ENTREVISTA



  • Los viajes de Lucía Puenzo del cine a la literatura

    En el hotel cápsula reúne tres relatos en los que la directora de cine y escritora Lucía Puenzo va develando itinerarios, construidos desde el descubrimiento y la aventura, por ciudades como Bangkok, La Habana y Tokio, en los que lo imaginario y lo real, la ficción y la crónica se fusionan para dar cuenta del viaje como una experiencia de encuentro con lo inesperado.

    Para la directora de XXY, El niño pez y Wakolda, en este libro editado por Mansalva "hay un híbrido entre ficción y realidad. En ninguno de los tres relatos todo es cierto o todo es ficción", y destaca que "son textos que tienen mucho tiempo y hay algo de la distancia que los recuerdos empiezan a decantar de forma distinta".

    Con una mirada de viajera, alejada de la perspectiva turística, la narradora de Tai Toom, Cohiba y En el hotel cápsula se mueve por ciudades a las que llegó para presentar sus películas o para estudiar en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, donde tomó clases con Gabriel García Márquez.

    Durante la entrevista, Puenzo (Buenos Aires, 1976), además licenciada en Letras y autora de las novelas El niño pez, 9 minutos, La maldición de Jacinta Pichimauida, La furia de la langosta y Wakolda, adelantó que va a filmar la segunda parte de la serie Ingobernable (la primera está disponible en Netflix) y "se va a filmar en México y Colombia en el verano".

    -¿Cómo es leer y volver a estos textos que fueron escritos hace tanto tiempo?

    -Son textos distantes con mucha frescura, fueron muy vívidos. Son viajes que puedo recordar microscópicamente. Por ejemplo, fui muchas veces a Cuba, no a Tailandia o Japón, pero si vuelvo a leer el texto recuerdo mi tiempo viviendo ahí. Hay un híbrido entre ficción y realidad. En ninguno de los tres relatos todo es cierto o todo es ficción. Pasó mucho tiempo. Años después hay algo de la distancia que hace que los recuerdos empiecen a decantar de forma distinta y es como que lo turístico se evaporara. Si me preguntás qué calles caminé, qué templos recorrí, no me acuerdo de nada. Pero lo que imprime son los encuentros con desconocidos, mucho más que lo turístico.

    -En los tres relatos hay personajes que son clave para los recorridos que emprende la narradora, como en Bangkok, con la hija del embajador en el relato Tai Toom...

    -Existe ese recorrido, yo llegué a presentar XXY, pero ese personaje es de ficción. Sí existe un embajador que no tenía hijos, que me fue a esperar al aeropuerto. También una boxeadora transgénero que le ganaba a un contrincante y le daba un beso en la boca. Cuando llegué me dijeron que iban a ir muchos kathoey (NdeR: el término para designar a los transexuales en Tailandia), que están integradísimos en la sociedad tailandesa, paseando niños: la anciana kathoey, la tía kathoey, ya que desde el 2007 hay "tercer sexo" en Tailandia. Me impactó esa mirada, ya que eran muchos años de diferencia con lo que pasó en nuestro país, donde se empieza a hablar de intersexualidad, de transgénero, hay ley de identidad de género pero mucho después. Y eso que sucedía en Tailandia era de avanzada en ese momento.
    Hay cosas que te cambian para siempre la mirada durante un viaje. Hay algo que nunca volvés a mirar de la misma forma.

    -Hay una mirada muy humana y visceral de Cuba.

    -Es cierto que estuve en Cuba, en esa escuela, estuve en el último taller que dio García Márquez antes de enfermarse y no darlo más. Es cierto que nos decía "son cazadores de historias, salgan a buscarlas por las calles de La Habana". De hecho ese relato, Cohiba, es el más antiguo. Fui cuatro años a estudiar a Cuba, era 2005 y a partir de estudiar ahí empecé a filmar mis películas. No tengo una mirada distante de Cuba. Estuve viviendo a los 19 años durante seis meses en la casa de Alberto Granados, el bioquímico que había viajado con El Che. Tengo una relación emocional con Cuba. Fue mi primer viaje de mochilera, fui a su festival muchas veces, a presentar mi primer corto. No lo puedo mirar solo como un lugar turístico. Los otros relatos son viajes que ocurrieron en los estrenos de mis películas y festivales en esos países.

    -A lo largo del libro hay personajes que parecen ser los protagonistas de las tramas y después se convierten en un puente para llegar a otros.

    -Son desvíos, que son muy típicos de los viajes donde puedo hacer un recorrido para llegar a un lugar y termino tomando un subte que me lleva a otro lado. Eso pasa con los personajes. Es algo que me gusta mucho en las novelas. En mi caso es como que escribir, a veces, es como viajar sin un plan. No es la trama del cuento, que es una flecha y trabaja para el efecto único donde todo es un mecanismo de relojería, como los relatos de Samanta Schweblin, que los disfruto mucho, son maravillosos. Ella sabe dónde va a empezar y dónde va a terminar.

    -Alguna vez dijiste que escribís en todo momento, pero no durante los rodajes de tus películas.

    -Es que no tenés tiempo ni para comer durante los rodajes. Además yo soy productora de mis películas. El fin de semana es para pensar números, ver dónde estamos parados, estás en una velocidad muy distinta a la de la escritura. Si estoy en período de rodaje me cuesta leer tranquila, leo en diagonal. En cambio en el tiempo de la escritura te podés colgar todo el día en una página y a su vez leer diez páginas. Tiene que ver con el silencio y la quietud.

    -¿En qué estas trabajando ahora?

    -En una novela que se llama Los invisibles sobre tres chicos de la calle que levantan los guardias de seguridad en una ranchada en Once y los tienen trabajando como fantasmas en casas de zona norte los fines de semana para entrar a robar chiquitaje y nadie se da cuenta que están ahí. Los llevan a Carmelo, Uruguay, durante un verano a robar adentro de una estancia de casas de mucho dinero con el objetivo de que se metan a desmanterlarlas cuando la gente se va a dormir.


    (Fuente: Mdzol.com)


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