“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

NOTICIA
  • El fotógrafo Manuel Seoane llevó seis cámaras a la Amazonía para crear con los pobladores el documental ‘Chatdÿe Tsimane (Pariente Chimán)’


    Los chimanes cuentan su propia historia
    Por Miguel Vargas Saldías

    Silba una flecha en el aire, atraviesa los árboles y golpea un ave, que cae pesadamente en el suelo. Un grupo de hombres chimanes se acerca a ella y, entre risas, la alistan para que sea su comida. La escena se ve en la pantalla instalada en el patio de la Manzana 1 de Santa Cruz de la Sierra, donde se proyecta el documental Chatdÿe Tsimane (Pariente Chimán), filmado y editado colectivamente por el fotógrafo documental paceño Manuel Seoane y los miembros de la comunidad chimán de Maraca’tuns, en plena Amazonía boliviana.

    Los chimanes, t’simanes o tsimanés son un pueblo originario de la Amazonía boliviana que habitan en los municipios de San Borja, San Ignacio de Moxos, Rurrenabaque y Santa Ana del Yacuma, en el departamento de Beni. Con una población de cerca de 17.000 habitantes, aún conserva sus modos de vida tradicionales.  

    Habituados a pasar sus días en verdes catedrales en que la recolección, la caza y la pesca son la moneda diaria, encontraron en el fotógrafo graduado en fotoperiodismo en la Escuela Danesa de Medios de Dinamarca, un gran aliado para producir y protagonizar una película.

    El proyecto Chatdÿe Tsimane (Pariente Chimán) surgió en 2019, tras que Seoane y la periodista Karen Gil ingresaran en el bosque chimán con el apoyo del Pulitzer Center y National Geographic para hacer un fotoreportaje sobre la deforestación, pues allí estaba una de las 10 concesiones madereras otorgadas en la década de los años 90. “Fuimos a hacer ese reportaje y ver además la forma de vida chimán, el significado del bosque para ellos en su sostenibilidad. Con el paso del tiempo me pareció muy interesante que pudiéramos hacer algo más profundo, donde se mostraran otras cosas, no solo la deforestación. Entonces le planteé a Santos Canchi  —corregidor de la comunidad— hacer un fotolibro, un soporte más interesante y completo a partir de la fotografía. Pero a Santos y a la comunidad en general no les pareció tan interesante, en parte porque ellos no hablan castellano y un libro que seguramente iba a tener textos en ese idioma no les parecía de lo más atractivo. Ahí fue que el propio Santos me propuso: ‘¿Por qué mejor no hacemos una película’”?

    Una comunidad especial 
    Al principio Seoane se asustó con la idea porque no es tan simple hacer un filme, pero entendió el motivo del pedido. El trabajo se podría filmar en su idioma, lo que haría que el material sea más accesible.

    Para el proyecto previo del Pulitzer, Seoane y Gil habían buscado información sobre lugares o comunidades en la Amazonía boliviana. En 1990, la Primera Gran Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad resumía las reivindicaciones de los territorios indígenas de la época, que surgía de un reclamo que partió de esta zona. Si bien la mayoría de comunidades se han marchado para adecuarse a la modernidad, otras conservan usos y costumbres.

     “Asistí en San Ignacio de Moxos a una reunión de la Subcentral del Territorio Indígena Multiétnico (TIM), que es la directiva que rige en ese territorio, y participan los corregidores de todas las comunidades que lo habitan. Fui para presentarme y conocer tanto a la directiva del TIM como a la comunidad y proponerles el reportaje sobre deforestación, con el que estuvieron de acuerdo. Unos meses después, con Karen ingresamos al territorio y nos quedamos casi 10 días. Ahí es donde realmente se dio un acercamiento de amistad, de confianza. Me hice muy amigo de Santos y de toda la comunidad en general”.

    Si bien al principio los lugareños fueron muy cautos, pues los intereses de quienes llegan de afuera siempre dejan lugar a la duda, con el fotógrafo hubo buena conexión y, sobre todo, confianza. “Una muestra de la buena relación que se creó es que ellos mismos propusieron el proyecto”.

    Un proceso colectivo 
    Armado de su cámara, Seoane ingresó en la comunidad en septiembre de 2020 y se quedó un mes y medio filmando. “Después tuvimos contactos periódicos para, por ejemplo, hacer la traducción. Eran como 10 horas de entrevistas que me ayudaron a traducir. Después continué con el armado de cortes y la edición. Hicimos dos revisiones de los cortes para que ellos me dijeran sus impresiones, algo que me importaba mucho, para que estuvieran conformes con el producto final”.

    Mientras los chimanes miraban el documental, Seoane les consultaba siempre sobre qué era lo que les gustaba y, sobre todo, lo que les desagradaba. “Si había algo que no crean que debería estar, era importante saberlo, pero la respuesta siempre fue positiva. Creo que los más contentos con el producto son ellos mismos”.

    En el proceso, Seoane tuvo mucho cuidado en no ser invasivo, pues si bien se mostraban amistosos y abiertos a él y su cámara, también había cierta timidez. “Me di cuenta de que si hacíamos una película, que suele necesitar más gente trabajando, como sonidistas, camarógrafos o productores, resultaría muy complicado pues se requerirían más extraños. En cambio a mí ya me conocían y me sentía más o menos aceptado. Por eso decidí entrar yo solo”.

    No ingresaría más gente, pero sí más cámaras. El objetivo era que sean los propios chimanes quienes filmen y muestren sus miradas. “Habían momentos y situaciones especiales, por ejemplo, actividades con las mujeres, que son mucho más tímidas y no hablan español. Era complicado acercarse mucho y si lo lograba se ponían rígidas y no eran ellas mismas. Ahí surgió la idea de darles cámaras y que este proceso de documentación lo hicieran ellos”.

    Tras una breve capacitación de minutos, los miembros de la comunidad hicieron el registro de su vida cotidiana. “Ya no solo era un recurso para evitar esa distancia, sino que se convirtió en una herramienta que colectivizó el proyecto, que les dio a ellos la posibilidad de no solo ser los actores, sino también los creadores del proyecto. No iba a ser sobre nosotros imponiendo desde afuera o desde un preconcepto qué es lo que queríamos contar. Ellos mismos lo hicieron y reflexionaron desde su proceso creativo”.

    Fueron seis cámaras de bolsillo, simples de utilizar. Si bien la calidad técnica y la resolución no eran las mejores, ellos estuvieron libres de usarlas en lo que quisieran. “Hemos logrado un producto hecho en conjunto, con una mirada interna que conoce mejor que nadie su realidad y que, a la vez, decide qué es lo que quiere mostrar. Esto está complementado con una mirada mía que desde afuera reflexiona sobre la importancia que ellos dan a temas como la conservación o el ecosistema. Las vemos más de afuera porque estamos conscientes de un contexto más amplio: regional, continental y hasta mundial del cambio climático, de sus efectos, de la pérdida del bosque”.

    Los miembros de la comunidad filmaron más del 70% de la película. El proceso de edición no fue continuo y tomó cinco meses, pues para el realizador era vital la participación y opiniones de los indígenas.

    “Cuando hice el primer corte, les mostré el material y ellos me dieron un feedback de qué cosas les gustaba y qué no. Como a veces no son muy expresivos, también me basé en las reacciones ante las imágenes, veía dónde se reían mucho, dónde las comentaban; así como los planos donde algo no les generaba interés”.

    Las reacciones del público
    El documental se presentó en San Ignacio de Moxos (Beni), La Paz, Santa Cruz y, obviamente se vio en la comunidad. “Ellos no hablan muy bien el castellano, entonces si les preguntas dirán que les gustó mucho. Pero, más allá de las palabras, era importante entenderlos o verlos  reaccionar. Presentamos el documental en el Cabildo Indígena de San Ignacio de Moxos, que es donde ellos salen cuando tienen que hacer trámites. Era la ciudad más cercana y con las facilidades técnicas para hacer una proyección. Fue muy bonito. El cabildo indígena estuvo lleno y ellos estaban súper contentos, orgullosos. Yo siento que hay orgullo en el documental: verse en una película. Cuando me propusieron la filmación, el ejemplo que usaban era un celular que tenía ahí un pariente, donde algunas veces veían películas. He sentido que verse ellos en la pantalla gigante, siendo la atracción principal y que la gente de otras comunidades de San Ignacio los vieran y los aprecien, les ha hecho sentir muy bien. A ellos les llama la atención ese mundo externo lleno de tecnología, cuando la vida en la selva es más sencilla. Ellos también quieren participar de alguna manera en la vida citadina. Y siento que la película hace eso, dicen ‘nosotros somos de allá y hacemos esto’ y lo muestran con mucho orgullo, quieren que se los tome en cuenta, que los aprecien, que no los vean como los suelen ver”, indaga Seoane.

    Y es que los “parientitos” —como les llaman despectivamente en la ciudad— sufren discriminación cuando salen a los centros poblados, donde llegan descalzos y no manejan el idioma ni las convenciones sociales. “El documental evita esa mirada miserabilista con que se suele ver al campesino o al indígena. Eso es lo que hemos intentado romper”. Es así que Pariente Chimán – Chatdÿe Tsimane es una pieza que no despierta lástima, sino orgullo.

    En busca de cambios
    ¿Cuánto habrá servido el documental a sus productores chimanes? “Siento que ellos ven una utilidad en esto. Cuando se filmaba, primero decían que querían mostrar el lado más inocente, más ameno. Por eso tiene una parte muy cotidiana, muy del día a día, muy casual, muy familiar. Pero luego también empieza a tocar temas un poco más profundos. El contexto social, lo político, el territorio… Estas cosas fueron sucediendo durante el rodaje, cuando veíamos los clips en la proyectora. Al principio la llevé para mostrarles cine en general, ya que estábamos haciendo una película. Llevé, por ejemplo, varias cintas de Chaplin, porque son visuales, no hay textos, ni diálogos. Les encantaba y reían mucho.  Pero después dijeron que quería ver lo que habían filmado. Así, todas las noches se hizo una especie de sesión de cine. Ellos llegaban a ver lo que habían filmado, y así se generó mucho más interés y también una reflexión”.

    Al principio empezaron a filmar su cotidianeidad y después continuaron con otras actividades más específicas como la caza, la pesca, el chaco… y luego abordaron sus problemas, como el impacto de la maderera en su vida cotidiana, porque la empresa sigue ahí, y su anhelo de volver a ese territorio que era suyo. “La reflexión de ellos empezó ya no solo a cubrir la vida tradicional del chimán, sino las amenazas y los problemas que viven. Yo le decía a Santos que esta película no solo es para que ellos la disfruten y la vean allí, sino también para que la vean afuera, para que las cosas que pasan allí sirvan de reflexión y en el mejor de los casos, generen cambios o efectos positivos para la comunidad”.

    Es así que el documental aborda de forma natural su conflicto con la empresa maderera, su acceso a la educación, a la salud y el ejercicio de la ciudadanía, entre otros.

    En las proyecciones en las ciudades también hubo impacto, principalmente porque permitieron conocer a este pueblo en primera persona. Pero también hubo espacio para la denuncia. “Hay temas que son testimonio de una realidad. Que no solo es local, sino que involucra al Estado, como las actividades extractivistas. En Santa Cruz, por ejemplo, estuvieron presentes en una de las proyecciones integrantes de instituciones ambientalistas y periodistas de investigación. También me han escrito de la carrera de Antropología de la UMSA y de un par de universidades en Santa Cruz porque les interesa la película como un documento de análisis. Y cuando estábamos presentando el documental en San Ignacio de Moxos, había una comisión del Segip carnetizando a otra subcentral que tiene sede allí. Hablando con ellos del problema de los chimanes que no cuentan con carnet, de la titulación y de la identidad en estas comunidades, se logró hacer un acuerdo, a través de la Subcentral del TIM, para que el Segip entrara a una comunidad a la que pudieran acercarse más fácilmente estos pueblos originarios, como el de los chimanes para recibir su carnet”.

    Carnet a 17 bolivianos
    A pesar de este logro, se evidenció una falencia más en este proceso de garantizar el acceso pleno a la ciudadanía: los chimanes también deben pagar 17 bolivianos para obtener este documento, a pesar de que sus formas de subsistencia no responden al sistema económico que se maneja en las ciudades.

    “Los chimanes no tienen un acceso tan directo al dinero, es decir, es algo  muy efímero para ellos. En la comunidad prácticamente no existe. Como no cuentan con ese recurso para carnetizarse, en las funciones que hemos tenido hemos presentado una imagen con un QR de 17 bolivianos para apoyar a los hermanos chimanes que aún no tienen su carnet. Se sugirió a manera de entrada simbólica voluntaria, pues las funciones fueron gratuitas. Hemos recaudado bastante, y ahora mismo los chimanes están saliendo de Monte Grande hacia Santa Rosa del Apere, que es la comunidad donde les van a carnetizar. Queremos recaudar más, porque no ha sido solo el gasto del carnet, hubo que alquilar un camión, porque son como 90 chimanes que han salido. Pero bueno, no importa. Se puede lograr algo con el aporte voluntario. ¿Siempre sirve, no?”.

    Termina la proyección con imágenes de carnets. Se sueltan los aplausos y muchos de los asistentes copian el QR con la esperanza de ayudar a un hermano chimán para que sea, como ellos, ciudadano boliviano.


    (Fuente: la-razon.com)


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