CRÍTICA



  • Las Acacias, historia mínima de alcance universal
    Por Josefina Sartora


    Tres películas locales han sido disputadas este año por los principales festivales: Las Acacias, Abrir puertas y ventanas y El premio (esta última no es una producción argentina, aunque la directora, la historia, los personajes, los actores y las locaciones lo son). Todas ellas pudieron verse en la reciente edición de Mar del Plata. Las Acacias se estrena aquí después de haber cosechado premios en Cannes (Cámara de Oro), San Sebastián, Biarritz, Lima, Londres y siguen los éxitos.

    Las Acacias es una película pequeña pero de logros enormes, una historia simple que aborda temas universales. Un hombre debe trasladar en su camión un cargamento de troncos de acacias desde Paraguay hasta Buenos Aires. El hombre es un solitario, como suelen serlo los de su oficio y tiene su vida organizada a bordo de su vehículo-vivienda. Pero, esta vez, quien lo ha contratado le agrega un extra: una pasajera que además trae una beba consigo.

    Así comienza esta road movie que, como todas las de su género, resulta un viaje iniciático para esas tres personas. Con escasos diálogos, y en base a miradas, gestos y actos por demás elocuentes, estamos ante una película de climas. Al principio callado, hosco, Rubén (Germán de Silva) no oculta su desagrado, su incomodidad ante esas dos intrusas que han invadido su cabina. Jacinta (Hebe Duarte) lo percibe, y respeta sus silencios, que hace propios, y casi no sostienen diálogo en la primera media hora del film. Recién entonces él le preguntará sus nombres. Será Anahí, la bebita, con su sonrisa encantadora, su mirada expresiva, sus actitudes de simpatía hacia Rubén, quien ayudará a ablandar de a poco la dura coraza del hombre quien, es evidente, vive un vacío emocional y afectivo. Así, va estableciéndose entre los tres un vínculo que al principio parecía impensable.

    Poco se contarán los protagonistas acerca de su pasado, de sus familias. No hay confidencias, tampoco explicaciones. Y no hacen falta. Sin música ilustrativa, el sonido ocupa una importancia relevante: el llanto de la beba, los ruidos de la ruta, los del propio camión, los silencios, componen una banda sonora pletórica de significados. Es además un film respetuoso de los tiempos, en el que jamás decae la tensión narrativa, y nunca se cae en los lugares comunes.

    En esta película donde el lenguaje corporal cobra una importancia radical, basta comparar dos momentos similares: cuando Rubén recibe a madre e hija al pie de su camión por primera vez, y cuando, después de una noche y una escala técnica, vuelve a esperarlas junto al vehículo para continuar viaje. Todo su cuerpo expresa la transformación que se ha producido.

    Rodada en su mayor medida dentro de la cabina, desde una y otra ventanilla hacia el interior, alternando con el enfoque del espejo retrovisor, la película recuerda a las de Abbas Kiarostami, otro director de seres itinerantes, cuyos films también transcurren en gran parte dentro de los vehículos, y también abordan temas universales desde pequeñas historias particulares. Giorgelli ha evidenciado en varias entrevistas la importancia que para él conlleva el tema de la paternidad. Las Acacias, con su sensibilidad, habla de los lazos afectivos, de la solidaridad, de la necesidad de amar, sin otros recursos que una dirección inteligente y dos actores estupendos, nada menos. Y, por supuesto, con las horas que habrá necesitado el equipo de dirección hasta obtener los gestos adecuados de esa niña excepcional.


    (Fuente: Otroscines.com)


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