será al final tan enigmático como al principio) cambia radicalmente. No de tono –que sigue siendo observacional– pero sí de escenario/s.

    Salimos del verde filipino y aparecemos en un departamento que habita una mujer en una ciudad que no se nombra pero que parece ser Montevideo. Esa mujer está siendo espiada, dentro de su casa, por un hombre a quien, inmediatamente después, vemos trabajando como operario en la tripulación de un crucero que recorre la Patagonia con turistas.

    No, no se trata de una brutal elipsis temporal. Pronto nos daremos cuenta que entre el crucero que surca el Océano Atlántico y el departamento urbano hay una suerte de portal, de conexión mística pero muy concreta, que los comunica directamente. Es así que el operario en cuestión pasará sus días trabajando y limpiando en el barco para luego irse a cenar, a beber, a escuchar música y a dormir con la mujer en la casa en cuestión.

    En su tono parco, silencioso y extrañado, la película nunca intenta explicar qué es lo que sucede ni porqué –ni siquiera los personajes parecen saberlo o preguntárselo unos a otros– y asume esa operación mágica como parte de su condición de existencia, algo que Piperno logra hacer muy bien con recursos visuales imaginativos, personajes un tanto inasibles (hay poquísimos diálogos en la parte «rioplatense» del film) y creando una atmósfera en la que se asume que este tipo de cosas pueden suceder.
    En su tercer acto, digamos (hablar de actos convencionales en este tipo de estructura es un tanto absurdo) volveremos a los filipinos, quienes descubren una caseta extraña en el medio de la selva, una que temen ya que podría tener poderes sobrenaturales. Es a partir de ahí que las historias se terminan de cruzar en una película bella, enigmática, breve y sugerente que encaja perfectamente en la programación del Forum de Berlín, siempre dedicado a propuestas de vanguardia como la que presenta esta inquietante producción argentino-uruguaya.


    (Fuente: Micropsia.com)




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