CRÍTICA



  • El arreglo
    Por Luis Ormaechea


    Freddy y Oswald deciden tomarse las vacaciones en algún lugar del interior. A bordo de su auto, recorren las rutas argentinas en busca de un merecido descanso. Pero un inesperado accidente los saca del camino y los obliga a detenerse en un pequeño pueblo. Mientras un mecánico trata de componer el maltrecho vehículo, uno de los jóvenes se entusiasma con la idea de ocupar un viejo hotel, arreglarlo y transformarlo en su permanente fuente de ingresos. Este lugar de recreo, llamado El Descanso y ubicado en las sierras cordobesas, perteneció a un tal Serrani, que murió en un hospital neuropsiquiátrico. Gracias a las investigaciones que realizan en el municipio, constatan que nadie reclama la propiedad del hotel y que su ocupación podría ser legal. Para su titánica tarea contarán con el auxilio de algunos pueblerinos (Selmar, Marcos Reyna y otros) y con la férrea oposición de un doctor que maneja la justicia y la policía a su antojo.

    Por su estructura y algunas constantes temáticas y formales, El descanso recuerda a algunos westerns, en los cuales la llegada de un forastero a una comunidad cerrada en torno a una figura fuerte y tiránica termina en un inevitable enfrentamiento. Un ejemplo de este tipo de narración es Conspiración para el silencio (Bad Day at Black Rock, John Sturges, 1955). La diferencia fundamental entre Conspiración... y El descanso reside en la resolución del conflicto, cada una de ellas acorde al contexto histórico y geográfico en que fueron concebidas. Mientras que el enfrentamiento entre los dos bandos en pugna terminaba en un duelo en el film de Sturges, el negociado (la transa) se impone como la solución más argentina.

    Buscando poner distancia respecto del malogrado costumbrismo que caracteriza la producción de otros jóvenes realizadores argentinos, Tambornino-Moreno-Rosell apuestan a un relato primordialmente narrativo, con una intriga atrayente, buenas actuaciones en general y un montaje dinámico. Lo que posiblemente desmerezca el resultado final es la inclusión de algunos personajes más pintorescos que dramáticos, como Marcos Reyna, el pseudo-cientificista peruano, o Saavedra, el bon vivant porteño. Tampoco es muy feliz la elección de los nombres de algunos de los personajes, por ejemplo, Serrani para el dueño de un hotel en las sierras. No me parece mal que los guionistas se diviertan haciendo su trabajo, pero algunas pequeñas bromas deberían eliminarse del borrador final.

    No es común en ninguna parte del mundo que la realización de un film sea responsabilidad de tres personas. Tambornino-Moreno-Rosell son una buena promesa para el cine argentino; pero deberían elegir entre ser los Jim Abrahams-David Zucker-Jerry Zucker (responsables de ¿Y dónde está el piloto? y Super Secreto, entre otros films) del cono sur o encontrar su propio estilo.


    (Fuente: Revista otrocampo)


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