Hidalgo, la historia jamás contada
Por Carlos Gómez Iniesta
A estas alturas, ya pudimos ver otras interpretaciones contemporáneas de los últimos días de Miguel Hidalgo. Sin embargo, a diferencia de aquellas producciones que retrataron los eventos desde 1810 hasta 1811, Hidalgo, la historia jamás contada, del mexicano Antonio Serrano, si inicia con su dramático encarcelamiento en Chihuahua, pero se centra —a manera de flashback— en la juventud y adultez del cura en Valladolid y San Felipe Torres Mochas, episodios que dichas producciones tocan como mero dato biográfico.
En el protagónico, Demián Bichir realiza un trabajo óptimo. Crea a un párroco jugador, respondón, fiestero, rebelde y aun así, sumamente carismático. Incluso logra no irse al otro extremo, al de un padre valemadres y de diálogos siempre iluminados. Presenta a un hombre de Dios que también se conflictúa, que sabe que no puede contra todos, que está pecando y que advierte, eso sí, que sus acciones tendrán fuertes consecuencias tarde o temprano.
En eso la película logra su cometido: desacralizar a un héroe nacional y relatar una “historia jamás contada” o más bien, jamás llevada al cine. Y aunque con eso se quiera vender algunos trozos de su vida romántica, la cinta tarda en introducir a su pareja principal, Josefa Quintana (con una Ana de la Reguera que llena la pantalla, más no le representa un gran reto actoral) para después, quizá por la prisa de adecuarse a una duración, no dejarnos en claro si es más el amor por su futura mujer o por sus planes de representar el Tartufo de Moliere. Tal disparidad ocasiona un final con poca contundencia y una escena de epiíogo que le da solución fácil al conflicto, además de que introduce personajes y situaciones muy atractivas que es una pena no se hayan podido desarrollar más (quizá por que a partir de ahí iniciaría la “historia siempre contada”).
No hay duda que Antonio Serrano, también director teatral, era buena opción para liderar esta cinta de $60 millones de pesos al tener la experiencia de los enredos conyugales de Sexo pudor y lágrimas y los conflictos —quizá vividos en carne propia— para plasmar una obra en el escenario. Más allá del ritmo, ha creado una cinta entretenida, rica en pantalla, liberada de los temas comunes del Padre de la Patria y de la cadenas del rigor histórico. Hay que dar menciones especiales a la Dirección de Arte de Brigitte Broch, que no sólo retrata los interiores con gran atino, sino que bien supo realizar su trabajo entre calles y jardines ambientados a la época (pensemos en El atentado). También a la música producto de la dupla hecha por Herminio Gutiérrez y Alejandro Giacomán, que le da aun más atractivo al resultado final. Sin duda, éste es el producto más comercial y accesible del paquete de cintas del bicentenario.
(Fuente: Cinepremiere.com.mx)