CRÍTICA



  • El hotel del millón de transas
    Por Lorena Cancela


    Presentado en el III Festival Internacional de Cine Independiente, 2001 y estrenado comercialmente en Buenos Aires, el largometraje del trío Moreno, Tambornino, Rosell tiene la virtud de mostrar, a través de indicios y apelando a la ficción, buena parte de los hechos locales de los últimos años.

    El director de Bonanza (2001), Ulises Rosell; uno de los directores del film colectivo Mala época (1998), Moreno; y el montajista de Pizza, birra, faso (1997), Tambornino, cuentan en El Descanso la historia de dos amigos: Federico y Osvaldo quienes deciden pasar sus vacaciones en las sierras de Córdoba.

    Un plano general introduce el espacio de la sierra en el cual, desde el fondo de la profundidad de campo, emergerán en su automóvil los protagonistas. De pronto, en un descuido, el vehículo japonés en que se desplazan Osvaldo y Freddy terminará incrustado en el esqueleto de un cartel publicitario. Allí, único resto de una antigua imagen publicitaria, el perfil de chapa de una mujer parece contemplarlos desde las oxidadas vigas.

    No queriendo quedarse detenido en la ruta en medio de sus vacaciones, Freddy tomará la iniciativa de ir a buscar la grúa. Conseguida ésta y un mecánico para el automóvil en un pueblo cercano, los protagonistas pasarán la noche allí. Un encuentro con uno de los habitantes del pueblo le hará saber a Freddy de un remate donde, finalmente, terminará comprando la vajilla de El Descanso, un hotel abandonado de las cercanías. El resto es el intento de Freddy por reabrir dicho hotel: un espacio en ruinas que en un pasado no muy remoto supo ser de lujo y que, por la aparente muerte de su propietario, pasó a manos inciertas.

    La reapertura del hotel es lo que le permite al film retratar buena parte de la idiosincrasia local. Así, no faltarán el abogado que conoce la letra chica de la ley, justamente, para quebrarla; su colaborador que remata al infinito lo que fue robado una y otra vez; el mismo Freddy que especula con la manera de quedarse con el hotel por monedas, y Osvaldo que elige el letargo antes que la acción. A estos últimos se suman Zelmar, Reyna y Saavedra, personajes que, con distintos intereses, jugarán para el equipo de Freddy.

    Entre una y otra transa, transcurre la acción dentro y fuera de “El Descanso” –del que tampoco se sabe bien dónde empieza y dónde termina–, y no faltarán los tiros, las mujeres –personajes muy secundarios en este caso–, y el bar.

    Hacia el final un descubrimiento producirá un giro en el curso de acción, y romperá con el verosímil de western criollo que proponía el relato. Con dicho descubrimiento se clausura un film que más que dar respuestas simbólicas, se propone mostrar los espacios en blanco en torno a un hotel que funciona como metáfora de un país. Otras tantas preguntas aún sin responder.

    Una estructura cíclica acompaña a la sordidez: el film comienza con un automóvil que se acerca y termina con el mismo automóvil que, con su radiador roto, se aleja. El viaje de los protagonistas desde la Capital Federal –figura transitada en el cine argentino y que ha respondido a una u otra ideología, a una u otra mirada, a una u otra voz según el choque semántico entre la ciudad y el campo– es aquí la excusa del film para mostrar ese territorio conocido y desconocido. Unido y desunido. Fragmentado. Escindido. En este sentido, recordamos otra vez la imagen inicial de aquella estructura que anuncia sin representación, sin imagen.

    La idea de una naturaleza que es interrogada y que responde con un insondable silencio se hace presente en la última imagen de la película. En ella vemos cómo los personajes, tal como llegaron, se van. Alejándose poco a poco del objetivo de la cámara.


    (Fuente: Revista otrocampo)


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