CRÍTICA



  • Cocalero: Sencillamente Evo
    Por Leandro Marques


    En tiempos donde las ideas políticas son concebidas como un eslogan publicitario, y los políticos hacen más hincapié en el marketing y en la imagen que en sus pensamientos –al punto de que ya no queda claro si los tienen propios–, surge la figura de Evo Morales. De origen indígena, campesino, poco conocedor de los lujos de la tecnología, poco gustoso de los trajes y mucho menos de las corbatas, este hombre revolucionó la política de su Bolivia natal –además, con fuertes repercusiones en otros varios países latinoamericanos– cuando se convirtió en su presidente obteniendo una inédita suma del 54 por ciento de los votos. Nunca un representante de la población indígena –mayoría en Bolivia–, había ocupado una posición semejante en el marco político. Cocalero, película dirigida por Alejandro Landes, utiliza una cámara para seguir los pasos del candidato del MAS (Movimiento al Socialismo), desde 60 días antes de su victoria en las elecciones. De paso, casi naturalmente, deja bien claro por qué Evo Morales, para la mayoría, puede ser sencillamente Evo.

    Se baja del auto a dos cuadras de una multitudinaria manifestación y camina, entre la gente, junto a su compañero de fórmula, candidato a vicepresidente. Sin seguridad a la vista acompañándole. Algún que otro ciudadano le reconoce y le saluda, pero la mayoría parece estar atento a sus propias ocupaciones y pasa caminando delante suyo, como si se tratara de una persona más. Evo devuelve los saludos que recibe y avanza. Sonríe. En otra secuencia, se le puede observar frente a su espejo, mientras una peluquera ordena y recorta su cabellera. Evo es coqueto también, pide que le corten un poquito por aquí y otro poquito por allá. Tiene con la mujer un diálogo parecido al que podría tener con un asesor de confianza. Charlan con informalidad sobre la cantidad de gente que fue a aquella marcha. Evo ríe y se sorprende: el diario informa que fueron más de 100 mil, él supone que al menos 80 mil personas estuvieron presentes.

    Así, en esta línea, el documental se propone registrar la espontaneidad de los acontecimientos, en especial la espontaneidad de Evo, a través de un criterio estético que apela a la informalidad en su estructura y no a fijar una postura preestablecida. La cámara está ahí, a la vista, Morales y sus compañeros, que también son registrados, lo saben y conviven con eso con genuina naturalidad. Son capturados mientras actúan o conversan. Casi no hay entrevistas donde el entrevistado mira a cámara y responde. A veces sí hay preguntas del realizador, pero, cuando surgen, lucen fuera de libreto, también espontáneas, y se dan en el marco de la situación específica.

    Cocalero intenta aproximarse a la personalidad de Evo, conocerle tal cual es, y logra su cometido observándolo en acción, siendo, y no deteniéndose a contar cómo es y qué quiere hacer.

    En determinado momento, el film deja de ser film. Allí radica su fortaleza. Cuando a través de la cámara el realizador transmite la aparente idea de que el espectador está mirando lo que sucede y no lo que él decidió que debía ver. El excelente trabajo de continuidad logrado por la edición permite disolver casi en su totalidad las herramientas cinematográficas y narrativas utilizadas. Si hasta la música pareciera incorporada naturalmente a los momentos en que aparece. Entonces, cuando todo esto sucede, la pantalla de cine se vuelve ventana. Se puede ver a Evo jugando a la paleta, disfrutando del baño en un lago con camiseta y calzoncillo, en la peluquería.

    Vestido con chomba en una cena con empresarios. O con la camiseta número 10 de la selección boliviana de fútbol. Se le ve sonriendo casi constantemente, tranquilo, serio en otras ocasiones, retando con respeto a su secretaria en otras. Siempre convencido de cuál es su origen, cuál es su lucha y quiénes son los amigos con los que cuenta para llevarla adelante.

    Evo representa la posibilidad de quiebre en los símbolos de la cultura dominante. Es el líder que su pueblo necesitaba para empezar a creer que las cosas pueden estar mejor para los que menos tienen; él porta esa responsabilidad y asume su pelea contra el imperio. Eso sí, no se vislumbra –al menos en el film– hasta qué punto es conciente de los peligros que puede acarrear un liderazgo cuando se vuelve demasiado personalista –pese a que esto no parece ser tanto una decisión de Evo como un legado de su propia gente–.

     La pelea por defender la coca como recurso natural, no dañino, que es utilizado como medio de sustento para miles de familias bolivianas, fue –y sigue siendo, junto a la defensa de otros recursos naturales– la gran lucha que lideraba entonces. La película no desconoce el tema, sin embargo, no profundiza en los complejos matices que lo constituyen. El mérito del documental es que no necesita forzar su mirada ni orientarla para alcanzar el lugar adonde quiere llegar. Se cuenta solo. Deja que sus imágenes hablen por sí solas, arrojando indicios, y que sea el espectador quien formule sus propias conclusiones. Además, se permite no tomar distancia de los personajes que retrata para transmitir de la manera más precisa posible cómo son ellos. Por eso, la cinta derrocha frescura, simpleza, sin excesivas pretensiones. Lo mismo que Evo, el único político del planeta que eligió ser lo que es, sin maquillaje, sin saco y corbata, con inteligencia y valores sólidos, para llegar hasta donde llegó. Su historia todavía no acaba.

     


    (Fuente: La Butaca.com)


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