CRÍTICA



  • Memoria de mis putas tristes, un recurso espectacular para sentir las palabras
    Por Enrique Posada


    Uno de los estereotipos más comunes en Latinoamérica es el del amante insaciable, un don Juan que nunca sienta cabeza. La novela Memoria de mis putas tristes, del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, en la cual se basa la película que nos ocupa, narra la vida de un hombre costeño colombiano que se ajusta bien a estos perfiles, veterano amante, que se describe a sí mismo en la novela con estas frases: “Nunca he ido a la cama con una mujer que no pagó… el momento en que tenía cincuenta hubo 514 mujeres con las que yo había estado al menos una vez… Mi vida pública, en cambio, carecía de interés: los dos padres muertos, un soltero sin futuro, un periodista mediocre… y un favorito de los caricaturistas por mi fealdad ejemplar”.

    Sus devaneos amorosos comienzan en la flor de una adolescencia casi infantil, en algún prostíbulo de pueblo, a modo de regalo para alguna damisela ya entrada en años, que  presumiblemente se deleita con sus juveniles energías amorosas. A cambio de ello, le inicia en el mundo del sexo sin límites ni compromisos. En esta forma se siembran las semillas amorosas de un hombre que siempre verá en las mujeres a seres con los cuales no logra estructurar una vida de pareja, sino más bien un tejido de relaciones signadas por cierta sensación de posesión y de enamoramiento, sin mayores esperanzas.

    Se va estableciendo así una personalidad conformada por la experiencia y el machismo. La primera como resultado de los múltiples contactos con mujeres por cuyas vidas pasa todo tipo de personajes, de manera que van adquiriendo una innegable sabiduría, la misma que pueden transmitir, a base de contacto, de caricias, de alguna conversación, de miradas, a alguno que sea fiel, permanente, agradecido. En cuanto al machismo, quizás se desarrolle como resultado de una cierta preferencia que pueda sentir el hombre, cuando se considera como el primero entre tantos, a la vez, reforzado por la sensación de poder que viene de la certeza de se puede escoger y ensayar a voluntad con cualquiera de las mujeres del lugar visitado.

    El personaje de la película se ha convertido en esta forma en un hombre sabio, ya viejo, escritor y columnista de un diario local, en alguna ciudad de las costas caribeñas. Vive solo, en una amplia casona, con su fiel sirvienta, también su amante de ocasión. Ya entrado en años, perdidos sus vigores, tiene un inesperado deseo: Conocer y amar, aunque sea por una noche, a una joven, a una  virgen.

    ¿Y dónde la busca? Naturalmente, en el lugar donde siempre ha encontrado las mujeres, a su medida de amante de noches perdidas: en el prostíbulo, donde se han ido creando las memorias de sus putas tristes. ¿Y qué es una puta con esas tres características?: que sea suya, que sea triste, que le traiga memorias. Eso es lo que nos va contando esta película, que viene a ser un viaje por la mente de un hombre singular e inteligente, que nunca se pudo acercar a la fuente del amor de la mujer integral, por lo cual se debió enamorar de sí mismo, de sus memorias, de su auto-contenida y reprimida feminidad, disfrazada de machismo y condimentada con sus dotes de buen escritor. La puta triste se enamora, se entrega, pero recibe muy poco a cambio, solo atisbos de buen trato y de cercanía, alguna palabra singular, ninguna promesa, ninguna esperanza.

    Para definir estos significados, nada mejor que el contacto con una virgen joven, empacada como si se tratara de un regalo por una vieja amiga alcahueta. La virgen es una mujer sola que no dice una sola palabra, cuyas motivaciones y sentimientos debe adivinar el espectador a través de los símbolos, de los gestos, de vestimentas, de ungüentos en su piel fresca y morena. Es evidente la tristeza, es clara la desesperanza, se aprecia la imposibilidad de la comunicación entre estos dos mundos. Nada podrá resolver el abismo entre la vieja sabiduría ya desgastada del amante macho y la exuberante juventud frustrada de la joven que ya no será novia sino prostituta.

    ¿Y qué siente este hombre? Dice en la novela: “Aquella noche, descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin los apremios del deseo o los estorbos del pudor”. Estas son palabras de un hombre sensible. Esta joven virgen, como todas las demás putas tristes de su vida, reconoce al hombre inteligente, sabe que no es un simple comprador de sexo, sabe que podría ser una excelente pareja, alguien con capacidad de escuchar, pero, como todas ellas, se resigna a ser simplemente una posibilidad perdida de amor, una esperanza fallida.

    Gabriel García Márquez es un maestro de la descripción de las mentes y de las vidas de hombres amantes singulares, que se la pasan toda una vida entre imaginaciones, pensamientos y pequeñas historias comunes y corrientes, soñando con amores de juventud que van a reaparecer en la vejez, como queriendo dar fuerzas a la mente incansable, sobre el cuerpo que se va desgastando, como asignando grandes poderes a los recuerdos y a las historias personales, capaces de ser contadas y recordados al final de la vida, para darle sentido, para explicarla. Pero cuando las memorias no pasan de ser recuerdos de noches pasajeras con mujeres abandonadas, las explicaciones no fluyen, las historias quedan a medio contar y la única compañera es la soledad, otro de los temas recurrentes del gran escritor.

    Son historias caribeñas las de García Márquez. Historias de casonas amplias, con patios, matas y jardines medio descuidados, ambientes donde penetra el sol, calles en las cuales el tiempo avanza despacio, adormeciendo los diálogos, obligándolos a rozarse con la poesía. Es casi imposible hacer una película de estas y disfrutarla de verdad, sin acercarse a la literatura, a las antiguas tradiciones de los contadores de historias y de anécdotas, que se saborean en las palabras, y no tanto en la acción. Es ese es el mayor encanto de las distintas películas que se han hecho basadas en las novelas del autor. En estos filmes, nunca exitosos comercialmente, siempre artísticos, la fotografía es un recurso espectacular para sentir las palabras, para acercarse, y todo funciona muy bien si el espectador se deja contar el cuento, sin afanes, sin exigencias, gustando de cada momento y de cada imagen, como si visitara una galería de arte humano, la galería de la conciencia, colmada de visiones y de ensueños.


    (Fuente: elespectadorimaginario.com)


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