CRÍTICA



  • Mr. Kaplan, Quijote y Sancho
    Por Mathías Dávalos


    En 1997, el judío Jacobo Kaplan deambula en la tercera edad y está desmotivado. De niño, en 1937 debió abandonar a su familia y huir en soledad del nazismo invasor en Europa. Llegó en barco a Uruguay. Según indica el guion de Brechner (basado en la novela de Marcos Schwartz), a semejante proeza no le siguió algún otro momento para destacar en una vida de clase media que devino monótona, aunque se recuerda, a modo de introducción, que Winston Churchill y Abraham fueron llamados para ejecutar sus grandes misiones entrados en la tercera edad. La misión del señor Kaplan no es divina, aunque es claramente quijotesca en su condición de picaresca (entre el desengaño y el realismo) y por el rasgo delirante de su personaje central destinado a la aventura.

    En las costas uruguayas vive un huraño veterano alemán, amante del mar al que apodan el “nazi” (Rolf Becker), quien según Jacobo (Héctor Noguera) es un ex represor nazi que huyó de Alemania rumbo a América una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, a la manera del criminal Adolf Eichman. El plan es atraparlo y llevarlo a Israel para que sea juzgado. Pero para que la empresa sea quijotesca del todo debe haber otra característica: la inclusión de un escudero, un compañero de andanzas del caballero. Wilson Contreras (Néstor Guzzini), ex policía desencantado y separado de su esposa y sus hijos que pasa sus días jugando al flipper y tomando cerveza. Un inmejorable Sancho Panza. Uno de los puntos altos de la película es la calidad y expresividad de Guzzini como actor de comedia.

    En el segundo film de Brechner, Mr. Kaplan,  —tras la celebrada Mal día para pescar (2009), basada en el cuento “Jacob y el otro” de Juan Carlos Onetti— vuelve a estar presente el talento al narrar desde una supuesta historia mínima. Los mayores aciertos del guion son el desarrollo de la aventura (el caballero delirante que dicta el camino y el escudero realista y dubitativo aunque siempre fiel en la marcha), y la relación del viejo Jacobo con su familia, o, más precisamente, con su nieta Lottie (Nuria Fló, de gran actuación), el vínculo que más lo define y que supera por sí mismo la mera anécdota del relato central.

    En relación con lo visual, Brechner expone su talento detrás de la cámara en varios momentos del film. Tres ejemplos: la escena en la que Jacobo se duerme en la playa bajo el rayo del sol mientras sueña acompañado por la música de los Beach Boys desde una radio portátil; el manejo del flashback (visual y del guion) que define la historia de Wilson; la recreación de los años 90 en Uruguay (la vestimenta, el chivito a 70 pesos en el bar, la cerveza Doble Uruguaya). La fotografía de Álvaro Gutiérrez se acopla en la narración y es reveladora en los planos generales de Brechner de las playas de la costa uruguaya como asimismo en los primeros planos y planos medios bajo los tubo luz del pool donde Wilson pasa las noches junto al flipper y la cerveza.

    Brechner vuelve a realizar una película íntima que se sirve de la comedia y de la tragedia por igual. El eje dramático, la composición de los personajes y sus aperturas trascienden un conflicto cardinal, signado por la aventura y por la vejez. Como narrador, Brechner marcha con ingenio, como alguna vez lo supo hacer a su manera un tal Miguel de Cervantes.


    (Fuente: Accu.org.uy)


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