ENTREVISTA

  • Una mirada íntima de la felicidad
    Por Martha Sánchez


    Camila Guzmán nació en 1971 en Santiago de Chile, pero a los 2 años su familia se mudó a La Habana. En esta ciudad transcurrió su infancia, la adolescencia y el principio de la juventud. Aquellos años tan especiales para ella son los que intenta relatar en su primer documental El telón de azúcar, en el que asume los roles de directora, guionista, productora y fotógrafa.

    ¿Qué le inspiró la realización de esta obra?
    Me fui de Cuba en 1991. Me iba por unos meses, pero se alargaron un poco y volví tres años después. Llegué en agosto del 94, y a pesar de que mis amigos me habían estado contando por cartas lo que estaba sucediendo durante el Período Especial, para mí era muy extraño. Ese viaje de vuelta fue muy duro en lo personal porque en el 91 todo andaba como antes. En aquel momento sentí que mi país de la infancia había desaparecido. Poco tiempo después ya estaba establecida en Europa, empezó a venir mucha gente y noté que regresaban de Cuba con una idea que a mí me parecía bastante equivocada de lo que era el país. Y cuando decía que había sido muy feliz aquí, me miraban como si estuviera loca. Las personas no sabían realmente lo que era Cuba antes del 90 y pensaban que la del 94, 95 y 96 había sido siempre así, desde 1959 hasta acá. Entonces para mí era muy importante, a pesar de que la Isla estaba pasando por un momento difícil, dejar como una especie de constancia de esos 20 años –el período desde mi nacimiento hasta que me fui–, en los que había sido muy feliz y todos los amigos alrededor mío también lo habían sido.

    ¿Cómo tomas la decisión de dirigir?
    Cuando estudié Cine en Inglaterra, en las conversaciones con mis compañeros de clases sobre la infancia y la adolescencia, me di cuenta de que habíamos sido totalmente privilegiados. Y eso contrastaba mucho con la idea que ellos tenían de Cuba. En aquella época también hacía fotografía.

    Nunca pensé que iba a dirigir, y me invadió la obsesión de recuperar el país de mi infancia. Eso finalmente me hizo tomar la decisión de realizar la película. No la hice antes por no tener la seguridad suficiente para empezarla. En la primera mitad de los 90 estaba segura de que alguien iba a producir ese documental con la Cuba de nuestra infancia como protagonista.
    Pasó el tiempo y pasó, nadie hizo nada, y tomé la decisión de construir por lo menos mi película.

    ¿Qué escenarios elegiste para filmar?
    Filmé el documental aquí en La Habana; filmé a mis antiguos compañeros de la escuela primaria, secundaria y preuniversitario. Y en los barrios de Lawton, en Marianao, en Alta Habana, de donde soy, en Regla, en Luyanó y el Vedado. Hice entrevistas a mis amigos de la época, que hoy ya son “viejos”, tenemos alrededor de 35 años. Hice la película sin medios, sin producción, con ayuda de mucha gente obviamente, porque de lo contrario no se puede hacer un proyecto así; pero fue un trabajo que encontró dinero para sí mismo solo al final de la producción cuando ya estaba bastante endeudada.

    ¿Por qué titulas tu documental El telón de azúcar?
    Un amigo mío me contó que su papá –que estuvo en la Sierra Maestra en los años 60–, y sus amigos tenían un chiste en el que decían: “nosotros aquí en Cuba no tenemos una cortina de hierro, tenemos un telón de azúcar”. Me encantó la frase, me parece que simboliza muchas cosas, y desde el principio la película se llamó así.

    ¿Cuál será el próximo proyecto?
    Todavía no he tenido tiempo de pensar en otro, llevo un año promocionando El telón de azúcar. Con él he viajado a más de veinte festivales –Berlín, Toronto, San Sebastián, Buenos Aires, Toulousse, Santiago de Chile, Lima, Quito, Nueva York, San Francisco, Australia, Martinica y otros más–, me ha absorbido el tiempo. Ahora cerramos con broche de oro aquí en La Habana. Para mí la proyección más importante que haremos es la de aquí. Cada filme tiene que exhibirse con su público y el del mío es el cubano. Ahora en diciembre, cuando cierro el ciclo de El telón de azúcar, espero tener la cabeza más despejada para pensar en una nueva obra.

    ¿Una película solo para el público cubano?
    El documental lo hice para mis amigos y para Cuba, sin tantas pretensiones. Estuve cuatro años terminándolo por falta de medios; montándolo en mi casa, con mis recursos, porque para mí era importante entregárselo a mis amigos, que habían confiado en mí y me habían dejado filmar sus vidas.

    La Cuba de los 90 no es la del 2000, ¿crees que tenga que ver con tu Cuba de los 80?
    Creo que son casi tres países diferentes, con un elemento común. Hay muchas cosas aquí hoy que son de mi Cuba de la infancia, y otras que no. Otras que creo han cambiado mucho. No se puede explicar en dos palabras, lo trato de explicar en la película.


    (Fuente: Diario del Festival No. 8)


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