CRÍTICA



  • Adiós entusiasmo, intencionalidad de sembrar el desconcierto
    Por Redacción El Antepenultimo Mohicano


    Toda obra artística —excepto aquella inscrita en el proselitismo— es un acto de resistencia accidental. De transgresión a la mirada habitual, al paisaje manido o la palabra sin brillo. Todo lo que cuestione el statu quo y ofrezca una reinterpretación es, necesariamente, revolucionario. Sin embargo, una ópera prima tiende, en términos estadísticos, a llevar un poco más allá la ambición, la temática, la forma. Una carta de presentación conlleva enorme responsabilidad, pues, su autor será juzgado ad infinitum a raíz de su inicio.

    A pesar de cambios posteriores, siempre habrá alguien que recuerde con sorna o con admiración, depende del caso, aquel debut. El colombiano Vladimir Durán quizás comparta esta opinión. Su primera película cumple, desde luego, con los requisitos mencionados. Es un puñetazo sobre la mesa con el que pretende decir “aquí estoy yo, y estas son mis credenciales”. Adiós entusiasmo (2015) llega desde el festival de Mar del Plata con intención confesa de explorar la transgresión a través del cuestionamiento a la autoridad y los modelos preestablecidos.

    Transcurre prácticamente en un espacio acotado, un apartamento familiar laberíntico, con impronta teatral de la mano de Sacha Amaral (autor del guion), y describe, mediante una observación parcial y opaca, la noche en la que la madre, encerrada en la habitación, decidió celebrar su cumpleaños tres días antes. Las tres hermanas Alicia (Laila Maltz) Antonia (Mariel Fernández), Alejandra (Martina Juncadella) y el pequeño Axel (Camilo Castiglione) han aprovechado esta eventualidad de la reclusión materna para invertir los roles de la figura de autoridad. Ahora son ellos los que la reprenden, cuidan y alimentan, a través de un ventanuco. Solo su voz incansable ratifica algo de entidad. En este ambiente enrarecido participa además como observador Bruno (el propio Durán), el elemento ajeno, un hombre prescindible a través de cuyos ojos el espectador se introduce en el microcosmos que supone el apartamento.

    La dinámica del filme presenta como principal artificio el McGuffin, el Godot que nunca viene como la madre invisible. Esta intencionalidad de sembrar el desconcierto es la que más emparenta Adiós entusiasmo con la filmografía de Yorgos Lanthimos —en especial, Canino (2009)—. Ese afán de ruptura, enmarcado en una escuela muy determinada de transgresión, demuestra además cierta arrogancia. ¿Es esto un defecto? La respuesta depende del observador. Hay quien afirma que sin este don, el creador no puede desplegar por completo su talento. Desde un punto de vista formal, los elementos visuales afianzan el encierro de la madre, dentro del encierro de los demás miembros de la familia, tal como si se tratase de un juego de matrioshka, gracias al uso de primerísimos planos que impiden una contextualización más certera.

    El resultado final puede encontrarse por debajo de las expectativas de Durán. Motivos habrá para juzgarla a priori y confundir la tensa incertidumbre con aturdimiento deliberado. E incluso en tal caso, habría también que reconocer el arrojo de un director que se atreve con todo esto en un debut.


    (Fuente: Elantepenultimomohicano.com)


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