CRÍTICA



  • Mateo, de María Gamboa, atrapado en el mundo de la delincuencia
    Por José Luis García


    Tras haber estudiado cine en la Universidad de Nueva York y en La Femis de París, llegó el primer largometraje de ficción de la realizadora colombiana María Gamboa. Mateo es una crónica de la peligrosa vida de un adolescente de 16 años metido en negocios turbios de la mano de su tío, quien lo ha introducido en el trabajo de extorsionar a comerciantes locales. Una vida llena de promesas de acción, armas, carros y plata, lo tiene atrapado y obnubilado y a punto de ser expulsado del colegio. No podrá sorprender el buen manejo de la historia que nos ofrece la directora, si tenemos en cuenta que ya había trabajado como asistente de dirección en muchas otras películas, rodadas en Estados Unidos y en Francia.

    A Mateo le ponen como condición para reanudar sus estudios que se integre en un grupo de teatro liderado por el párroco del pueblo, un tipo muy liberal en sus métodos, que basa la preparación de sus alumnos en técnicas de expresión corporal y de improvisación. El tío del chico pretende aprovechar su integración en esa colectividad teatral para recabar información acerca de sus miembros, todos ellos jóvenes, entre los que se mueve marihuana.

    La película consigue despertar interés desde el primer momento porque poco a poco va dosificando las diferentes interrogantes que plantea: ¿Es posible salir del mundo de la delincuencia? ¿Cuál es el precio a pagar? La directora concibió el filme como un homenaje a todas esas personas que a lo largo del río Magdalena han decidido organizarse para convertir sus comunidades en territorios de paz y poner freno a décadas de muertes y violencia. El trabajo fue duro, pero hasta la fecha lo han conseguido apostándole a la dignidad humana y al respeto a la vida por encima de todo.

    Mateo es, en ese sentido, una película que contrapone dos tipos de pareceres, dos estilos o formas de vida completamente opuestos: los que piensan que las reglas que vienen de alguna parte desconocida son las reglas y no se cuestionan, y los que opinan que la ética debe de estar por encima de toda otra consideración. A los primeros los asiste el empleo de las armas de fuego y a los segundos la necesidad de mantener una estabilidad personal, social y familiar que por momentos se tambalea porque nunca antes supieron responder adecuadamente a los primeros si no era enrolando a sus hijos en el ejército. Esos intentos de que prevalezca la segunda postura son el núcleo fundamental de esta historia que se termina de configurar con una fresca e inocente historia de amor.

    El filme tiene una adecuada puesta en escena y en algunos momentos vamos a ver algunos planos diferentes de lo que estamos acostumbrados, en picado y contrapicado, particularmente en el entorno de un puente donde la realizadora ha querido innovar sin caer en el exceso, el abuso o la reiteración. Respecto a los actores, hay una mezcla entre los experimentados de un grupo de teatro de la zona, en Barrancabermeja, y otros que nunca habían actuado pero que han sido líderes sociales y de paz en sus regiones. Entre ellos está una mujer que ha sido cabeza de los pescadores de su municipio, dos líderes del movimiento de derechos humanos Nómadas, que surgió después de la masacre del 16 de mayo en la localidad de rodaje, y otro grupo de mujeres, en este caso más reconocibles en la película, que gestionan como cooperativa un vivero y una lavandería en su vida real. También hay otras que participaron y que en su cotidianidad hacen funcionar un banco de micro-préstamos para la gente con menos posibilidades económicas, experiencia que han logrado multiplicar en otras zonas cercanas. Prometedor filme inicial de María Gamboa como realizadora.


    (Fuente: Cinestel.com)


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