CRÍTICA



  • Boleto al paraiso, paraíso no perdido
    Por Frank Padrón


    Lo  extraordinario en el cine hoy no es la mixtura intergenérica; al contrario, es difícil hallar una comedia, por muy ortodoxa que pretenda ser o de hecho sea, sin unas buenas pinceladas dramáticas, o por el contrario, uno de esos dramas desgarradores en los que no asome por aquí o por allá algún que otro chiste; tampoco es raro en pleno documental hallar una representación, o en la más tradicional ficción, pasajes que recuerdan el otro género. Y es que, simplemente, así es la vida que imita el cine, el arte todo.

    Mucho más difícil, a mi juicio, resulta, en esas y otras mezclas, hallar el tono; que, digamos, no se afecte la comunicación ni se extravíe la brújula debido a esas y otras intersecciones. Gerardo Chijona, que en sus inicios facturó más de un excelente documental (Ella vendía coquitos, El desayuno más caro del mundo…) donde, a propósito, ya latía una indudable vena fictiva, extravió el tono cuando se lanzó a la ficción en su segunda experiencia, Un paraíso bajo las estrellas (1999), pues a caballo entre el melodrama y su parodia no quedaban claros los códigos de ambos.

    Sin embargo, once años y varios filmes después, lo encuentra plenamente en otra versión del ‘Edén’, esta mucho más doliente y dura que la amable comedia de equívocos que resultó aquella experiencia; en Boleto al paraíso (2010) la presencia de pasajes risueños y varios gags, de personajes episódicos que por su extravagancia mueven a la sonrisa en medio de una historia más que seria, grave, solo refuerza este carácter y traza un sendero expedito a su tremendo desenlace.

    De modo que no solo no hay contradicción entre una primera parte digamos más ligera -pero donde se anuncian claves del verdadero meollo dramático- y una segunda donde se explayan los conflictos, sino que existe un adecuado complemento entrambas.

    Tampoco eran necesarias demasiadas referencias al marco temporal donde se inserta la historia -principios de los años 90, nuestro período especial-, no solo porque las que se ofrecen son más que suficientes, sino porque lo acronológico del tema es evidente, y sus coordenadas universales son mucho más importantes que una concreta ubicación.

    Partiendo del libro SIDA: Confesiones a un médico, del doctor Jorge Pérez Ávila, con testimonios reales, Chijona y sus coguionistas -Francisco García González y Maikel Rodríguez Ponjuán-, se sumergen en el mundo del VIH SIDA y de jóvenes  friquis procedentes del interior del país, víctimas de familias disfuncionales, quienes viajan a la capital buscando una liberación; uno de ellos la encuentra de manera trágica, directamente relacionado con el sanatorio donde entonces se internaban de manera permanente  los enfermos.

    Más que el curioso  road movie, que motiva desde los inicios, interesa ese viaje al interior de los atormentados personajes y su sicología; Chijona se nos muestra como un narrador cada vez más competente, y solo se lamenta un poco que de manera abrupta se abandonen los destinos de los amigos de la pareja protagónica para concentrarse en ella; también que escenas como las del intento de suicidio en el sidatorio alcancen un efectismo que satura los buenos rumbos dramático-narrativos que llevaba la trama; mas, de cualquier manera, nos enfrentamos a un texto fílmico maduro, aleccionador sin didactismos, conmovedor sin trucos sensibleros y de una dignidad estética y humana a toda prueba.

    Rubros como la Fotografía, del maestro Pérez Ureta -magistral sobre todo en los espacios oscuros, tan a tono con los meandros del relato-, la Música de Edesio Alejandro -discreta en su función comentadora, más que subrayante- y el montaje de Miriam Talavera -empalmando hábilmente los segmentos- refuerzan la consecución del filme.

    Un gran reto eran las actuaciones, pues los principales desempeños recaían en jóvenes inexpertos, quienes rodeados de veteranos que desempeñan breves pero siempre significativas intervenciones -Luis Alberto García, Blanca Rosa Blanco, Alberto Pujol, Laura de la Uz, Paula Alí, Beatriz Viña, Mario Limonta…- se verían doblemente presionados, mas, afortunadamente, salieron no solo ilesos sino encomiables.

    Miriel Cejas (Lisanka), si bien nos sorprendió en la experiencia anterior que marcó su debut fílmico, ahora confirma su clase en un verdadero salto de altura, gracias también a un rol con muchas mayores posibilidades de lucimiento; sus compañeros -sobre todo Héctor Medina, Dunia Matos y Saray Vargas- exhiben un innato talento que Chijona y sus colaboradores supieron explotar inteligentemente.

    Otro ‘paraíso’, otras ‘estrellas’ y en definitiva, un universo fílmico que se agradece.

    (Fuente: Trabajadores)


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