CRÍTICA



  • Abrir puertas y ventanas, un film digno de ser habitado

    La ópera prima de Mumenthaler no se preocupa tanto por el guión como por construir climas, personajes y relaciones. Hay un notable tratamiento dramático del espacio, pero su singularidad está marcada por el retrato de la hermandad como “fatalidad”.

    No se trata sólo de que Abrir puertas y ventanas transcurra, casi en su totalidad, dentro de una casa. Tampoco que esa casa tenga, como tiene, un rol protagónico. Lo que distingue la ópera prima de Milagros Mumenthaler (Buenos Aires, 1977) es que funciona como una casa. Como si no hubiera sido hecha para ser vista, sino habitada. El espectador ingresa a Abrir puertas y ventanas como a cualquier casa desconocida: reconoce lentamente sus rincones, se familiariza con el mobiliario, los ambientes, los objetos, su historia, ritmos y rituales, conoce muy de a poco a sus habitantes, hasta terminar sintiéndose parte de ese mundo. Pero nunca pierde del todo la extrañeza. Es que, a diferencia de lo que suele verse en cine, los habitantes de esa casa no responden a una lógica psicológica que explique, con redonda coherencia, desde sus gestos más mínimos hasta su entero “ser en el mundo”. Las chicas de Abrir puertas y ventanas no se explican: son. Son de maneras no del todo definibles, comprensibles o previsibles. Lo cual, en términos cinematográficos, responde a la lógica más estricta: ¿por qué habría de conocerse del todo a personas con las que se convive una hora y media o dos?

    Una de las películas argentinas más “viajadas” y premiadas del año pasado (tres premios en Locarno, dos más en Mar del Plata), Abrir puertas y ventanas se siente orgánica porque fue trabajada de modo orgánico, sin preocuparse tanto por obedecer a un guión de hierro como por construir, en conjunto, climas, personajes y relaciones (ver entrevista). Relaciones que, desde ya, incluyen a la casa. Una casa que, se advierte desde el comienzo, no es tanto la de Marina, Sofía y Violeta como la de su pasado. Hay mucho pasado en esa casa. Pasado absoluto, que revelan los objetos: el televisor con antena tipo “orejas de conejo”, un tocadiscos y muchos discos, un ventilador de puro hierro, la vieja radio Noblex. Pasado detenido, cristalizado: los objetos de mamá y papá, que quedaron para siempre, así como estaban, en el garaje. Pasado de Marina, Sofía y Violeta, con placares y estantes llenos de juguetes de cuando eran chicas. Patines, esquíes, zapatos y zapatillas que ya no les van.

    Marina (la debutante María Canale), Sofía (Martina Juncadella) y Violeta (Ailín Salas) andan ahora entre los 17/18 (Violeta todavía va al cole) y los veintipico (Marina va a la facu; Sofía empieza arquitectura pero después deja). Es marzo o abril (las clases empezaron hace poco) y la abuela murió “para la época de las fiestas”, según se dice en algún momento. No de vieja, sino sorpresivamente. Los padres murieron antes. Bastante antes. No se sabe exactamente cuándo ni cómo (exceso de elipsis, tal vez). La cuestión es que Marina, Sofía y Violeta ya están grandes para seguir viviendo en la casa familiar. Por eso en algún momento alguna se mandará a mudar y alguna otra, hecho el duelo, reconvertirá la casa de la abuela en casa propia. Para lo que Marina, Sofía y Violeta están chicas es para hacerse cargo del cúmulo de trámites y gestiones que dejó la inesperada muerte de la abuela. Así como del cuidado de una casa en la que, por tener sus años, de pronto las cosas se descomponen.

    Verdadero paraíso del subtexto hecho cuerpo, de lo no dicho pero perceptible, hay un notable trabajo de fuera de campo, de tratamiento dramático del espacio en Abrir puertas y ventanas. Fuera de campo espacial (la vida de las chicas fuera de casa) y, sobre todo, temporal: todo lo que sucede, los propios objetos, llevan la marca de cosas que ocurrieron en el pasado. Tratamiento dramático del espacio y los objetos: ver el cómico vibrar erótico del curioso colchón eléctrico de la abuela o el árbol de raíces significativamente muertas (demasiado significativamente, quizás). Un vestuario que habla: la propensión de Violeta a andar en bombachita, la ropa ajustada de Sofía, el intento de Marina de invisibilizar su cuerpo con unos vestidos amplios como batones. Sentido dramático del color: ver el body celeste furioso de Sofía o el amarillo, igualmente furioso, de la blusa que luce Marina tras sacarse las ganas con el inquilino.

    Sin embargo, si en algún punto construye Abrir puertas y ventanas su singularidad es en esa relación hecha de recelos, secretos, envidias, cositas escondidas en los cajones, comentarios viperinos, entripados de larga data, caricias y ataques de furia loca: la hermandad como fatalidad. El debut de Milagros Mumenthaler anuncia todo un mundo que inevitablemente se irá desplegando de aquí en más, como sucederá también con las carreras de María Canale, Martina Juncadella y Ailín Salas. La noticia es que sigue habiendo vida (nueva) en el cine argentino.


    (Fuente: Pagina12)


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