Para encontrar una película cubana con una dirección de actores tan convincente y poderosa como la que ostenta Conducta, el más reciente estreno del cine cubano, debemos remitirnos a los tiempos de gloria de Humberto Solás y Fernando Pérez. Este último seguramente reverdecerá laureles para sus histriones con el pronto estreno de La pared de las palabras, en la cual, según trascendidos, Isabel Santos y Jorge Perugorría entregan sendos y soberbios desempeños. De Humberto, uno recuerda Lucía, Cecilia, Amada, Un hombre de éxito o Barrio Cuba como algunas de las películas mejor actuadas del cine nacional. En ese mismo linaje se situaba Los dioses rotos, la primera película de Ernesto Daranas, y sin dudas, se ubica también la segunda, Conducta, ese elogio a la maestra que, sin dudas, estremecerá lunetarios en Cuba a partir de hoy mismo. Y el estremecimiento se deberá, en parte, solo en parte, al extraordinario o muy notable desempeño actoral que consiguen todos los participantes.
Ya sé que todos los reacios a elogiar a los actores y actrices (porque la mayoría de ellos suele tener el ego lo suficientemente elevado como para prescindir de elogios) pudieran discutir mis consideraciones en este texto, y preferirán adjudicar el éxito a la calidad del guión, es decir, al diseño de los personajes y a los buenos diálogos, a esas líneas cortantes y epigramáticas que dicen algunos personajes, sobre todo la maestra Carmela, interpretada por Alina Rodríguez en el apogeo de la naturalidad y del gesto espontáneo (o que lo parece). Pero insisto en que una película como Conducta, de narración clásica, género muy bien determinado, y esclarecida apuesta por la comunicación con el público, el trabajo de los actores puede potenciar o lastimar los intereses del director-guionista. En este caso todos marcharon al unísono guiados por Daranas, quien se ha convertido, tal vez, en el mejor director de actores con que contamos en este momento.
El primer y espléndido triunfo de Daranas está en la selección de Armando Valdés para interpretar a Chala, el niño de familia disfuncional y hábitos marginales. En la rueda de prensa que hace un par de días ocurrió en el ICAIC, para presentar la película, Daranas y Mariela López, la directora de casting, aseguraron que Armando Valdés, el niño de doce años que no solo desempeña el papel protagónico, sino que está casi siempre en pantalla, llegó al casting a última hora y nunca fue la primera opción de los seleccionadores porque le faltaba dureza, ira, tal vez rebeldía. Y luego de ver la película, a uno le parece imposible. Así de riguroso y profundo ha sido el trabajo de Daranas y Mariela, que este niño actor, sin ninguna experiencia previa, comunica, sin una sola nota falsa, la ira, los deseos, la rebeldía, la gracia, la ternura y absolutamente todos los matices necesarios para comunicarse con el espectador desde su primera aparición hasta la última. Y conste que no hay puerilidad ni ñoñería. Tampoco el personaje aparece victimizado a ultranza como para conmover incluso a las piedras. Todo el mundo sabe que el muchacho es víctima de un entorno social y filial calamitoso, pero es un niño activo, inteligente, asertivo, luchador, rebelde.
Como parte de esta primera iluminación de Daranas, estuvo la elección de Alina Rodríguez para el papel de Carmela. Porque el personaje de Chala, interpretado por alguien con ninguna experiencia, funciona, sobre todo, en interrelación con el de Carmela, interpretado por una de las actrices más convincentes del audiovisual y la escena en Cuba. Ellos son la dupla perfecta. Maestra y discípulo, paradigma y aprendiz. Y Alina ejerce con honestidad y modestia su sabiduría. Es posible que no todos los textos le queden con la entonación o la intensidad necesarias, pero todo ello carece de importancia cuando Alina llena la pantalla con el cansancio y la derechura de Carmela, y sus ojos repletos de humanidad y agudeza. Muy pocas actrices en Cuba pueden mirar taladrando a su oponente, y preguntarle al final de todo: ¿Pero tú no entendiste nada, verdad? Muy pocas actrices en Cuba pueden exhibir tan elocuente manejo del gesto, el andar y el hablar, para comunicar el mundo íntimo de un personaje. Muy pocas actrices en Cuba pueden encarnar una leyenda, una entelequia, como lo es La Maestra, y que su imagen resulte entrañable para casi todo el público, y provoque una especie de catarsis colectiva porque a todos nos recuerda alguna maestra que alguna vez tuvimos. Alina y Daranas le han dado forma cinematográfica a un mito. Y ese es privilegio reservado a los grandes artistas.
Cuando aludía a la oponente de Carmela, me refería a la trabajadora social, llamada Raquel, que interpreta, con el brío y la aptitud de siempre, Silvia Águila. Aunque tal vez ella, como otras maestras que aparecen, se visten, se peinan y se arreglan en un registro demasiado glamoroso y elegante, que las coloca a un paso de la telenovela brasileña de turno o la comedia romántica de Hollywood más reciente. En todo caso, el problema es atribuible a los departamentos de vestuario, peluquería y maquillaje, los cuales deberán terminar de convencerse que el propósito dramático no siempre está de acuerdo con el embellecimiento de la actriz. Las miradas, los gestos, la voz de Silvia Águila están en función de que se comprenda a una mujer que no es la mala del melodrama, sino alguien que antepone las leyes, los decretos y los reglamentos a las verdades humanes que enfrenta. Raquel es intransigente y esquemática, y toda la profesionalidad de la actriz se aplica a la comprensión de su antagonismo con Carmela.
Yuliet Cruz interpreta otro de los principios negativos de la película. Si Carmela encuentra en Raquel su oponencia, Chala y Carmela encuentran en Sonia, la madre de Chala, el principio de la desintegración, el caos y los antivalores. A lo largo de Habana Eva, La película de Ana, Melaza y Se vende, la actriz ha ido creciendo, y solo le resta perder el miedo a bajar de peso, a verse fea, a maltratar su imagen cuando el personaje lo requiera, como es el caso. Además de que la actriz está compulsada a salirse de cierto registro donde se unen marginalidad y sensualidad. En Conducta aparece más rota y decadente que nunca. Uno la detesta todo el tiempo. Y ello comprueba que la actriz cumplió su deber. Pero sigo convencido de que debemos esperar más de ella.
En el acápite de los personajes que evolucionan, que se ven abocados al imperativo de cambiar y comprender se encuentran dos jóvenes y talentosos intérpretes. Miriel Cejas, que interpreta a Marta, la maestra sustituta de Carmela, y protagonista de Lisanka o Boleto al paraíso, y Armando Miguel Gómez, protagonista de la anterior Melaza. En la conferencia de prensa antes citada, Miriel expresó ideas muy hermosas sobre Conducta, y sobre la relación de su personaje con el de Alina Rodríguez. Decía ella que las relaciones de aprendizaje y anuencia entre la maestra novel y la reina del aula, resultaron ser equivalentes a una similar relación de ilustración y respeto entre la actriz inexperta y la consagrada. Miriel estuvo aprendiendo de Alina en la misma medida en que Marta aprende de Carmela. Y se nota sobre todo en el modo en que maneja las miradas. Los ojos pueden trasmitir el mundo interior de un personaje siempre y cuando el actor se haya convertido, plenamente, en esa persona a quien le toca prestarle su rostro y su cuerpo. Miriel consigue, en su corto papel, dotar a su personaje de una notable capacidad para aprender a comportarse, a escuchar, a percibir los secretos del magisterio, y por consiguiente, de la actuación.
Similar trabajo con la mirada nos entrega Armando Miguel, con el agravante de que la mayor parte de sus escenas, algunas de ellas muy fuertes y dramáticas, son con Chala, el niño que le subió la parada absolutamente a todos. Si Chaplin aseguraba que un actor con el ego bien puesto jamás debía compartir el set con niños o con perros, porque toda la atención se la robaban el infante y el canino. Pues el joven actor sobrepasó semejante prejuicio y le toca actuar, casi todo el tiempo con niños y con perros. Aparte de todo ello, le toca interpretar a un hombre a punto de deshumanizarse, un personaje cuya infancia colegimos similar de complicada a la de Chala, un hombre con una escala de valores quizás torcida aunque algo en él, en el fondo de sus actos, o de su manera de mirar, indica que pudiera ser redimido.
Solo queda celebrar la espléndida naturalidad de los recién llegados, celebrar la confirmación del talento de los experimentados, y lamentar el brevísimo paso por la pantalla de Héctor Noas, cuya incombustible versatilidad nos entrega en tres o cuatro escenas, de cuerpo entero, a un inmigrante desafortunado, pero dispone de muy pocos bocadillos y escaso material para que su personaje trascienda lo episódico. Y conste que, en tanto conocido y respetado, uno se queda esperando más de su personaje, aunque debamos admitir que esa sería otra película. Conducta es espléndida prueba del mucho talento histriónico de que disponemos todavía.