publicación No. 7

  ISSN 2218-0915
Panorama de los mercados cinematográficos en América Latina
Roque González Galván
América Latina presenta frecuentes altas y bajas en su desenvolvimiento económico: períodos de recesión y bonanza que se superponen, aunque con matices de acuerdo a las diferentes realidades nacionales. Con respecto a la cinematografía regional, también se presentan realidades heterogéneas con respecto a la evolución de sus mercados, producción y políticas públicas en los últimos 10 años.

Analizando específicamente los mercados se puede afirmar, en términos regionales, que en la última década hubo un crecimiento importante en variables, como la cantidad de entradas vendidas —alrededor de un 200%—, de la recaudación —cerca de un 165%— o de las salas —“theaters”, con un incremento de cerca del 140%. Algunos mercados se destacaron como el mexicano, el brasileño, el colombiano o el peruano, que vieron crecer indicadores como los antedichos entre 4 y 6 veces —en el caso del Perú, la recaudación traspasó ese umbral, ya que se multiplicó por 10 en las últimas décadas.

México tiene más de tres veces el número de pantallas que hace dos décadas —pasando de 2100 a poco más de 7000—. Similar aumento en la cantidad de salas ha visto Colombia y Perú. Brasil, el otro gran mercado latinoamericano —junto a México—, vio incrementarse el número de sus pantallas en un 117%.

En el otro extremo se encuentra la Argentina, que en los últimos años posee prácticamente el mismo número de pantallas —alrededor de 900 en el octavo territorio más grande del mundo—. Vaya un ejemplo ilustrativo: si en el año 2000 la Argentina tenía 3.4 más cantidad de salas que Colombia, en la actualidad el país caribeño sobrepasó al gaucho (1100 contra 900).

Si la comparación se hace entre México y la Argentina la diferencia también es abrumadora. Si para el año 2000 el parque exhibidor mexicano era 2.1 veces más grande que el argentino en la actualidad esa diferencia es de 7.5. En lo que hace a la cantidad de entradas vendidas existe una distancia similar: para el año 2000 la diferencia entre México y la Argentina era de 2.7, mientras actualmente es de poco más de 7 veces.

Sin embargo, trátese de países con muchas o pocas salas en términos absolutos, la concentración geográfica de las mismas es extrema: en México —el cuarto mercado exhibidor del mundo— sólo el 7% de los municipios cuenta con cine, y en Brasil —el segundo parque exhibidor de América Latina— alrededor del 10% de sus alcaldías posee alguna sala cinematográfica. En el resto de la región se presentan porcentajes similares.

Si se analiza la cantidad de salas por cada millón de habitantes se verá que, efectivamente, la misma es baja en América latina, en comparación con Europa occidental, Estados Unidos o Australia. A nivel latinoamericano, el mercado mejor ubicado es México. 

 América Latina, Estados Unidos, Europa Occidental y Asia. Salas por millón de habitantes (2018)

Salas x millón de habitantes

EE.UU.                      131.8 
Australia                      88.4 
    Francia                         88.1 
                    Italia                             86.9 
                    España                         76.6 
                    Reino Unido                65.2 
                    Alemania                     57.8
                   México                         56.9
                   Corea del Sur               50.0
                   Turquía                         37.5
                   China                            35.7
                   Rusia                            33.3
                   Japón                            27.6
                   Chile                            22.2
                   Colombia                     21.6
                   Uruguay                       21.4
                   Argentina                     20.5
                   Perú                             19.5 
                   Brasil                           15.5
                   Sudáfrica                     13.8
                   Venezuela                    13.6
                   India                              8.5
                   Paraguay                       4.9 

Fuente: Elaboración propia en base a datos del Observatorio Europeo del Audiovisual, Incaa, Ancine, Imcine, CNAC, CNCA, Dirección de Cinematografía (Colombia), Proimágenes, Filme-B, institutos nacionales de estadísticas, medios periodísticos.

A pesar de los aumentos en gran parte de los mercados cinematográficos de América Latina, los índices de concurrencia al cine están lejos de las épocas de esplendor de concurrencia a los establecimientos cinematográficos —mediados del siglo XX hasta comienzos de la década de 1980—, cuando en la región latinoamericana sus habitantes asistían a las salas, en promedio, entre 2 y 5 veces por año. Desde hace unas cuatro décadas, las estadísticas muestran que los latinoamericanos concurren al cine menos de una vez al año. Aunque en los últimos 20 años, la excepción fue México. Sin embargo, a pesar de que este último país tiene uno de los parques exhibidores más grandes del mundo, sus habitantes concurren al cine —en promedio del último cuarto de siglo— 1.7 veces al año; en el resto de los países varía entre 0.5 y 1.

Entre las décadas de 1970 y 1990 se cerraron casi la mitad de las salas de cine existentes en todos los países de la región; el cierre de salas fue mayor en los interiores de los países —precisamente, en donde históricamente se vio más cine nacional—, en sus pueblos, en sus ciudades pequeñas y en sus barrios humildes, para ser suplantados por templos evangélicos, supermercados o estacionamientos.

Las grandes compañías exhibidoras enfocaron su desarrollo —e incrementaron sus ganancias— a partir de la construcción de multisalas en las principales ciudades y, a su vez, en los barrios de mayor poder adquisitivo, preponderando la exhibición de grandes blockbusters y filmes hollywoodenses y la transformación del hábito de la salida al cine en un factor más de compras dentro del templo posmoderno de compras por impulso que es el shopping center o mall.

Sin embargo, los hábitos de consumo audiovisual vienen cambiando drásticamente, especialmente, desde la década de 2010. Las plataformas de video denominadas OTTs —de la sigla en idioma inglés Over the Top— son, crecientemente, actores importantes en la exhibición y producción de filmes a nivel mundial.

En América Latina, como en la mayor parte del mundo, las principales plataformas OTT son extranjeras —Netflix es el ejemplo más conocido—, aunque alguna de ellas pertenece a una empresa latinoamericana, pero cuyos títulos son mayoritariamente hollywoodenses, repitiéndose en este nuevo sector la falta de diversidad en los contenidos y en la concentración empresarial que se venía viendo en los parques exhibidores de cine desde la década de 1990. Para fines de 2019 en América Latina había alrededor de 33 millones de suscriptores de estas plataformas OTT, en donde Netflix representa el 60 por ciento del mercado (datos de Digital TV Research).

Como sucede en el mercado exhibidor latinoamericano, una empresa mexicana se cuela entre las principales empresas del sector de las plataformas OTT de video: Claro Video, del grupo América Móvil —propiedad del magnate Carlos Slim—. Esta compañía representa casi el 10 por ciento del total de suscriptores latinoamericanos de plataformas OTT de video, ocupando el tercer lugar a nivel latinoamericano —Amazon se encuentra en el segundo puesto, con el 11 por ciento de este mercado regional.

Y como también sucede en el ámbito de la exhibición cinematográfica, en el mercado de las mencionadas plataformas OTT de video, Brasil y México representan las tres cuartas partes de todos los usuarios —salvo que en el caso de las salas de cine México va primero (cerca del 45 por ciento del total latinoamericano), seguido de Brasil (con alrededor de un cuarto de las salas de América Latina), mientras que en el caso de las OTT los porcentajes son similares, pero en situación inversa: Brasil al tope, seguido de México.

Valga notar que el examen riguroso de los mercados para las películas latinoamericanas debe ir más allá del sentido común: a comienzos de la tercera década del siglo XXI se dice que todo el mundo “ve Netflix”. Para 2019 el mercado total de salas de cine en América Latina sumó cerca de 780 millones de espectadores, cifra muy lejana de los 33 millones de suscriptores que tienen las plataformas OTT de video —20 millones de Netflix— en toda América Latina.

Si los latinoamericanos —que, en promedio, concurren 0,8 veces al cine al año— tuvieran una circulación cinematográfica regional óptimamente eficiente, tendrían —en teoría— más de 600 filmes regionales anuales entre los cuales escoger. Sin embargo, ello no ocurre: anualmente se estrenan entre 3 y 20 filmes latinoamericanos no nacionales —dependiendo del país—, cuyo público suele ser menor al 1% del total de los espectadores de cine. Las plataformas OTT de video poseen títulos de los distintos países latinoamericanos, pero no presentan mayor diversidad en títulos ni alcanzan un consumo masivo, salvo contadísimos casos.

Es necesario el fomento estatal al cine nacional, tanto en las salas de cine como en la televisión o en internet —plataformas OTT de video, por ejemplo—. Pero también se hace imperiosa la eficaz administración y aprovechamiento de los recursos —escasos por definición— y la profesionalización del personal de las agencias nacionales de cine, para que ideas auspiciosas, como la plataforma latinoamericana de películas por internet, Retina Latina, o los Espacios Incaa, no queden en la irrelevancia en términos de consumo y convocatoria. Se necesita personal permanente para proyectos relevantes como los antedichos, y no generación de tarea extra para el sobrepasado personal existente en las agencias nacionales de cine y audiovisual. Se deben tomar medidas a mediano y largo plazo, y dejar de pensar en el cortoplacismo de administraciones, gobernantes y tiempos políticos.

La presencia de nuestras películas, de nuestras imágenes y de nuestra idiosincrasia deben poder competir en igualdad de condiciones con el aluvión hollywoodense, apuntando a que también circulen las películas de toda América Latina —cuya presencia en cualquier país al sur del río Bravo es cercana a cero—, fomentando la diversidad de contenidos —desde mayor inclusión de directoras y profesionales mujeres hasta un deseable incremento de la presencia de los hermanos de pueblos originarios de toda América Latina en la realización de nuestros filmes y audiovisuales.

Cuotas de pantalla, regulación de las señales remotas —por internet, por satélite-, exoneración del pago abusivo de sobreprecios en los DCP en la exhibición cinematográfica digital comercial para productores latinoamericanos, tributación tanto de impuestos como de contribución para los fondos de fomento para, por ejemplo, las plataformas OTT de video —regulación que ya están empezando a operar en algunos países europeos, además de que se está comenzando a trabajar en una regulación conjunta para todo el espacio de la Unión Europea y de otras zonas comerciales en este aspecto— son algunos de los temas que merecen una atención urgente por parte de los Estados latinoamericanos y una movilización sin tregua por parte de los sectores productivos del cine y el audiovisual de este subcontinente, sin dejarse llevar por cantos de sirena que anuncian la disolución de todos los males con el mero recambio tecnológico —que, viene demostrándose tanto en el cine, como en la televisión y las telecomunicaciones, que propenden a una mayor concentración, cartelización, extranjerización y disminución de la diversidad de los contenidos.

Nuestras imágenes siguen siendo fundamentales para construir ciudadanía, contribuir a un tejido social robusto y ser un sector dinámico y relevante para las economías nacionales latinoamericanas. Los Estados de nuestro subcontinente deben dejar de estar corriendo detrás de hechos consumados, volver a tener políticas activas y funcionariado profesional para afrontar este y tantos desafíos de esta nueva era.

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