ENTREVISTA



  • Fernando Meirelles: Luego de El jardinero fiel
    Por Pablo de Santiago


    ¿Cómo llegó este proyecto a sus manos?

    Para mí fue una coincidencia, una casualidad. Me encontraba en Londres trabajando en otro proyecto y un amigo me llevó a ver al productor Simon Channing-Williams, que me habló de esta película y me dejó el guión para leerlo. Unas semanas después me ofreció dirigirla. Yo no tenía ninguna intención de rodar en inglés y lo que más me atrajo del proyecto fue la oportunidad de filmar en Kenia. Había estado allí antes y me apetecía filmar en ese país. Además era una historia de amor muy bonita.

    Sin embargo, parece un proyecto comercial, menos personal, enfocado al cine americano…

    El jardinero fiel era una producción independiente inglesa y después fue vendida a Focus Pictures, que pertenece a Universal. Pero el presupuesto ha sido pequeño –25 millones de dólares– si lo comparamos con las grandes producciones americanas. Y no ha habido ninguna interferencia: he rodado exactamente la película que quería. De todas maneras, aunque yo sí creía que iba a quedar una película comercial, los críticos no la han visto así y la han puesto muy bien. Con lo que estoy encantado.

    ¿Siempre pensó en Ralph Fiennes?

    Bueno, esta película iba a ser dirigida al principio por Mike Newell y él fue quien preparó el guión y todo lo demás. Pero luego le ofrecieron Harry Potter y el cáliz de fuego y dejó la película. Yo estaba en Londres cuando esto sucedió y fue una coincidencia que estuvieran buscando un director en ese momento. Ralph Fiennes ya estaba ligado al proyecto entonces. En realidad, él fue el que me tuvo que probar a mí, porque él había sido contratado para hacer una película con Newell y no conmigo. Para contratar a los demás actores ingleses sí asistí al casting.

    ¿Qué parecidos ha encontrado entre Kenia y Brasil?

    En Kenia los barrios pobres son mucho más pobres que las favelas de mi país. En Brasil, las favelas tienen los servicios mínimos: electricidad, agua corriente, televisión, frigorífico. Pero en Kenia no hay nada, las casas son de barro, sin muebles, sin agua… Yo, que estoy acostumbrado a filmar en favelas, quedé muy impresionado en Kenia.

    ¿Hasta qué punto su película denuncia hechos reales? ¿Cree que hoy en día las grandes compañías farmacéuticas llegan hasta ese grado de conspiración o corrupción?

    La película está basada específicamente en un suceso que ocurrió en el 2000 en Nigeria, con la compañía Abbott. La obra de Le Carré está basada en ese hecho. Es exactamente lo que pasa en el film: una compañía comienza a probar sus productos y a los pocos meses la gente empieza a tener problemas de salud. Ahora, la compañía Abbot está siendo procesada por eso. De todas maneras, África es el lugar donde la mayoría de las compañías prueban sus medicamentos. En otros países es más difícil y costoso, con muchos problemas burocráticos, pero en los países africanos es fácil llegar a un acuerdo con los diferentes ministerios de sanidad.

    Aunque usted llegó con la producción comenzada, el estilo visual del film es totalmente personal…

    También cambié bastante el guión. Había más personajes británicos y la intriga era más discursiva y tenía lugar en los despachos. Yo simplifique la trama e incluí más escenas en Nairobi, en las calles, en los mercados, en el hospital… Quería mostrar más el país. En cuanto al aspecto visual, en esta película he trabajado con el mismo director de fotografía de Ciudad de Dios, César Charlone, y tal vez por eso tiene una factura parecida. César tiene una manera de trabajar muy diferente de lo normal. Cuando filmamos no necesitamos mucho equipo, ni siquiera una luz especial. El proceso es muy simple, como un documental. Toda la labor de fotografía es posterior, está hecha en posproducción. Así el proceso es mucho mejor para todos, para el director y los actores, porque no se requiere mucha preparación. Llegamos al set y todo está listo para filmar, es inmediato. De esa manera todos los días filmamos mucho y luego el proceso de montaje es muy fácil, porque contamos con material de sobra y con todas las escenas rodadas con distintos ángulos. Y los actores agradecen ese modo de trabajar, porque no tienen que esperar.

    Hablando del montaje, la estructura de la película es compleja y algo desconcertante, con mucho flash-back…

    El desconcierto es algo positivo… ja, ja. El primer montaje que hicimos era lineal y resultaba una película aburrida y previsible. Así que la nueva estructura proviene del montaje final, no del guión.  Probamos seis modos diferentes de comenzar la película, hasta que llegamos a la conclusión de que la primera escena debía ser la muerte de Tessa. Lo curioso es que nosotros dedicamos 4 ó 5 meses para dar con la estructura correcta, y en la novela Tessa también muere en la primera página. Así que al final llegamos a la misma conclusión que Le Carré.

    Las dos películas que conocemos de usted provienen de novelas…

    En el caso de El jardinero fiel, lo primero que leí fue el guión. Me pareció interesante, pero en un primer momento no me atraía. Luego me compré la novela y la leí a la semana siguiente. Fue entonces cuando pensé en cómo podía llevarla a la pantalla y en las cosas que podía modificar. Ciudad de Dios fue diferente. Yo no deseaba hacer una película sobre el mundo de la droga, pero al leer la novela quedé impresionado porque me hablaba de un país, de una realidad, que no conocía. Después de 45 años en Brasil no sabía nada de su existencia. Allí había un país distinto, extraño, y por eso quise hacer Ciudad de Dios, para hablar de ese universo diferente del que yo conocía.

    La película comienza como un thriller, pero acaba por desarrollarse como un conflicto de amor, de entrega. Pero es un amor muy borroso y apenas se muestra en pantalla. Me gustaría que comentase este aspecto del guión, para mí arriesgado, porque existe el peligro de que el espectador no se implique emocionalmente…

    Yo lo llamaría un thriller existencial... Pero, bueno, cuando ellos se conocen es casi por casualidad, y, en un momento dado, ella le pide que le lleve a África con él. Lo interesante es que es después de su muerte, cuando él empieza a investigar, cuando descubre quién era realmente su mujer, por qué luchaba. Y eso es lo que me encanta de la historia, que él se apasiona por ella después de su muerte. Aunque es verdad que los dos son personas muy distantes, incluso me pregunto por qué Justin se interesa por Tessa después de que ésta se enfrente a él en público… Y yo quería mostrar a Tessa como alguien al principio desagradable, para que al público le suceda un poco como a Justin, que vaya cambiando de parecer conforme avanza la película.

    ¿Cómo fue su relación con John Le Carré?

    Excelente. Él es muy poderoso en Inglaterra, y en concreto en esta película tenía el poder total, sobre el director, el guión, los actores. Todo debía de ser aprobado por él. Pero nunca usó de ese poder de una forma autoritaria, siempre fue muy constructivo. Muchas veces teníamos reuniones para que aprobase lo que hacíamos y me enviaba notas sobre el guión, sobre algún diálogo que podía modificarse, pero siempre de un modo muy positivo. Una vez leí que jamás le habían gustado las adaptaciones de sus libros, por eso ahora había querido tener tanto control. Y hay que decir que yo cambié mucho la historia y él aprobó todos los cambios.

    Me gustaría que hablara de una escena muy significativa, cuando la niña se baja del helicóptero. ¿Es una toma de postura, como si los países afr¡canos dijeran a occidente “dejadnos en paz”? A su modo de ver, ¿hasta qué punto es lícito el intervencionismo?

    La escena es más sobre Justin que sobre la niña. Los propios africanos saben que no pueden subir. Una cosa que sucede en esas poblaciones es que cuando hay ataques son los propios aldeanos los que protegen a los pilotos de los helicópteros o aviones que les traen comida. En cuanto al intervencionismo, es una cuestión complicada… Allí se ha creado una cultura de ayuda externa; ellos ya dan por hecho esta ayuda y cuentan con ella. Y eso es perjudicial para África. En Kenia, en lugar de crear empresas mucha gente piensa “voy a hacer una agencia para captar ayuda de Bélgica, de Suiza…”, pero nunca piensan en hacer algo propio. Y eso es algo muy malo. Un ejemplo de todo esto es que la zona de rodaje se convirtió en un lugar donde enviar comida, entre Kenia y Sudán. Es el mayor centro de ayuda del mundo. Imagínate seis aviones haciendo cuatro viajes al día. Así se crean muchos problemas entre Sudán y Kenia, porque todos quieren beneficiarse de la ayuda occidental.

    ¿Cuál es su próximo proyecto?

    Estoy terminando el guión de una historia –que también produciré y dirigiré– que se titulará Intolerancia 2, como si fuera una continuación de Griffith… La quiero rodar en julio. Es una historia sobre globalización que tiene lugar en seis países. Lo de Griffith es un poco de broma…, pero, como en su famosa película, yo también quiero hablar de la humanidad, de las diferentes maneras de vivir y de ver la vida en distintos lugares. Es una comedia filosófica.



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