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  • Cine uruguayo de 2012

    El cine nacional sigue creciendo y este apretadísimo balance da cuenta de la cantidad de realizadores autóctonos que han aceptado el desafío de instalar sus sueños en la pantalla grande. En este sentido resulta prácticamente imposible no hacer otra cosa que pasar revista -a vuelo de pájaro- sobre los filmes (documentales o ficción) que han desfilado por la cartelera autóctona concitando la atención de miles de espectadores.

    Sin mayor orden cronológico de estrenos, cabe comenzar por el memorable trabajo de Mario Handler, El voto que el alma pronuncia (una desopilante recopilación del anecdotario bizarro que surgía en torno a las elecciones presidenciales) y Flacas vacas del director Santiago Svirsky reportando cierta mirada agridulce sobre “mujeres al borde de un ataque de nervios” que explotaban sus rencores en medio en una casita de balneario.

    La cosa no terminó aquí, ya que en este periplo Walter Tournier se dio el gusto de pasar a la historia de nuestra producción audiovisual con Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, primer largometraje animado del cine uruguayo.

    Como si fuera poco, Pablo Stoll -a su vez- recicló un viejo guion convirtiéndolo en la película 3, donde una pareja separada establecía un clima de insatisfacción general en medio de cierto desmantelamiento que finalizaba con insólito formato de comedia musical.

    Entre tanto, Gabriel Drak lanzó La culpa del cordero, planteando una suerte de unidad espacio-temporal en la que otra pareja con 35 años de matrimonio reunía a la familia para comer un asado en una chacra y participar al grupo de un particular cambio en sus existencias.

    Nuevamente el tema familiar -con otra espesura trágica- estuvo presente en La demora, de Ricardo Plá, narrando el apretado devenir de una mujer divorciada, sobreviviendo con sus hijos y su padre en una modesta vivienda casi en un contexto de relativa marginalidad, situación que la llevaba a tomar una medida radical para que la seguridad social se ocupara de su progenitor.

    El tópico de soledad, desamparo y la lucha por ese cariño que redime heridas también vio en El casamiento, documental de Aldo Garay que podía entenderse como secuela de un trabajo anterior denominado Mi gringa, retrato inconcluso registrando, en esta doble realización, el devenir amoroso de un transexual con un exobrero de la construcción en una historia que superaba los 20 años y tuvo sus vericuetos legales por el correspondiente cambio de identidad.

    Mientras todo esto sucedía, Jorge Denevi aparecía por primera vez en la pantalla local protagonizando a El ingeniero, filme del cineasta Diego Arsuaga que giraba en torno a las memorias de un ficticio director técnico que había llevado a Uruguay a una final del mundo para luego renunciar intempestivamente, generando todo tipo de comentarios. (Un punto de partida que, años después, era retomado en la película, por un periodista dispuesto a sonsacar toda la verdad del asunto).

    Otras coproducciones como Una bala para el Che de Gabriela Guillermo (sobre sucesos reales acaecidos durante la visita de Ernesto Guevara en nuestro país) y Cruz del Sur de David Sanz y Tony López, abordando el tópico de encuentros y desarraigos, quizás resultaron ejercicios fallidos dentro del caleidoscopio registrado.

    También varios documentales

    En cierto sentido, también fue el año de los documentales ya que, además del citado títulos de Handler y Garay, la cineasta María Viñoles retomó el tema del desarraigo en Exiliados (un exilio dictaminado -en esta ocasión- por las urgencias económicas de una familia) a la vez que José Pedro Charlo presentaba El almanaque, sobre la vida en prisión del tupamaro Jorge Tiscornia y la redacción de un diario clandestino que lo ayudó a sobrevivir.

    Por su parte, Juan Álvarez Neme con El cultivo de la flor invisible ensayó una nueva búsqueda de verdades dolorosas a través de las vivencias de familiares de desaparecidos en tiempos de dictadura. Una propuesta que -de manera contundente- el propio cineasta definió en forma magistral al expresar que la idea era “recordar para poder olvidar”. Impresionante. No menos removedo resultó 12 horas, 2 minutos de Federico Lemos y el angustioso registro de un paciente cardíaco a la espera de donantes.

    Con entrevistas y testimonios de alta intensidad, el documento fílmico también sirve como un llamado a la solidaridad de ese ser extraño al que llamamos prójimo. Otro aporte interesante resultó Las flores de mi familia de Juan Ignacio Fernández, auténtica radiografia de las relaciones humanas a partir de madre anciana y una hija dispuesta a rehacer su vida con una nueva pareja. Un retrato íntimo del realizador y sus seres queridos que ya causó conmoción en Chile donde obtuvo el Premio al Mejor Documental Latinoamericano.

    Otro título imperdible. Por último, los fanáticos carboneros siguen apostando a plasmar su incondicional amor aurinegro. De eso se trató -precisamente- 120. Serás eterno como el tiempo de Shay Levert. Se dice que la mitad más uno del país ya vio este documental amarillo y negro. Feliz año.

    (Fuente: diariolarepublica.net)


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