CRÍTICA



  • Muros de hormigón y muros de miedo
    Por Julio Rodríguez Chico


    Tras su paso por los festivales de Venecia y Valladolid, se estrena esta ópera prima del uruguayo Rodrigo Plá. Nada más seguro para comenzar con buen pie que adoptar la fórmula del cine de género, con sus marcas bien definidas y fácilmente identificables por el espectador. Por eso Plá trabaja a conciencia este thriller de denuncia social, y retrata la injusticia y la corrupción existentes en México, así como las desigualdades de clase y el clima de miedo e insolidaridad que conduce a unos y otros a la autodestrucción. Es la adaptación de un cuento de carácter moralizante, al que el director dota de un fuerte dramatismo de tono realista y de una trama de acción y suspense, sin abandonar el sentido metafórico con el que quiere hablar de una sociedad rota y de un individuo deshumanizado.

    El título responde al nombre de una urbanización de gente rica y privilegiada que, en su miedo y obsesión por la seguridad, ha levantado muros y alambradas para protegerse de los pobres y delincuentes de los suburbios. Aprovechando un apagón de luz, varios de éstos se introducen en "la zona" para robar en una de las casas, pero, al ser sorprendidos, el asalto se complica y acaban asesinando a la propietaria. En la huida, un tiroteo con los guardias privados termina con muertes por ambos bandos, y el más joven de los ladronzuelos —Miguel— se refugia en el sótano de otro inmueble. A partir de ahí, la ineficacia de una policía corrupta se mezclará con el hambre de venganza de los vecinos —que organizan una auténtica “caza” del superviviente según sus propias normas—, y con la historia de Alejandro, un adolescente que descubre a Miguel y que vive en la perplejidad de entregarlo o ayudarle a salir al exterior.

    La película funciona como historia de acción, con su dosis de suspense y de tensión, con la violencia y dramatismo presentes en su desarrollo. También está clara la óptica social al radiografiar a grupos tan opuestos y hacerlo atendiendo a los matices, con variedad de reacciones entre los propios vecinos, con unos adolescentes que responden con inmadurez, odio e imitación de los adultos pero también con solidaridad o sentido crítico ante lo que van descubriendo, o con los sentimientos de desesperación e indefensión en la madre y en la novia de Miguel. Por eso, a pesar del maniqueísmo voluntario para retratar con claridad esos dos mundos, el director busca una radiografía interior de los personajes, y en muchos casos está conseguida, pues hasta el policía que se encarga del caso respira un pasado de fracaso y un esfuerzo por regenerarse en una sociedad podrida. Únicamente la figura del padre de Alejandro carece de coherencia en su evolución.

      Por debajo de la historia de dos muchachos desconcertados, de dos familias resquebrajadas... está la de dos sociedades que se temen y se odian, una hundida en la miseria y con miedo al uso abusivo del poder, otra orgullosa en su bienestar e inquieta ante la posibilidad de perder su seguridad y privilegios. El muro que a unos impide entrar es el mismo que a otros impide salir, y en medio la apariencia de una dudosa libertad, de una moral sin fundamento que opta por la ley del talión, de una cuestionable e hipócrita educación... que acabará pasando factura. La historia está narrada desde el punto de vista adolescente de Alejandro, un gran acierto para trasmitir ese gradual descubrimiento de lo que sucede alrededor, con sus intentos por encontrar una salida al conflicto y aportar cordura a una postura de violencia que se ha echado a rodar. Sus relaciones con Miguel suponen un canto efímero e inútil de una juventud que podría entenderse y dialogar, pero que no encuentra en los mayores la madurez que facilitaría la convivencia, que remediase la extrema pobreza, que acabase con la corrupción, que tirase los muros del odio y del miedo.

    La cámara al hombro y el montaje vertiginoso en los momentos de persecución, la fotografía de grano grueso y texturas diversas para recrear mundos tan dispares, una planificación que va de los espacios abiertos a los planos cerrados que limitan el panorama vital, la aparición de imágenes capturadas por las cámaras de seguridad, y un buen trabajo de diseño de producción acercan al espectador esta cruda realidad, hasta hacerle sentir la asfixia y negrura existencial de unos y otros. La película está bien rodada y narrada con orden y buen ritmo, mientras que los actores cumplen en sus interpretaciones, oscurecidas y postergadas a un segundo término ante la fuerza de la historia.

    Drama personal y también colectivo, con una trama que por momentos impide trascender a los hechos y circunstancias concretas que se nos cuentan para hacer valoraciones sobre la condición humana, sobre las clamorosas desigualdades sociales, sobre la falta de libertad de los que se creen libres. Ya sea por la historia de violencia y venganza, ya sea por los aspectos sociológicos y antropológicos que el film esconde, estamos ante una buena cinta que entretiene y da que pensar, atrevida y comercial a la vez, recomendable para un público amplio que quiera ver cómo se construyen muros de hormigón... y otros más dolorosos y difíciles de sanar que se levantan en el interior de las personas y de las familias.




    Más información en: www.labutaca.net


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