CRÍTICA



  • Un filme brasileño donde se hace historia, vida, fútbol, y mucho más
    Por Rogolagos


    Así es la vida, sin querer todos somos parte de lo que pasa, hacemos historia y la vivimos, entre el fútbol, el amor, la inocencia, la religión, la tradición, la dictadura, la música, la amistad y otros muchos ingredientes vamos tomando nuestra forma... y en El año que mis padres salieron de vacaciones me sentí nuevamente esculpido por la sensibilidad de esos momentos comunes que nos ha tocado pasar en Iberoamérica.

    No todos nuestros padres actuaron igual en dictadura, algunos le inventaron cuentos a sus hijos para que esconderles el terror, a otros les tocó acompañar el dolor y crecer con él... algunos nos contaban lo que pasaba, pero éramos tan pequeños que no entendíamos lo que era desaparecer... en realidad es poco lo que uno realmente entiende en la infancia, los días siguientes son los que definen cómo vamos afrontando lo irracional.

    Para Mauro, por ejemplo, no era tan importante lo que pasaba en esos días en que la democracia pasaba por días de miedo, la dictadura militar, importaba más Pelé, Tostao y Rivelinho, la delantera de la selección que viajaba al Mundial de México de 1970. En un país acostumbrado a ser campeón en el fútbol las ilusiones son siempre equiparadas con las satisfacciones (otros no podemos decir lo mismo). El mundial se esperaba jugando fútbol con latitas y botones.

    Los padres mientras las expectativas por el mundial se asomaban, vivían el terror de la persecución política y para evitar que Mauro sufra por las manos militares, es llevado de "paseo" donde su abuelo en Río de Janeiro... sin entender mucho ambos padres lo dejan en la puerta del edificio, sin siquiera saludar al abuelo, partiendo raudamente asustados por el sonido de unas sirenas.

    No tengo hijos, pero no puedo entender qué es peor... dejar a tus hijos en la puerta de un edificio con tu abuelo, mientras te vas a la clandestinidad, no podría ver a mis hijos en un campo de prisioneros, o después de la tortura... otras amigas que tenían hijos decían que jamás abandonarían a sus niños por ninguna razón... será también que a nuestra generación no le ha tocado (y espero que no le toque a ninguna más) abandonar a sus hijos por el miedo a las policías secretas. A Gladys Marín, una dirigente comunista, tuvo que partir al exilio dejando a sus hijos en Chile, tiempo después ingresó clandestinamente y miraba a sus hijos salir del colegio, sin que ellos supiesen, esa sensación de no poder abrazar, ni besar, ni de sentir el olor y la frescura de los niños carcome a un ser humano que deja parte de su cuerpo depositada en esas nuevas vidas chiquititas que añoran a sus padres ausentes.

    Mauro no entendió las vacaciones que sus padres tomaron, pero como muchas decisiones que no comprende las acepta y al llegar al departamento de su abuelo, le hacen saber que hace unos instantes había fallecido, sin que sus padres supieran ahora Mauro estaba completamente a la deriva, sólo en una ciudad distinta con vecinos que hablaban un extraño idioma... el edificio en que el abuelo vivía se encontraba poblado por judíos, de hecho el abuelo y su padre eran judíos... pero Mauro ni siquiera era circunciso.

    La vida de Mauro en el barrio se vive en la esperanza del regreso de las vacaciones de sus padres prometida cuando comenzara el mundial... todo el día esperaba el momento en que sonara el teléfono, prácticamente viajaba por el edificio con el teléfono en la mano esperando que sus padres llamaran... pero eso no ocurría... así fue ese 1970 lleno de represión, sueños, brazos levantados al cielo para gritar cada gol del Brasil, pero otras veces alzados por el cañón que se sentía en la espalda, hacían que un país viviera esas irracionalidades que a veces se nos desvanecen como si fuesen parte del universo de Macondo...


    (Fuente: www.blogger.com)


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