CRÍTICA



  • Los últimos cristeros, con personajes buenos y malos al mismo tiempo
    Por José Luis García


    “Pobre del pobre que al cielo no va, lo chingan aquí y lo chingan allá” dice en la novela Rescoldo: los últimos cristeros escrita por Antonio Estrada (Durango, México) en la que se basa esta película sobre uno de los hechos que han pasado más desapercibidos para el cine mexicano, una guerra religiosa ocurrida entre 1926 y 1929, la Guerra de los Cristeros originada cuando unos 50.000 campesinos se levantaron en armas contra un gobierno que años antes les había quitado la propiedad de sus tierras y que entonces pretendía privarles de su libertad religiosa.

    El filme Los últimos cristeros, de Matías Meyer, fue rodado en el lugar donde los cristeros se hicieron más fuertes porque conocían el terreno, en los límites territoriales de Zacatecas, Nayarit, Jalisco y Durango. Para las fuerzas federales, llegar a esos lugares era extremadamente difícil pero los campesinos eran muy poderosos porque conocían perfectamente ese territorio y como poseían muy pocas armas tenían que cuidarse mucho de que donde pusieran el ojo pusieran la bala.

    “Los últimos cristeros” fue presentada en el Festival de Morelia. Para su realizador, resultaba casi inevitable tratar este tema como cineasta ya que su padre Jean Meyer es un historiador que precisamente llegó a México con la intención de estudiar este fenómeno sobre una guerra cuyo conflicto se basaba en el hecho de la fe religiosa.

    El padre de Matías Meyer supervisó el guión para darle la perspectiva adecuada. Aunque ya no es un tema tabú, como lo fue antaño, los mexicanos siguen ignorando bastantes datos acerca de esa página de su historia, aunque la película no está basada en hechos históricos sino que se trata de una ficción con el fondo de la realidad de aquellos momentos.

    Meyer dijo en Morelia que le interesaba, más que hablar acerca de la fe religiosa, “de la creencia de que se pueden cambiar las cosas, que vale la pena tener ideales y que, por muy desigual que sea la lucha, unos pocos hombres pueden hacer algo parecido a la historia de David y Goliat”.

    La película está posicionada dentro de un plano bastante neutro y trata incluso los problemas internos entre los cristeros ya que también existieron, mostrando tanto sus bondades como sus maldades.
    Uno de los aspectos más llamativos del film es que algunos campesinos alzados en armas, entre ellos el coronel, para enfatizar su reivindicación religiosa usaban una estética que se asemejaba a la imagen de Cristo, con pelo largo y barba.
    Los planos abiertos también abundan en la película ya que Matías Meyer pensó que de esta manera se aproximaba más a lo que son las representaciones bíblicas.

    El ritmo de la película es pausado según el realizador porque quería crear un diálogo interno entre la historia y el espectador y que muchas veces sean las propias imágenes las que hablen.
    La mayoría de actores son no profesionales, es su primera actuación frente a la cámara, y algunos de ellos debieron bajar 10 kilos de peso para poder participar en la película.

    Algunos Estados limítrofes apoyaron con fondos la película que costó 16 millones de pesos, no así los gobernados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que, según el realizador, piensan que los cristeros eran de derechas: “los cristeros no fueron de derechas ni de izquierdas, eran del cielo” -recordó en Morelia.
    El pulso entre el gobernante Plutarco Elías Calle, quien prohibió totalmente las concentraciones religiosas, y los campesinos cristeros arrojó doscientas cincuenta mil víctimas en tan sólo tres años.


    (Fuente: Cinestel.com)


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