CRÍTICA



  • Los viejos, realizadores que hacen grandes apuestas buscando sus propios límites
    Por Manuel María Caballero


    Después de mucho tiempo, quizás años, el cine boliviano reaparece en las pantallas con una propuesta arriesgada y un logro extraordinario. Los viejos, de Martín Boulocq, es la muestra de que en Bolivia aún existen los realizadores que hacen grandes apuestas buscando sus propios límites, intentando llevar al espectador a lugares que desconoce. 

    Hace varias décadas Piero puso en la boca de más de uno la canción de protesta, y ahí se inscribe Coplas de mi país preguntándose entonces “cómo le cuento a mi gente país / lo que pasa en esta tierra” para después responder de la manera más simple “las cosas se cuentan solas / solo hay que saber mirar”. He aquí una de las mejores maneras para poder acercarse a Los viejos. Se trata de permitir a las imágenes que nos relaten algo que puede contarse solo.

    Las heridas abiertas por la dictadura y el exilio en América Latina, y en Bolivia en particular, aún siguen abiertas. Las historias se multiplican en tanto uno intenta reconstruir su propio pasado, qué se hizo, o qué se dijo. ¿Qué fue lo que pasó?

    Boulocq atraviesa los 31 años que nos separan del último golpe militar, el que protagonizó García Meza y sus secuaces, con ayuda de paramilitares argentinos y otros agentes detestables. Los viejos vuelve a los archivos, primero los cinematográficos con la secuencia inicial dónde se expone la realidad de la represión y los campos de concentración en el altiplano, y luego a lo sonoro con la voz del propio asesino que dio las órdenes para la Masacre de la calle Harrington o la tortura de Luis Espinal, con Arce Gómez declarando en cadena nacional la atroz sentencia, la del testamento bajo el brazo

    Erizada la piel en ambos momentos, la historia no se limita a recurrir al pasado sino que construye un discurso actual que se presenta sutilmente en un par de escenas. La primera es la desolación del personaje principal Toño, interpretado por Roberto Guilhon, cuando se levanta de la mesa para internarse al bosque y pone sus manos sobre la nuca de la misma manera en la que los presos se dirigieron a lugares siniestros como la Dirección de Operación Política (DOP). La segunda imagen que nos conecta con el presente es la angustia de Ana (Andrea Camponovo), cuando ella también en el bosque es seguida por un perro que no le permite vivir su dolor. Puede ser este el símbolo de la oscura presencia de los responsables de los crímenes irresueltos que aún insisten en distraer la historia, que se resisten a entender el nuevo tiempo. Lo escrito hasta ahora concluye con una necesidad propia, que comparto con muchos, una exigencia nacional, una demanda más de justicia. Ahora en democracia hay que insistir en la Desclasificación de los Archivos Militares porque la historia es nuestra y tenemos que conocerla.


    (Fuente: Cinemascine.net)


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