Cuando el cine que versa sobre temáticas LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersex) adquiere vuelo, ocurre como con el que se basa en cualquier otro asunto: esa peculiaridad pasa a un segundo plano y como espectadores nos concentramos simplemente en sus valores estéticos y conceptuales.
Es el caso de Reaching for Moon (2013), título en inglés —idioma predominante en el metraje— de la película brasileña Flores raras, dirigida por el mítico Bruno Barreto (Doña Flor y sus dos maridos) y basada en una novela de Carmen Lucia de Oliveira. Como todo texto ficcionado, la autora de la obra literaria fabula y agrega, resta y transforma, pero el punto de partida de la historia es real: los amores entre la poetisa norteamericana Elizabeth Bishop (Premio Pulitzer) y la arquitecta carioca Lota de Macedo Soares; una historia que abarca la década 1950-60, con el surgimiento y auge del bossa nova y la construcción de Brasilia que, como sabemos ,sería la capital del país justamente a partir de irrumpir en la sexta década del pasado siglo.
Las mujeres se aman desterrando la relación ya rutinaria que tenían la arquitecta y su amiga Mary, quien de todos modos acepta continuar al menos la amistad si su antigua pareja le procura una hija adoptiva; avanza el romance de dos artistas que se expresan mediante las letras o la construcción en el espacio, pero el alcohol en Elizabeth y el exceso de trabajo de Lota —comprometida con el nuevo gobierno en la creación de un parque fuera de lo común— comienzan a amenazarlo.
El filme no signa la rareza de la relación en su orientación lésbica; como ha señalado más de un colega en otros países, esto es apenas un detalle, como también las barreras geográficas. Sin embargo, en esto último Barreto tiende a destacar los desencuentros entre el carácter norteamericano y el brasileño, comentado por la escritora en una infeliz intervención cenando con colegas de su amiga.
Asimismo, se detiene en la importancia de la poesía, del arte todo para condimentar la vida; para ello se apoya en una espléndida fotografía (Mauro Pinheiro) que acentúa tanto la preciosa naturaleza salvaje que enmarca la casa de campo donde viven las amantes, como la peculiar arquitectura que avanzaba con modernas tendencias en los contornos urbanos, algo que ha entendido y proyectado con precisión y conocimiento de causa la dirección de arte (José Joaquim Salles).
Junto a las variadas conclusiones que esta moderna tragedia deja en el ánimo del espectador, está la lección –que no moraleja- de que hay que cuidar el amor como una joya –esta vez sí– rara y preciada, sin permitir que factores de frustración personal, prioridades profesionales y otros obstáculos ajenos y externos a esa maravillosa fusión que hace que dos seres se tornen uno, den al traste no solo con la relación, sino hasta con la vida.
Los personajes han sido diseñados con variedad de matices, detentan gran riqueza sicológica y huyen de cualquier estereotipo o trazo maniqueo, pero poco sería tan esmerado diseño sin las actuaciones: esa grande de la escena brasileña que es Gloria Pires (O quatrilho, Primo Basilio…), quien, aunque parezca imposible, continúa superándose a sí misma, junto con la sensual y delicada Miranda Otto (El señor de los anillos) como la pareja, secundados por Tracy Middendorf asumiendo la desplazada mas siempre fiel Mary Morse, y un desempeño casi especial de Treat Williams, en la piel del crítico literario, amigo y consejero de la poetisa, Robert Lowell.
No nos asombrará si Flores raras, con Premio del Público nada menos que en la Berlinale, y seleccionado oficialmente al Festival de Tribeca, aparezca nominado por varias categorías dentro de los codiciados premios Oscar.