“Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”.
Gabriel García Márquez
Presidente (1927-2014)

CRITICA


  • “Mi país imaginario”, en busca de esa chispa que encendió un país
    Por Paula Frederick

    Años revolucionarios merecen un cine revolucionario. Y en Chile, vaya que lo han sido. Años de indignación colectiva, cambios profundos, remezón a los cimientos y un pueblo en constante estado de ebullición que, en cierta forma, parece haber “perdido el miedo”. La liberación del temor en pos de un objetivo mayor, es el principal postulado del nuevo documental de Patricio Guzmán “Mi país imaginario”, presentado en Cannes y ahora estrenado en nuestros cines.

    Luego de la trilogía conformada por “Nostalgia de la luz”, “El botón de nácar” y “La cordillera de los sueños”, el director chileno vuelve a filmar un fragmento del Chile que dejó hace varios años, pero que nunca ha dejado de retratar. Siempre utilizando el cine como la forma más efectiva y noble de no olvidar.

    Siguiendo la lógica de su anterior trilogía, que funde un objeto natural con un relato de memoria histórica, Guzmán escoge las piedras como dimensión metafórica para retratar lo ocurrido desde el estallido social hasta la formación de la Asamblea Constituyente y la llegada de Gabriel Boric a la Presidencia. Esas piedras que, dice su relato, los jóvenes arrancaron del asfalto para lanzarlas en modo de protesta, en dirección hacia adelante, hacia el futuro, para remecer un Chile que ya no querían. También aquellas que quedaron en el camino, testigos silentes cuyo volumen es tal que, si las juntáramos, podríamos armar una montaña. O incluso, una cordillera.

    En una de las escenas de su documental Santiago, Italia, el director italiano Nanni Moretti realiza una declaración de principios: “Yo no soy imparcial”. Eso nos lleva de inmediato a la reflexión sobre lo inevitable de la subjetividad. Y aunque Guzmán nunca lo señale de manera deliberada, el suyo también es un cine imparcial, hecho de puntos de vista, donde él siempre se pone en juego, en primera persona, a través de su voz y sus reflexiones, como un cuerpo cinematográfico que forma parte esencial del enjambre del relato. Por lo mismo, las emociones propias y ajenas toman un papel relevante, un barómetro que rige el flujo de la narración, sobre todo si se trata de un fenómeno que el director siempre soñó con presenciar. Si bien el título “Mi país imaginario” podría transmitir una suerte de incerteza o el indicio de una utopía, lo cierto es que no hay dudas: Guzmán está describiendo el país que siempre imaginó.

    Puede ser el sueño de un futuro, la galería de un pasado o simplemente un episodio presente y fugaz que debe ser captado, antes de que se desvanezca. Lo cierto es que las imágenes utilizadas, más allá de su cronología o temporalidad, se ven nítidas, frescas y resuenan como si estuvieran ocurriendo mientras se escriben estas líneas. Así, “Mi país imaginario” se transforma en el reflejo de un momento histórico, que no abarca todas las aristas del fenómeno, pero si instala de manera virtuosa aquellas que el director quiere resaltar. Imágenes propias que se funden con archivo, con registros de camarógrafos amigos, con lo que el propio realizador define como una comunidad. “El cine es un arte colaborativa”, dice. “Todos somos autores, pero nos une la misma pasión por la realidad, por el tiempo, por la vida que hay en nuestro país. Por eso, las obras no pertenecen solo a una persona. Pertenecen a Chile”.

    Otra forma de marcar un punto es, por supuesto, la elección de los testimonios. Así, la narración de Guzmán se construye exclusivamente de relatos femeninos, que al final se transforman en la voz de todas y todos. Una dimensión donde la ausencia de hombres que se tomen la pantalla ya no suena extraña, sino que se ve natural. Entre ellas, la periodista Mónica González, el colectivo Las Tesis, la escritora y actriz Nona Fernández, la fotógrafa Nicole Kramm y la politóloga Claudia Heiss. Una selección de fragmentos que, a su vez, instalan la destrucción del patriarcado como una acción necesaria para construir un nuevo paradigma, desde sus cimientos.

    Con una realización impecable e imágenes de una inquietante belleza, el director lleva adelante esa particular mezcla que lo caracteriza, contraponiendo la realidad más brutal con un tono mitológico, casi epopéyico. A diferencia de sus trabajos recientes, y como él mismo explica, “Mi país imaginario” surgió de una necesidad espontánea, una acción que exigió reacción, un evento puntual no anticipado que sintió la urgencia de retratar. Esa chispa fugaz que luego “se transformará en llamas” de la que hablaba el director francés Chris Marker, a quién Guzmán recuerda con especial cariño y admiración. Y aunque esta vez, el cineasta chileno no estuvo ahí para ser testigo de la primera chispa que encendió al país, supo poner su cámara en el paso siguiente, en la bola de fuego que desde ahí en adelante avanzó sin tregua. En los testimonios de quienes forjaron este cambio, que sigue su curso, que aún tiene muchas historias para contar y filmar.

    (Fuente: Eldesconcierto.cl)


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