ARTÍCULO



  • El cineasta que hacía vidas
    Por Orlando Senna


    En la cobertura televisiva de la trágica muerte de Eduardo Coutinho escuché a alguien diciendo una frase que, en mi opinión, define su obra: "él no hacía películas, hacía vidas". No pude identificar al autor de la frase lapidaria, que describe el trabajo de un cineasta extraordinario. La característica principal de la película que lo hizo conocido en todo el mundo, "Hombre marcado para morir", es el rescate de vidas perdidas de una familia de campesinos víctimas del latifundismo.
     
    Cuando lanzó esta película referencial, él había realizado ocho películas y ya estaba en el cine hacía 18 años, pero fue con "Hombre marcado para morir" que comenzó a construir su formato, su estilo, su manera de abordar el alma de las personas y hacerlas florecer frente a la cámara, llorando, sonriendo, celebrando, encontrándose. Su forma tan personal, única, de sembrar charlas y cosechar respuestas esenciales.
     
    En sus últimas obras esa operación espiritual va refinándose cada vez más: "Babilonia 2000", "Edificio Master", "El fin y el principio", " Juego de Escena", "Moscú", "Las Canciones". Al momento en que fue alcanzado por la tragedia estaba realizando "Palabra", mencionando en el título de su última creación la materia prima que trabajó cual orfebre: la voz humana, la expresión más visceral de los misterios de la vida.

    Un artista amado por su país, por el Cine y  por los jóvenes cineastas por él influenciados, que son muchos. Eduardo Coutinho fue y es una luz, pero él decía que era sólo un espejo, el reflejo del brillo de sus personajes, del fulgor que existe en cada ser humano. Una chispa de vida que a menudo no es visible, se esconde, y necesita un mago de la luz y de la palabra para florecer. Ese mago se ha ido y al mismo tiempo permanece, para siempre.



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