REPORTAJE

  • El cine latinoamericano en Cannes 2004
    Por Orlando Mora


    El festival de Cannes tiene como una de sus pretensiones ser algo así  como un resumen anual sobre el estado de las cosas en el cine. Con ese fin en mente trabajan sus seleccionadores y en busca de ese resultado llegan   miles de personas que quieren saber, desde distintos campos de la actividad cinematográfica, lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir en lo artístico, en lo industrial y en lo técnico. Si se acepta la validez de punto de partida, habría que decir que el balance presentado este año por Cannes sobre el cine latinoamericano habla de una buena salud. La niña santa (Lucrecia Martel, 2004) y Diarios de motocicleta (Walter Salles, 2003) en la competencia; Salvador Allende (Patricio Guzmán, 2004)  y Glauber Rocha, laberinto do Brasil (Silvio Tendler, 2003) en la Sección Oficial fuera de concurso; Whisky ( Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, 2004 ), Crónicas ( Sebastián Cordero, 2004) y Los muertos (Lisandro Alonso, 2004) en Un Certain Regard; Machuca en la Quincena de los Realizadores y Temporada de patos (Fernando Eimbcke. 2003) en la Semana de la Crítica, constituyen una presencia demasiado fuerte como para ignorarse.

    Sin ninguna duda por el número y por la calidad de lo mostrado en las distintas secciones, es la mejor representación del cine latinoamericano en Cannes en muchos años. Pero además lo más importante fue el clima que rodeó esa participación y la sensación general de que en nuestros países están sucediendo ahora cosas interesantes, convirtiéndose el festival en un   termómetro para medir y calibrar los actuales resultados.

    Atravesamos quizá el   momento más favorable en mucho tiempo. Sin embargo, nunca es posible escapar a ese temor de que los buenos instantes son siempre pasajeros y de que la crisis nos acecha a cada paso. Por eso quizá la imagen apropiada para describir nuestros cines sea la de Sísifo, siempre empujando la roca en la montaña y luego teniendo que volver a empezar una y otra vez.Todavía no se olvida ni se acaba de superar la oscuridad que nos invadió a finales de los años ochenta. El desmantelamiento de los institutos de cinematografía, el retiro de los apoyos oficiales determinado por la ideología neoliberal dominante, la noción de que el cine debía permanecer como otro negocio más en manos particulares y sin la presencia protectora del estado. Por eso desde  la década del noventa tocó reemprender el camino, buscando nuevas alternativas y nuevas posibilidades. Otra vez se  hizo evidente que depender de las políticas variables de los gobiernos es un mal endémico del cine latinoamericano y que buena parte de su precariedad tiene que ver con esa circunstancia. De ese pozo los países han sido saliendo muy poco a poco y con distintos ritmos, lo que ha originado una considerable asimetría y diferencias notables en el grado de desarrollo de las varias cinematografías. Cada una ha venido buscando y ensayando sus propias fórmulas, encabezadas por Argentina que muy pronto encontró una ley de cine de inteligentes protecciones, o con Brasil que ha explorando vías llamativas para encontrar el apoyo económico para sus películas. Colombia apenas el año pasado promulgó una nueva ley de cine, Perú y Chile todavía aguardan por ese tipo de reglamentación, Uruguay conoce un renacer que pocos esperaban, Ecuador logra alguna resonancia en lugar del tradicional silencio, México no consigue resolver el conflicto que enfrenta su nueva política con los intereses de distribuidores y exhibidores.

    Pero más allá de esas particularidades y esos perfiles, lo indiscutible es que se vive en América Latina una cierta efervescencia  alrededor del cine y que ahora la única duda tiene que ver con el tiempo que pueda durar este clima favorable. Vamos otra vez con la roca cuesta arriba. Por eso de alguna manera lo que ha acontecido este año en Cannes no es sorpresa y lo que toca es reflexionar acerca de los rasgos que presenta este relativo resurgimiento del cine latinoamericano. Es especial porque las películas mostradas en el festival ponen ese tema como   primera urgencia, ya que actualizan el principal dilema al que nos hemos enfrentado desde hace bastantes años. No hay que olvidar que muchos desconfían de los renacimientos simplemente industriales, heredando y prolongando de alguna manera las concepciones que se impusieron en los años sesenta y que llevaron a la condena y desaparición de lo poco que teníamos de industria, básicamente con el cargo de que eran miméticas y repetitivas de lo que hacía y proponía la norteamericana.

    Lo que vemos ahora en Latinoamérica es un cierto florecimiento industrial, acompañado de una conciencia más clara acerca de la necesidad de dar bases sólidas a una actividad   cinematográfica permanente, pero esa idea va acompañada y no excluye ni se opone, como sucedió casi cuarenta años atrás, con la urgencia de proponer unas maneras narrativas y estéticas propias, diferentes. Lo visto en Cannes provoca una reflexión en ese sentido al igual que la   forma como las distintas generaciones se encuentran hoy comprometidas con el cine.

    Comenzando por este segundo aspecto, llama la atención que con la sola excepción del documental Salvador Allende de Patricio Guzmán, el resto de los participantes son directores jóvenes o de una edad que permite clasificarlos más de ese lado. Ya no queda duda de que la vieja invitación de la Nueva Ola francesa a que los jóvenes se tomaran el cine ha sido aceptada y cumplida. El audiovisual forma parte del espectro vocacional de los muchachos de hoy con una intensidad y un poder de atracción que pueden sonar un poco inesperados y llamativos. Sin duda el auge de las escuelas de cine y de las ofertas académicas, de una parte, y de la otra las nuevas tecnologías que abaratan y facilitan el acceso al medio han contribuido a la ocupación de los terrenos del audiovisual que hacen los jóvenes y que al pertenecerles como campo natural, tiene repercusiones en el ámbito de la estética.

    Muchos de esos nuevos directores poseen una mejor formación en el cine, pero además la misma actitud y vehemencia que van con los años lleva a que se interesen por un cine diferente, en alguna medida más personal y más dado a las alternativas, a la crítica frente a los sistemas tradicionales de producir y de contar las historias. Si se observa el panorama puesto en consideración por el festival de Cannes - exceptúo Machuca que no pude ver por incompatibilidades horarias-, es fácil percibir en él la doble línea de articulación en que nos estamos moviendo. Se encuentran allí obras que responden a planteamientos industriales más convencionales, más orientados hacia una distribución y un público   internacionales, y también un cine distinto que obedece a otros intereses y que anda en búsqueda de otros objetivos.

    Pienso que Diarios de motocicleta de Walter Salles y Crónicas de Sebastián Cordero encarnan un tipo de obra de corte y contenido más industrial, lo que explica la participación en esas películas de productores de mayores ambiciones comerciales. Son proyectos pensados para llegar a un público más amplio y que aspiran a copar una parte del pequeño espacio de la distribución internacional a que puede llegar el cine latinoamericano. No se trata   de un asunto que tenga que ver con la calidad de las películas, sino con las intenciones y las aspiraciones.

    Diarios de motocicleta es un buen filme, trabajado a partir del talento visual siempre vigoroso de su autor, y Crónicas representa un salto adelante considerable en la carrera y el oficio de Cordero. En el otro extremo de la banda se encuentran películas que parten de inquietudes exclusivamente artísticas y que no muestran la más mínima preocupación por la mejor o peor respuesta del público. Filmes que obedecen a conceptos   exclusivamente personales y que pretenden reflejar el mundo creativo de sus autores y sus especiales formas de entender el guión, la narración y la puesta en escena. Pienso en cuatro títulos como La niña santa de Lucrecia Martel, Whisky de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, Los muertos de Lisandro Alonso y Temporada de patos de Fernando Eimbcke, obras que de manera deliberada  se olvidan del público y de los compromisos con la taquilla y buscan llegar a un tipo de cine que exprese exclusivamente sus particulares mundos creativos.

    La niña santa conserva el rigor de un planteamiento absolutamente personal, prosiguiendo en la línea en que estaba La ciénaga , la opera prima de Lucrecia Martel. A partir de un guión que refleja un increíble esfuerzo de armado y una paciencia sin límites en el hallazgo de detalles y de puntas cruzadas de la historia, apenas entredice cosas que quedan como rasguños en la conciencia del espectador, dejando en la penumbra o en la voluntaria oscuridad aspectos que la directora se niega a revelar. 

    Otro regreso esperado era el de los uruguayos Rebella y Stoll, autores de una obra de gran poder de sugestión como era 25 watts, en especial por lo que tenía como propuesta de una narración por entero desdramatizada. Whisky no desencanta y si bien parece tener una debilidad inicial grande de verosimilitud en el guión, a partir del momento en que el espectador acepta esa fractura y entra en la lógica propuesta, la película está llena de logros y consigue momentos, como por ejemplo el de los hermanos y la mujer en el hotel, totalmente maravillosos y que justifican el reconocimiento de que fue objeto por parte del jurado de la Federación de la Prensa Cinematográfica.

    Los muertos es la segunda muestra de una de las personalidades más insulares del cine argentino y latinoamericano en general. El recuerdo de la opera prima de Lisandro Alonso La libertad sirve para no sorprenderse de lo que tiene esta nueva exploración en la interioridad de un hombre solo, en su recorrido en busca de su hija y luego de pagar un buen número de años de cárcel. Con una acción exterior reducida   a lo mínimo, lo que interesa es la depuración del trabajo de la puesta en escena y la correspondencia entre la soledad interior y los espacios geográficos que recorre el personaje.

    En cuanto a Temporada de patos llama la atención por lo que supone como inicio brillante para el director mexicano Eimbcke. Pletórica de humor y vitalidad, el retrato de este grupo de muchachos consigue una fidelidad increíble, utilizando al máximo las posibilidades de un blanco y negro que sirve para volver más cotidiano, más gris y anodino el mundo en que se mueven estos adolescentes.

    Entre lo comercial inteligente de Diarios de motocicleta y Crónicas y el cine más de autor de los directores ya mencionados, sin duda que entre esas dos líneas se movió la muestra latinoamericana de Cannes. Si se agregan los triunfos de Berlín en febrero, el año 2004 se presentó bajo los mejores augurios y ha dejado la sensación de que por el momento vamos con nuestra roca montaña arriba.


    (Fuente: www.elojoquepiensa.com)


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