CRÍTICA



  • Diarios de motocicleta
    Por José A. Tindón


    El film de Walter Salles narra la aventura de dos estudiantes universitarios embarcados en un viaje iniciático que les conduce por el continente sudamericano desde las planicies de la pampa hasta el altiplano y Machu Pichu.

    Esta road movie de tintes épicos no iría mucho más allá de la camaradería juvenil si uno de los dos aventureros no se hubiese convertido años después en uno de los artífices de la revolución cubana y máximo exponente de la izquierda internacional con el apodo de guerra del Che.

    Cierto es que la peripecia no está muy lograda y la sucesión de caídas de la moto, las inclemencias del tiempo y los paisajes fastuosos que como estampas siguen las evoluciones de Ernesto y Alberto resultan poco dinámicas, resintiéndose el tempo narrativo, pero como decía Flaubert, nunca experimentamos en nuestra limitada realidad sentimientos tan puros y absolutos como en la ficción.

    El director se ha propuesto humanizar a los personajes para tratar de eludir una caracterización excesivamente heroíca, y lo logra. Podría ser el viaje de cualquiera de nosotros, pocas proclamas y pocas soflamas hay, salvo el discurso de cumpleaños de Ernesto en la leprosería en el que enuncia ya su idea de la unidad de sudamérica superando las barreras culturales y políticas.

    Esta intuición se materializó después en su apoyo decidido a la revolución cubana y fue la que le condujo a la muerte en su último viaje a la jungla boliviana. Hasta la victoria siempre. ¡Patria o muerte! Y le encontró, como no podía ser de otra manera cuando se avanza hacia ella con paso decidido.

    Los personajes protagonistas están definidos con trazos gruesos y vienen a engrosar la interminable lista de parejas célebres: Don Quijote y Sancho Panza, Laurel y Hardy. El gracioso terráqueo y el introvertido aéreo. Nada tienen en común el impetuoso mujeriego con el reflexivo célibe salvo su amistad esencial que les permite salir con bien de más de un mal paso.

    Después, en la segunda mitad de la película, Ernesto cobra conciencia de la injusticia reinante e inicia un camino personal en el que Alberto ya no le puede seguir. Los dos amigos se separan mucho antes de la despedida en el hangar cuando el que será el Che se sube al avión que habrá de llevarlo de vuelta a Buenos Aires.

    Quizá la descripción de la evolución del personaje de Ernesto sea algo lineal y no quede más que bosquejada en una estructura episódica que nos puede parecer simplista, pero hay que recordar que se trata de un equilibrio muy inestable el que pretende el director: contar la historia humanizada de un icono del siglo XX con el viaje en motocicleta como coartada. Eso obliga al guionista a una pirueta final cuando el Che cruza a nado el río en plena crisis de asma para celebrar su cumpleaños con los leprosos que viven del otro lado. Efectista quizá, pero necesario para que el film discurra por los cauces que la vida nos marca.

    Gael García Bernal soporta la mayor parte de la carga dramática de la película mientras que Rodrigo de la Serna le sirve de comparsa fiel, aunque al personaje le falta la garra de anteriores trabajos como: Amores perros, Y tu mamá también, o La mala educación.

    Sea como fuere, lejos de ser un film de propaganda política o una santificación de la figura de Ernesto Guevara, Diarios de motocicleta logra despertar en nosotros el idealismo que nos empuja a creer que otro mundo es posible mientras nos hace soñar con un viaje de descubrimiento como el que hizo el estudiante eterno que dejó que el mundo le cambiase para poder cambiarlo.

     


    (Fuente: www.alohacriticon.com)


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