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  • Escuela de cineastas, de artistas, de poetas
    Por Edmundo Aray


    “Dieciséis años atrás conciliamos desde los muros del Comité de Cineastas de América Latina, con los ojos y el brazo intermediario del gran fabulador Gabriel García Márquez, para luego encontrarnos estrenando credenciales, en los jardines de la Quinta Santa Bárbara. Dieciséis años atrás con muchos amigos, con muchos compañeros de navegación cinematográfica a lo largo del Continente desde los días iniciales de Viña del Mar, en marzo de 1967. La fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) son aquellos de entonces, son muchos de hoy, dígase pasión desmesurada, fortaleza de espíritu.

    Habíamos cambiado de camiseta —acaso de visor— para asumir nueva contienda: la del desarrollo sostenido de nuestro trabajo en consonancia con el proyecto del Festival de Cine Latinoamericano que en 1977 diseñamos como fuente de discusión. Lugar de encuentro, de lanzamiento, de abrazo compartido por todos: los miembros de entonces y los promisorios y los emergentes.

    Del Comité de Cineastas de América Latina nos queda 1a nostalgia, los registros de la memoria, el corazón de tiempos combatientes. Y algo más: la voluntad de hacer, de dar, de sacudir la existencia, de mirarnos limpiamente como si nos reconociéramos en el deber y en el amor cumplidos. También la urgencia requerida en cualquier país de la América Nuestra.

    De la eclosión de aquellos días, la apasionada tarea de mirar en el espejo y su pantalla la imagen de ahora y la del futuro irrenunciable: vida que en todo tiempo sus creadores proponen cambiar. No hay nada que hacer: es destino programado.

    De los proyectos realizados ninguno como el de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV). Ella filma, graba, enciende luces, echa a rodar la vida por los múltiples costados de todos los mundos. Ahora son quince años de la EICTV, peculiar infante que desde el primer día camina. Marcha que no cesa; ni las propuestas ni el privilegio de sus egresados para reinventar la imaginación, ni el maravilloso único lugar común de denunciar y combatir a los negadores.

    La FNCL y la EICTV reiteran su afán: el de una búsqueda común encarnada en su dialéctica.

    La EICTV, nacida como una escuela de formación artística y, en palabras de Fernando Birri, con “...una lúcida, de-finida ideología, es decir, lúcida, definida estética, que no es sectarismo, que no es dogmatismo, sino pluralismo, que no es babel, sino apertura creativa, reto a la imaginación”, practica, desde sus inicios, una concepción pedagógica particular: la de enseñar, predominantemente, por medio de cineastas activos, capaces de transmitir conocimientos refrendados por la práctica, experiencia en carne viva, constante actualización.

    Variación en el nombre, no en el objetivo: formación de artistas que agreguen al alto nivel estético y técnico un concepto ético, una visión crítica del mundo, una profunda preocupación por el destino de la especie, una clara posición frente a la barbarie, la injusticia, la opresión, una capacidad para soñar, una utopía.

    Muchas navegaciones nos esperan, muchos mares procelosos, —gustamos del lugar común—, avatares, riesgos sin cesar, cuanto exige deslindar en todo tiempo, acerar la voluntad, convertir la constancia en virtud resplandeciente, hacer del ejercicio de la inteligencia y de la sensibilidad un modo de existencia, afrontar las exigencias de una actitud crítica, transgresora, comprometida con el destino de nuestros pueblos que es el destino de la vida misma.

    El ojo de un cineasta tiene que parecerse al sol. Su sensibilidad; una montaña, un río caudaloso, una tempestad, también brisa de delicado oleaje; su percepción, un légamo, una aguda lanza escrutadora.; su inteligencia, un bisturí. Cada noche intentan despertar al alba. Tienen por máxima que el cuerpo y el espíritu palpitan al unísono cuando regalan compañía.
    Los conventuales de la EICTV combaten por los sueños, por la reflexión, por la imagen volcada en reinvención de la existencia, por el sagrado derecho de una sociedad mejor, auténticamente solidaria, profunda y descaradamente virtuosa como la respiración del alma y la transpiración suprema del amor.


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