Una sorpresa en la cartelera porteña es el estreno local de esta coproducción con Perú, Viaje a Tombuctú, ópera prima de la peruana Rossana Díaz Costa. Primero, porque tiene salas en el Gran Buenos Aires para ser vista, cosa que no sucede con este tipo de producciones, y segundo porque su estreno se produce una semana antes que en su país de origen.
Hay que decir que ha participado en los festivales latinos de San Diego y Chicago, y ha obtenido galardones en el Festival de Cine de Lima (premio del público online) y el mayor como largo de ficción en el LATINUY (Latino), de Punta del Este. Hay una creciente expectativa por su recorrido internacional, dado que el tema que aborda es realmente movilizante, al instalarse en la descripción de la vida de un grupo de jóvenes en la compleja década de los 80 en el hermano país.
Cuenta Díaz Costa que el guion se fue armando en base a sus recuerdos de infancia y adolescencia, material que comenzó a gestarse en los textos del libro Los olvidados (no los de Buñel, los míos) en el cual desgrana aquellos difíciles años en que los enfrentamientos de la milicia contra Sendero Luminoso y la crisis social definían vidas y destinos.
Viaje a Tombuctú es la historia de Ana (Andrea Patreau) y Lucho (Jair García) quienes se conocen de chicos, pertenecen al mismo barrio limeño (La Punta, un lugar ideal para el verano), y crecen juntos. Desde pequeños, juegan a imaginarse viajando a un idílico paraíso llamado Tombuctú y viven con sus familias, vidas plagadas de emociones simples y placenteras (ir al cine, compartir juegos, charlas, caminatas).
Estamos en una época difícil porque a medida que ellos crecen, la situación social se complica: ya en la adolescencia, comienzan los problemas graves, desabastecimiento, inseguridad, cortes de luz, violencia urbana y enfrentamientos contra facciones terroristas. Ana y Lucho ya están de lleno en una historia de amor y deben enfrentar un día a día muy áspero y crudo: sus amigos planean irse al exterior y desarmar el hermoso grupo que tienen junto a ellos.
Lucho toca la guitarra y es fanático de Soda Stereo, su novia muere por Pasajera en trance de Tango (aquel experimento sonoro de Charly García y Pedro Aznar) y pasa su tiempo vendiendo grabaciones en cassette de grandes bandas de ese tiempo (Indochine, Radio Futura y bandas locales como Leusemia, JAS y Voz Propia suenan en esta gran banda de sonido). Intentan con su grupo de amigos, como pueden, sortear la dura realidad y vivir su romance de la mejor manera, aunque la vida tiene preparada alguna vuelta de tuerca para hacer tambalear esa relación.
Díaz Costa propone una película ambiciosa, donde combina los tópicos clásicos del primer amor (el descubrimiento y su desarrollo), con la amenaza permanente de un escenario que puede lastimar a los protagonistas y que late paralelo a esa construcción. Crea un universo rico en emociones para graficar cómo la juventud de esos años lograba generar esa resistencia para sostenerse en un clima social tremendo para esa sociedad.
Desde el punto de vista del relato, Viaje a Tombuctú es una historia simple, bien contada y actuada. La pareja protagónica tiene mucha química y sostienen el interés de manera natural y amena a lo largo del metraje. Pero donde el filme explota, es cuando se sube el volumen, ya sea porque Lucho toma la guitarra y le pone palabras a los dolorosos escenarios que atraviesa (mejor no anticipar) o porque Ana baila frenéticamente en sus fiestas de amigos, los hits que conmovieron a toda nuestra generación (quien les habla, tiene 43 y se sintió cómodo y representado en la cinta). En el debe, quizás la mirada está demasiado centrada en un aspecto de la historia y no desarrolla otras cuestiones también potencialmente ricas (por ejemplo, Juan Palomino hace de un padre que comienza con un perfil alto y luego, desaparece en la trama, prácticamente). Esta elección le quita quizás, profundidad y matiz, pero aún así el filme luce equilibrado y atractivo.
Creo que es una película muy importante para la industria peruana y es un hallazgo que por esto de la coproducción, haya llegado a nuestras tierras. Una buena oportunidad para ver cómo este cine tiene muchos buenos cineastas esperando trascender sus fronteras.