CRONOLOGÍA

  • 1967

    Festival de Cine de Viña del Mar, Chile. Encuentro de trascendencia fundamental para el Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. A partir de esa fecha se produce un proceso de continuidad e integración del movimiento.

    Viña del Mar y el nuevo cine latinoamericano
    Entre el 1 y el 8 de marzo de 1967, se celebró en Viña del Mar (Chile), el V Festival Cinematográfico y el I Encuentro de Cineastas Latinoamericanos. La importancia de tal evento se comprende de inmediato; por una parte, Viña del Mar permitió estudiar y aquilatar la producción fílmica de Latinoamérica; por otra, promovió la relación de creadores que tienen causas comunes y puntos de vista muy semejantes que defender. Todos conocemos la situación actual del cine comercial en Latinoamérica; el deslizamiento hacia las formas más anodinas y brutalizadoras, el desprecio hacia la gran masa del público que productores y directores sin conciencia ni escrúpulos tienen el hábito de considerar como «mentalmente menores de cinco años». Pero, no todos conocen —y es bueno señalarlo— la feroz presión ejercida por el imperialismo norteamericano para ahogar todo lo que se oponga o sus planes. ¿Los medios empleados para ello? Circuitos de salas controlando la distribución, presentación masiva de sus propios subproductos, presiones sobre los productores que intentan una cierta independencia frente a la gigantesca maquinaria, hombres dignos y decididos a salvaguardar los valores más auténticos de una expresión nacional, luchan en Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, y tratan de estimular con el ejemplo, ya desde una posición colectiva —la Escuela de Santa Fe en la Argentina, el Nuevo Cine de Bahía, Sao Paulo y Rio— o personal: Jorge Sanjinés con su filme boliviano Revolución. El V Festival resultó un auténtico acontecimiento por haber ofrecido un amplio panorama de algunos casos excepcionales. No es por azar que Brasil presentara un programa variado, poseedor de obras serias y profundas, muy apegadas a las fuerzas más vivas y progresistas de esa nación. Desde hace algunos años, un grupo de jóvenes esforzados —críticos, fotógrafos, directores, actores— tratan de crear un movimiento coherente y ambicioso en el más noble sentido de esa palabra. Gracias a ese movimiento se han obtenido obras tan maduras como Dios y el diablo en la tierra del sol, Selva trágica, Vidas secas, etcétera. En Viña del Mar, cintas como Viramundo, de Geraldo Sarno; Rodha eu otras estorias, de Sergio Muñiz; Memoria do Cangaco, de Paulo Gil Soares; Integración racial, de Paulo César Saraceni; Nuestra escuela de samba, de Manuel Jiménez y Subterráneo del fútbol, de Maurício Capovilla, muestran que los logros de un Rocha, de Pereira dos Santos y de Roberto Farías de Selva trágica, no cayeron en el vacío. Ya puede hablarse del Nuevo Cine Brasilero como de un hecho establecido y trascendente dentro del panorama de la cinematografía internacional.
    El cine independiente argentino mostró, también, que cuenta con valores muy sólidos y con obras tan cabales como Mayoría absoluta, de León Hirszman (Premio al mejor documental en 35 mm); Quema, de Abraham Fisherman; El otro oficio, de Jorge Cedrón; Fuelle querido, de Mauricio Berú; Hachero nomás, de Hugo Bonomo, etcétera. Como en el caso de Brasil, se puede decir que este Nuevo Cine Argentino debe mucho a la organización y el entusiasmo de un grupo de responsables creadores que se lanzaron a una labor de saneamiento dentro del ambiente cinematográfico. En la Argentina, es indudable que la Escuela de Santa Fe cumplió, en buena medida, con los postulados de su principal animador, Fernando Birri, cineasta que supo definir, de manera muy precisa, cuál era el camino adecuado para la nueva cinematografía latinoamericana. Algunas de las palabras de Birri adquirieron con el tiempo una muy especial significación:
    «Nos interesa hacer un hombre nuevo, una sociedad nueva, una historia nueva, y por lo tanto, un arte nuevo, un cine nuevo, urgentemente. Con la materia prima de una realidad poco y mal comprendida: la realidad del área de los países subdesarrollados de Latinoamérica, o si se prefiere el eufemismo de la OEA: de los países en vías de desarrollo de Latinoamérica, para cuya comprensión —o más bien  incomprensión— se han aplicado siempre los esquemas interpretativos de los colonialistas extranjeros o de sus súbditos locales, deformados según la mentalidad de aquellos.»
    El V Festival de Viña del Mar fue, en cierta medida, una ilustración de esas palabras. Es decir: el ejemplo de Sanjinés y su filme Revolución, la presencia de las obras argentinas y brasileras y del propio cine cubano (al que le fue concedido el Gran Premio, un premio especial y una mención especial del jurado por el conjunto de su programa), demuestran que, a pesar de la diversidad de creadores, nacionalidades y preferencias por los medios expresivos, existe en Latinoamérica un cine que se opone firmemente a la tarea desnaturalizadora del imperialismo yanqui y sus sucursales en tierras latinas; un cine estrechamente ligado a las aspiraciones y necesidades de sus pueblos; un cine, además, que ha dado ya pruebas de un muy serio nivel profesional y artístico.
    El Encuentro de los cineastas, productores y animadores en Viña del Mar, permitió la discusión acerca de la distribución de ese Nuevo Cine, del intercambio de obras e informaciones y de la extensión de las actividades de las cinematecas y los cine-clubes latinoamericanos.
    Se ha dado, pues, un primer paso cuya trascendencia sólo podrá apreciarse con el tiempo, y para cuyo cabal cumplimiento es indispensable la colaboración de todos aquellos que consideran al cine como uno de los puntos básicos de toda cultura realmente moderna.
    Conocer la labor de los cineastas latinoamericanos, sus opiniones, sus aspiraciones, es una medida urgente que debemos tomar para que ese activo intercambio y esa comprensión mutua se conviertan, firmemente, en una palpable realidad.
    Cine Cubano, al recoger algunos aspectos del Nuevo Cine Latinoamericano, trata de contribuir a esa lucha común que nos llevará a la reafirmación de un cine auténtico, representativo de nuestros pueblos y de sus aspiraciones más legítimas.

    Ver: A cuatro décadas de Viña: memorias de un Festival


    (Fuente: Tomado de Cine Cubano, No. 42, 43 y 44, año, 7; pp. 1-3, La Habana, 1967)


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