Una playa veracruzana sin sol. Un motel al costado de la carretera. Sebastián, un adolescente, al cuidado del negocio por enfermedad del tío. Miranda, cliente asidua, a la espera de un amante siempre ausente. Nueve habitaciones, pocos clientes y Las horas muertas.
El segundo largometraje de Aarón Fernández (Partes usadas, 2007) presenta una historia cuya simpleza es su mayor virtud.
Es una película de personajes que evocan el trabajo de Fernando Embicke, con su exposición naturalista del amor entre extraños, del deseo sexual y el tedio cotidiano, donde la relación tiempo-soledad es la detonante.
La dupla actoral entre Kristyan Ferrer y Adriana Paz se destaca por su espontaneidad. Los dos construyen personajes francos con problemas ordinarios.
Él, un joven ansioso por ser adulto que lidia por primera vez con responsabilidades. Ella, estancada en un trabajo infructuoso y olvidada por una pareja compartida. Ambos necesitados de compañía y afecto.
La fotografía, de Javier Morón, completa la atmósfera natural en la que el mar, los cielos nublados y las habitaciones poco alumbradas se convierten en espacios de reflexión. Aquí “el tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes”.