Pedro González-Rubio, codirector del interesante documental Toro Negro (BAFICI 2005), debuta en la realización en solitario (y se ocupa de casi todos los otros rubros) con Alamar, este relato minimalista, bello y encantador sobre la relación entre un joven padre mexicano y su hijo de cinco años durante un viaje a una isla paradisíaca en la que pararán en una cabaña rústica con hamacas y estarán en contacto directa con la naturaleza, pescando en barco, cazando langostas y buceando en unos hermosos arrecifes de coral.
Ese encuentro padre-hijo tiene una fuerte carga emocional, ya que se trata de una suerte de despedida: el niño partirá luego a instalarse de manera definitiva en Roma con su madre italiana, que acaba de divorciarse del padre. Merecida ganadora de la Competencia Internacional del BAFICI 2010 y del Tiger Award de Rotterdam 2010, entre muchos otros galardones. DB
RESEÑA 2
Un film mínimo, que se agranda en su modestia, y que explora tanto el mundo geográfico como la emocionalidad de los personajes: un chico pasa unos días en el Caribe con su padre mexicano, quien acaba de separarse de su mujer italiana. La madre es urbana, y de Roma, el padre es un pescador que vive en una cabaña sobre el mar, donde va el muchachito antes de instalarse en Italia. El hijo de pocos años vive una estadía que lo inicia en los secretos de la pesca en lancha, de la caza submarina, del buceo con snorkel, pasando del miedo inicial a la confianza que le dan un padre cálido y protector y un abuelo sabio.
Los tres hombres comparten la cotidianeidad de la vida en el mar sin presencias femeninas, excepto la de Blanquita, una garza bellísima casi domesticada. La película no se ata demasiado a ninguna de las categorías tradicionales -documental, ficción, película familiar- y respira libertad, espontaneidad, amor y belleza.