Fando y Lis (1968) es, entre otras cosas, un cuento de hadas; cuento negrísimo, provocador, brutal, pero cuento de hadas al fin y al cabo. Es a la vez una declaración de principios jodorowskiano, un manifiesto transparente que desde el primer momento muestra sus cartas. ¿Qué podemos decir de ese plano inicial donde una blanquísima Lis se come entera una flor? ¿Nos seduce esa imagen? ¿Nos perturba?
Alejandro Jodorowsky -chileno de nacimiento- había fundado el Movimiento Pánico junto con el español Fernando Arrabal y el francés Roland Topor, los tres se apartaron de los conceptos surrealistas de Breton fundando un movimiento basado en “la confusión, la memoria, la inteligencia, el humor y el terror”. El grupo le entró de lleno al teatro, que era la principal ocupación de Jodorowsky por entonces. Esta historia viene a cuento pues Fando y Lis se basa en una pieza teatral de Arrabal escrita en 1955. El grupo Pánico se disolvió en 1973, sin embargo la obra posterior de los tres fundadores continuó irradiando su influencia décadas después.
Fando y Lis se filmó en condiciones azarosas en el México de 1967, eran aquellos unos tiempos singulares, años de explosión de ideas y cuestionamiento de lo establecido, de búsqueda de nuevos paradigmas y de lucha política; sin embargo diremos que en esa sala amoblada donde la vanguardia cultural discutía temas serísimos, Jodorowsky y los suyos se empeñaban en romper jarrones de porcelana, terroristas puros.
¿Pero de qué va esta historia? El argumento se resume en pocas líneas: Fando y Lis son dos jóvenes amantes, ella ha perdido la movilidad de las piernas y por ello Fando es su único sostén, ambos van tras la búsqueda de Tar, mítica ciudad que es un refugio paradisíaco, la otra cara de un mundo destruido y caótico. Fando lleva a Lis en un carrito maltrecho, ridículo. Los peligros acechan, las pruebas por superar aparecen en cada recodo del camino, pero la sola mención de Tar parece justificar tan azarosa travesía.
Cada tramo del viaje y cada escena pueden ser interpretados de distintas maneras, lo único permanente es el el clima de absurdo que lo envuelve todo. El talento de Jodorowsky en la composición visual sumado a su sentido de provocación hacen avanzar la historia, que sin embargo se diluye a ratos en una cadena de símbolos difusos. Ensayemos una interpretación. La pareja representa a la humanidad en su búsqueda de felicidad, pero inconsciente de sus propias debilidades -de hecho los amantes cargan no pocos traumas de infancia-. Ciegos en su búsqueda, con una idea fija en la cabeza, creen que ese paraíso perdido se halla en algún lugar tangible, tardarán mucho en descubrir que nada es cierto, que todo es impostado y fugaz. Como los happenings y performances a los que Jodorowsky era tan afecto.
De esta manera vemos a Fando y Lis pasear su amor por edificios demolidos, cementerios, abismos, ciénagas; la tierra que atraviesan está habitada por una casta de demonios y bestias en la forma de seres despojados de humanidad: aristócratas que hastiados de confort se divierten a costa de la pareja, seres viscosos que emergen del barro, viejas que se juegan un amante a las cartas, muertos que reviven de sus tumbas, travestis que juegan a cruzar los roles sexuales de los amantes. Esta mixtura bizarra está dispuesta de manera tal que provoca reacciones marcadas en el espectador. A medida que avanza la historia no ocultamos cierta curiosidad morbosa por ver cómo opera el gran titiritero Jodorowsky con sus marionetas humanas. Todo esto con el riesgo de que la impresión final sea el desconcierto puro.
Este clima de irrealidad se acentúa por el tono impostado y teatral en las actuaciones, con las voces dobladas sonando desde un off distante, la música contribuye con lo suyo, conteniendo piezas a ratos infantiles y juguetonas y por otros momentos cercanas al ruidismo y al avant-garde jazz; el blanco y negro de la fotografía acentúa los contrastes y destaca las facciones de monstruos y héroes.
Es cierto que la mano de Jodorowsky lo es todo en esta obra, sin embargo el desempeño de los protagonistas es también destacable, Sergio Klainer como Fando y especialmente Diana Mariscal en el papel de Lis. Vemos a Lis torturada y arrastrada por un enfurecido Fando, desnuda y convertida en objeto sexual, arrojada sobre una montaña de cadáveres de animales -y en lo que constituye una escena antológica- ofreciendo su sangre a un anciano que con una jeringa extrae el líquido de sus venas y se bebe todo en una copa. Tal cual.
Fando y Lis es en suma una muestra sobresaliente del arte de Jodorowsky, a quien luego encontraremos en otras películas rompedoras, y también en literatura, cómic, escultura, música y finalmente en la psicomagia. La visión de esta película hoy en día -luego de más de 40 años de creada- sorprende pues no muestra signos de vejez. El animal que es Fando y Lis muerde aún y encuentra carne en esta sociedad como lo hiciera en su momento, tal parece que la premisa iconoclasta de los pánicos sigue vigente. La sociedad pues no cambia mucho, o como diría El Gatopardo, cambia algo para que nada cambie.