CRÍTICA



  • Post Tenebras Lux, desdoblamiento e infección telúrica
    Por Fabien Lemercier


    La polémica ha acompañado el regreso al festival de Cannes de Carlos Reygadas (mención especial del jurado de la Cámara de Oro en 2002, en competición en 2005 y ganador del premio del jurado en 2007). Las reacciones de la prensa tras la proyección de Post Tenebras Lux han sido tan radicales como la película. Rodado con una intensidad violenta en un paisaje verde, rocoso y muy sugerente, el cuarto largometraje del director mexicano (coproducido por Francia) es una mezcla explosiva de metafísica y degeneración alrededor de una familia acomodada sobre la que pesa la sombra sorda del mal, un relato venenoso ambientado en un paraje sobrenatural que está fuera del control del ser humano y que el director no consigue aclarar dado lo difícil que resulta manejar las fuerzas oscuras que palpitan en su cine.

    En cualquier caso, las obsesiones tortuosas de Reygadas (sobre todo, las que conciernen a los ámbitos sexual y moral) y su estilo en ocasiones disonante o demasiado brutal (el final es delicuescente) no deben ocultar la audacia de su cine y su carácter aventurado a la hora de internarse en territorio desconocido. Prueba de ello es el sorprendente trabajo de imagen de la película: los límites del encuadre aparecen borrosos y los personajes se desdoblan como reflejo de lo que subyace en los conflictos entre el bien y el mal, la naturaleza y la civilización, la pobreza y la riqueza, lo humano y lo animal.

    Las temibles fuerzas de la naturaleza ya aparecen en el fascinante prólogo de Post Tenebras Lux: en él, una niña que aún no ha cumplido los dos años recorre un vasto páramo sembrado de charcos y barro y perros sobreexcitados, vacas y caballos, antes de que estalle una tormenta espectacular toda vez que cae la noche. En la oscuridad de la casa en la que todos duermen se infiltra (para sorpresa del público) un “diablo” sintético. La casa es la de Juan y Natalia, una pareja proveniente de la alta burguesía mexicana que vino a vivir con sus dos hijos pequeños en lo que parece un lugar paradisíaco y lozano rodeado de suntuosas colinas rocosas. Sin embargo y aunque no lo saben ni lo sabrán nunca, no son bien recibidos allí y sus debilidades se convertirán pronto en heridas destructuvas. Reygadas baja a los infiernos con una sucesión de escenas espaciadas por elipsis (la partida de ajedrez, el club de alcohólicos anónimos, la reunión de familia de ricos mexicanos ultraliberales, la playa de inmensas olas, la destrucción secreta de los árboles para convertir un terreno en cultivos de maíz…). Esta acumulación cercana al caos (acentuada por un montaje con distorsiones temporales que difícilmente pueden explicarse) supone un revulsivo para los detractores del director, si bien no es el fondo del verdadero problema para aquellos que prefieren acercarse al mexicano de manera más intuitiva. De ahí a justificar toda exageración, no obstante, existe un trecho que Post Tenebras Lux no permite franquear.


    (Fuente: Cineuropa.org)


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