No es una máxima ni menos una realidad científicamente comprobable, pero detrás de muchas óperas primas se esconde cierta tendencia a darlo todo -sin ahorros ni mesura- porque no se sabe si habrá una segunda oportunidad...o simplemente porque el director no posee la madurez para equilibrar todos los componentes de su filme. Ciertamente no es el caso de Dominga Sotomayor, quien con 27 años de edad ha construido una película demasiado sobria, sutil y contenida como para tratarse de una apuesta iniciática.
De jueves a domingo -galardonada en importantes festivales internacionales como el Indie Lisboa y Rotterdam- es su primer largometraje pero, para los que hayan visto sus cortos y su documental Cessna (2006), también la extensión natural de una obra en la que la directora ya planteaba sus coordenadas temáticas: el interés por los desencuentros familiares y, especialmente, los mundos paralelos de la infancia.
Cessna, por ejemplo, muestra lo que pasa cuando un quinceañero obsesionado por el cielo tiene la oportunidad de volar. El cortometraje Videojuego (2009), en tanto, se concentra en un niño que juega en su WII, ignorando lo que sucede a sus espaldas: su padre está abandonando la casa, llevándose sus pertenencias.
En estos primeros trabajos, Sotomayor muestra también la importancia que le da al punto de vista. En debajo (2007) registra una junta familiar desde un plano cenital, porque todos se han reunido para ver un eclipse. En Videojuego, la cámara está situada cerca del televisor para resaltar al pequeño protagonista y dejar el drama familiar en segundo plano.
Una aproximación similar es la que presenta en De jueves a domingo: la historia de una disolución conyugal vista a través de los ojos de una niña. Ana (Paola Giannini) y Fernando (Francisco Pérez-Bannen) se están separando pero, casi como un rito o una tarea pendiente, deciden emprender un viaje hacia el norte, de jueves a domingo. El destino tiene un significado distinto para cada uno de los que ocupa el viejo station que los traslada: el padre tiene la obsesión de llegar a un sitio que se vincula a una historia familiar, mientras que los niños -Lucía y su pequeño hermano Manuel- desean arribar a la playa.
Una historia mínima que perfectamente podría reducirse a un cortometraje, pero que Dominga Sotomayor logra extender de buena manera. Por un lado, dibuja la crisis matrimonial a cuenta gotas, limitándola a lo que alcanza a comprender Lucía (como en Videojuego, los adultos están casi siempre en segundo plano), lo que asegura cierta tensión narrativa. Y, por otro lado, atiende a los "tiempos muertos" y las dinámicas del universo de su protagonista, acogiendo la mirada pausada de la infancia. Como en el cine de José Luis Torres Leiva, hay aquí preocupación por recrear sensaciones a través de los recursos del cine.
Cabe preguntarse, sin embargo, cómo sería la película si no acogiera las reglas de un cine contemplativo que, en muchos casos, ha devenido en formulismo sin consciencia. Un estilo que aquí asegura momentos mágicos pero que a ratos también pone en peligro el ritmo. Es un diagnóstico que se puede extender a gran parte de la producción local; los peligros de adoptar un esquema "en boga" que tiene doble filo: asegura, por un lado, un purismo que se ha visto históricamente ensuciado con excesos y lugares comunes, pero al mismo tiempo puede amenazar la integridad del filme, afectar su solidez narrativa, porque la distensión arriesga la estructura haciéndola más porosa. Con todo, De jueves a domingo no deja de ser una road movie sensible, nostálgica y cargada de sutilezas que confirma a Dominga Sotomayor como una realizadora a tener en el mapa.