CRÍTICA



  • Crónica de un espectador: Camino al Edén
    Por Rolando Pérez Betancourt


    Toda película que corra por el clásico método de la exposición, el nudo y el desenlace (la mayoría) encuentra sus principales retos en los fundidos que han de producirse en esos tres despliegues narrativos. El "¿adónde me llevan?" y el "¿en qué va a parar todo esto?" son incertidumbres que crecen y aguijonean al espectador a medida que avanza la historia.

    De ahí que la primera parte de Camino al Edén, convencional en lo aparente, motive a preguntarse qué vendrá después de ese conflicto ya clásico de "mujer encuentra a guerrero (mambí) herido, se lo lleva a su casa, lo cuida y se enamora de él". (Y me estoy acordando del momento en que la princesa Arleta se topa con un maltrecho Príncipe Valiente y hace lo mismo, en aquella cinta de los años cincuenta).

    Pero nada de qué preocuparse y sí para tener en cuenta a la hora de los encomios: Daniel Díaz Torres, director de este último estreno del cine cubano, y su guionista, Arturo Infante, tuercen lo que apuntaba como una fábula de heroísmos encartonados, acuden a tonos sombríos de la condición humana y, escondiendo lo que hay que esconder hasta los finales, crean un conflicto en buena medida impredecible y signado por un aliento fotográfico (otra vez el maestro Pérez Ureta) al que la película debe mucho. Una fotografía tanto en exteriores —ese monte de resonancias mágicas— como el interior de la casona donde trascurre buena parte de los hechos, sin la cual difícilmente hubiera cristalizado la subyacente sordidez que atraviesa esta urdimbre de amor y venganza.

    La Guerra de Independencia es el tiempo histórico seleccionado por los realizadores. Pero el objetivo no es referirse a ella como componente básico, sino al comportamiento pasional, amoroso, de unos personajes que de diferentes maneras son estremecidos por la contienda. El principal de todos —por las transiciones emocionales y riqueza de matices— es la Leonor interpretada por la española Pilar Punzano. Casada con un cubano de pocos bríos y tan refrenado en menesteres de alcoba como enfermizo, la bella mujer será ángel y también diablo. Y en ese tránsito, nos hará tragar en seco y reflexionar sobre el siempre contemporáneo tema de que hechos y personajes no son siempre lo que parecen ser y para juzgarlos debiera tenerse más de un medidor de almas.

    Puro drama —y casi nada de ese melodrama que se ha sugerido— Camino al Edén es un ejemplo de que lo más importante de una película sigue siendo la historia que se nos cuenta, personajes implícitos llevando las riendas en un guión que sabe de equilibrios. Sin el gancho de los qué y los cómo no hay estructuras ni caminos experimentales que valgan. En este caso se evitan las complejidades narrativas a partir del joven español que, en plena Crísis de Octubre, llega a Cuba en busca de claridades relacionadas con sus antepasados. Y ante sus ojos, y el de los espectadores, crece una versión de los hechos que se complica y nos arrastra.

    Díaz Torres, tan prendido él a lo humorístico, acaba de filmar (con algunos inconvenientes de producción) la que posiblemente sea su película más sólida y de profesionales dominios. Y lo ha hecho en el terreno dramático.

    En Camino al Edén resalta la coherencia de un estilo que, si bien realista, muestra afinidades por lo real maravilloso acuñado por Carpentier y que, en imágenes, y gracias a la complicidad de Pérez Ureta, el director concreta de manera elegante y sin los "tremendismos de hechicería" que, en ocasiones, embarcaron a otros realizadores. (Parece haber una secreta complicidad entre los animales, las plantas encantadas del monte y ciertas reservas, de verbo y miradas, de la mulata sirviente, tan bien llevada por Limara Meneses. Pero en esa conjugación de elementos sorprendentes, la aparición del caballo blanco, relampagueante, por manido, pareciera sobrar).

    En coproducción con una televisora española y concebida para ese medio, un factor conspira en contra de la exhibición cinematográfica de Camino al Edén: su tono final de "continuidad", del "esto no termina aquí", porque hay una segunda parte que pronto veremos, realizada por un director español. Esto debiera anunciarse de alguna manera al espectador, ya que si la película no concluye con "la altura" dramática que se esperaba, se debe a que es necesario dejarle el camino abierto al mismo joven narrador que ha comenzado la historia.

    También la hora y media a la que debía ajustarse la trama, hace que la transición final de la protagonista parezca un poco precipitada, tanto en hechos como en intríngulis mentales. Se piensa entonces que con diez minutos más se hubiera obtenido lo exacto. En su primer desempeño como figura central, recordando a ratos a Maribel Verdú, la española Pilar Punzano puntea muy bien. Y junto con ella, el resto de los actores.

    Cinco años después de su última entrega, Daniel Díaz Torres entrega con Camino al Edén una película que, sin innovaciones fundamentales, tiene el mérito de convencer sin parecerse a ninguna otra nuestra.


    (Fuente: Granma)


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