CRÍTICA



  • Biutiful, las cuentas por pagar no son hermosas
    Por Hugo Lara Chávez


    Uxbal (Javier Bardem) es un tipo ensimismado, que se gana la vida en los bajos fondos de Barcelona, como intermediario de las corruptelas entre la policía y las mafias que explotan a los inmigrantes indocumentados. Además, tiene el don de hablar con los muertos y, de vez en vez, se gana un dinero extra a través de la gente que busca sus servicios de espiritista.  

    Su vida transcurre en el entorno de la marginalidad barcelonesa, mientras cuida con abnegados apuros a sus dos pequeños hijos, Mateo (Guillermo Estrella) y Ana (Hanaa Bouchaib), que son visitados ocasionalmente por su madre, Marambra (Maricel Álvarez), una inestable emocional. El cáncer terminal que le diagnostican lo lleva a buscar nuevas respuestas a sus conflictos con su ex mujer, su hermano, sus hijos, sus amigos inmigrantes con los que se ha encariñado e incluso con sus muertos. Pero la tragedia lo sigue en el camino.  

    Biutiful, la más reciente película de Alejandro González Iñárritu, es un filme que da continuidad a la destacada carrera de este cineasta, interesado en el universo del dolor, la culpa y la redención. Como es bien sabido, se trata de su primera película que realiza sin la colaboración del escritor y cineasta Guillermo Arriaga, con quien formó una mancuerna destacada en Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006), tras la cual se dio una ruptura muy sonada en el entorno cinematográfico.  

    Dado lo anterior, el aspecto del guión de Biutiful despertaba mucho la curiosidad, Para ello, González Iñárritu, que también lleva crédito de guionista, se apoyó en Armando Bo y Nicolás Giacobone. Es un filme que en cierta parte marca una distancia de sus historias anteriores, aunque en otra medida tiene notables afinidades. Por principio de cuentas, abandona la estructura desagregada, con diversos tiempos y puntos de vista, que se ensambla hasta el final. En cambio, Biutiful es una narración lineal enfocada prácticamente en un solo personaje.  

    González Iñárritu se mantiene próximo a los ambientes de depresión y/o sordidez donde se fermentan intensas pasiones interiores. Por eso, parece que hay una suerte de exportación de la estética de Amores perros a la circunstancia de Barcelona, donde el mundo de Uxbal transcurre en  espacios domésticos caóticos, calles violentas y agitadas y la miseria urbana invisible para la tarjeta postal que aquí se manifiesta con todo su descaro. En este aspecto, es fundamental la labor que desempeñan algunos de los recurrentes colaboradores del cineasta, como el director de fotografía Rodrigo Prieto, la directora de arte Brigitte Broch y el compositor Gustavo Santaolalla.  

    Así, el filme se asoma a las condiciones infrahumanas que padecen los inmigrantes en aquella capital europea (como sucede en muchas ciudades del primer mundo), hacinados y maltratados, nulificados en su condición humana. Son aspectos que inspiran compasión y que el director utiliza para hundir en la decadencia absoluta a Uxbal. Y por momentos la narración abusa de este tremendismo y desolación, lo que le ocurre a un personaje al que todo le sale mal.  

    A su favor, hay que decir que funciona correctamente el vínculo enternecedor entre un hombre desahuciado y sus pequeños hijos, tres seres a la deriva. De los temas en juego (el amor, la redención, la culpa) es la muerte una constante, como un vínculo con la vida. Ahí González Iñárritu se atreve a jugar con escenas metafóricas (como la secuencia de inicio en medio de la nieve o los espíritus que flotan sobre los vivos) que inspiran inquietud y sorpresa, como un recurso bien dosificado. Este contexto da realce a la ambivalencia moral del personaje y del planteamiento del relato en general, acerca de la esencia humana a la vez sombría y luminosa.

    El filme se siente largo, podría haberse hecho más compacto y eficiente con unos minutos menos. Hay un evidente embelesamiento con varios momentos de hermosas imágenes, o algunas elipsis y puentes extendidos, que corresponden a cierta pretenciosidad y rebuscamiento. En lo narrativo, existen demasiados hilos (son diversas relaciones del protagonista con la gente que lo rodea) que de pronto no se aprietan lo suficiente o no terminan de atravesar la epidermis.

    No obstante, Biutiful es un filme que vale la pena ver. Ya sabremos si alcanza a llegar al Oscar como representante del cine mexicano. Será una curiosidad que una película así nos represente, con escenarios y protagonistas primordialmente españoles, lo que ha despertado cierta controversia. Y es que el certificado de nacionalidad lo da el origen de la producción y en rigor cumple los demás requisitos.

    (Fuente: Correcamara.com.mx)


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