Eficaz y emotivo en términos de comunicación, franco y sin saña, necesario y verídico, Páginas del diario de Mauricio es el más reciente largometraje de ficción estrenado por la cinematografía nacional, y valga aclarar que no se trata, para nada, de una comedia de enredos, costumbrista o pintoresca, porque no solo de chistes gruesos vive el espectador, como parece esperar a toda costa el nutrido auditorio juvenil con el cual compartí varias estridentes y calurosas tandas en el Yara y el Payret. ¿Necesidad desconectante impuesta por el verano, rechazo grupal a lo profundo y reflexivo, o concomitancia con ciertas tendencias de nuestro cine reciente?
Tal vez las tres razones al mismo tiempo, y algunas otras que ojalá no enturbien la posible y activa relación de esta película con un público sosegado, maduro y respetuoso. Con guión y dirección de Manuel Pérez, fotografía de Raúl Rodríguez, y protagonismo de Rolando Brito (trío de consagrados cuyo desempeño combinado se convierte en principal atracción para los conocedores) Páginas del diario de Mauricio es una de esas historias intimistas, enfocada en los conflictos privados y personales de un hombre que, el día de su cumpleaños número 60, precisamente en los días en que se celebran los Juegos Olímpicos de Sydney, le pasa revista a los últimos 12 o 15 años de su existencia, período en el cual desaparecieron, o se transformaron dramáticamente, algunos de los seres queridos y de las certezas ideológicas que afianzaban su voluntad.
Siendo, como es, una de esas películas de tesis sobre un personaje positivo que logra sustentar a toda costa la coherencia ética y política, por difíciles y confusas que sean las circunstancias, se explica que el principal código utilizado para transmitir ideas sean los diálogos, pero tal vez debieron evitarse ciertos excesos retóricos. Se habla mucho en esta película, de modo que se subraya en demasía, se deslizan frases demasiado ampulosas como para convencernos de que se trata de diálogos naturales, instantáneas extraídas de la vida real. A ello se añade la insistencia prolija de la voz en off del narrador-protagonista, que manipula de manera demasiado obvia la narración completa y sugiere todo el tiempo lo que debemos pensar sobre lo que se está mostrando.
Aparte de la superabundancia verbalista, excusable si tenemos en cuenta que nos encontramos ante un cine de ideas, sólido y riguroso, dirigido a relatar algunas experiencias que nunca habían sido mostradas por los filmes cubanos hechos en la Isla, Páginas... aspira y consigue cronicar uno de los períodos históricos más difíciles que ha atravesado la Revolución, a través del método consistente en entrelazar dramatúrgicamente la esfera privada y los sacudimientos o repercusiones de la política: perestroika soviética, derrota sandinista, caída del muro de Berlín, desintegración de la URSS, rigores y migraciones generadas por el período especial, acontecimientos deportivos que mantuvieron en vilo al país entero, y muchos otros. De modo que estamos en presencia de una especie bien particular de cine político ameno y perspicaz, que quiere escapar a todas luces de perspectivas reductoras, dogmáticas o consignistas, para proponer en cambio el análisis sincero, la reflexión que da cuenta de las catástrofes padecidas por los revolucionarios del mundo entero, y por los cubanos en particular, con un dejo ¿por qué no? de lúcida tristeza y humanísimo desconcierto.
Si el único valor de la película consistiera en haber presentado de modo coherente y responsable un completo panorama psicológico-político de los cubanos, entre 1988 y 2000, ya sería suficiente para catalogarla como una obra necesaria, sagaz y significativa, pero no acaban la virtudes del filme en el prolijo compendio de calamidades y retrocesos que no tiene la voluntad de sembrar la inutilidad del derrotismo y la desesperanza. Vale exaltar esa confianza en la supervivencia por la verdad iluminados que nos deja todo el filme, particularmente las secuencias finales, con la alternancia entre despedidas y permanencias, entre soledad y compañía, entre pasado traumático y futuro imprescindiblemente mejor. Respecto a realización, destaca el trabajo interpretativo de primera clase, dominado por Rolando Brito —quien solo en algunos brevísimos instantes da la impresión que está encarnando a Mauricio desde afuera, desde la apariencia— y muy equilibrado en cuanto al notable plantel de actores y actrices que lo rodean. Sorprendente la potestad y vehemencia de Blanca Rosa Blanco, profesionales y convincentes Larisa Vega, Patricio Wood y Enrique Molina, sugestiva y comedida la intervención de Yipsia Torres.
Amén de las actuaciones y de los diálogos, que alcanzan óptimos (o menos buenos) momentos dentro de un promedio de corrección y profesionalidad, sí debe apuntarse que el lenguaje visual de la película es pobre, por momentos exánime, e incluso televisivo en el peor sentido, es decir frontalidad o inmovilidad de la cámara, fastidiosa sucesión de plano-contraplano, y esta sensación de fatigoso estatismo se agrava en la primera mitad, cuando la narración se torna más lenta y reiterativa por el tímido arbitraje de la edición. Tampoco contribuyeron favorablemente la dirección de arte y la atmósfera sonora, pues apenas se percibe voluntad por atrapar, con pocos recursos de vestuario y escenografía, o con la apoyatura de la música, los ruidos y los silencios, el aliento, la apariencia y el universo objetual o sonoro de cada momento descrito. Y en mi opinión, el demarcado de tales diferencias resultaba pertinente.
Los anteriores señalamientos no indican, de ningún modo, que estas Páginas... clasifiquen en los anaqueles de lo fallido y olvidable. Insisto en que se trata de uno de los esfuerzos cinematográficos indispensables para comprender la Cuba contemporánea, evento audiovisual casi imprescindible para todo espectador con más de 30 años e interesado en entender la dinámica reciente de nuestra psicología social. Además, es un filme aportador para todos los jóvenes interesados en indagar, comprender y revisar el pasado reciente de modo que se pueda avizorar con certezas el futuro inmediato. Conste que Manolo Pérez consigue también la inefable y escurridiza magia de la identificación, esa que le permite al público solidarizarse con los personajes y entenderlos a plenitud, particularmente ocurre con este Mauricio íntegro, héroe de carne y hueso, nunca de bronce ni de mármol, persona vulnerable y chévere con quien uno quisiera compartir una cerveza, hablar de la vida, y hasta intentar convencerlo de que, por mucho que hiera a veces la soledad, no es más que un estado mental transitorio, remediable. Asegura un refrán español que «La soledad es un desierto en el que no es posible subsistir sin que se tengan provisiones», no le faltan dotaciones y reservas a Mauricio, un personaje imprescindible desde ya en la historia reciente del cine cubano.