CRÍTICA



  • Matar a un hombre, la violencia sin espectáculo

    ¿Qué tan difícil es matar a un hombre? ¿Qué tan complejo puede ser para una persona normal planificar y cometer un asesinato para proteger a su familia? Esta pregunta no es nueva en la ficción, la literatura y el cine se han ocupado de ella antes, pero la más reciente película de Alejandro Fernández Almendras (Matar a un hombre) actualiza el problema y le da una vuelta al situarlo en la vida de un chileno común, de provincia, bien intencionado y con poca vocación de héroe.

    La película está inspirada en un caso policial ocurrido hace algunos años y narra la difícil situación de una familia que es acosada por un maleante del barrio. Este hombre estuvo en la cárcel un par de años, a partir de la denuncia de una balacera que casi mata al hijo mayor de ésta. Al salir, el criminal se dedica a amenazar y violentar a cada uno de los miembros de la familia y ante la desprotección que sienten por la nula respuesta de la policía a estas nuevas denuncias, el padre decide asesinar a este hombre.

    El recorrido de este sujeto desesperado ante la imposibilidad de proteger a los suyos lo lleva a conocer sus propios límites y enfrenta al espectador a una violencia sin espectáculo, en donde se hace visible la crueldad y el absurdo del ejercicio de acabar con la vida de otro. La manera en que esta película está filmada es extremadamente realista. El trabajo de cámara e iluminación otorgan lo justo para poder situarse en el contexto cotidiano en donde se desarrolla la acción, no hay elementos que suavicen la brutalidad de las escenas, ni hay intenciones de darle glamour o espectacularizar los eventos. El protagonista no es un héroe de acción, no es un profesional de la muerte, ni nada parecido, y es ese elemento lo que hace a la película a la vez conmovedora y devastadora.

    Alejandro Fernández Almendras es un director que ha logrado ser coherente con su visión e ir, al mismo tiempo, haciéndola cada vez más accesible al público. Desde su primera película Huacho (2009) quedó en evidencia un interés por la observación de lo cotidiano, de la vida fuera de Santiago y un preciso ojo estético que permite reconocer lo particular del devenir diario de provincia sin volverlo cliché. Su segundo largometraje Sentados frente al fuego (2011) invita al espectador a entrar en el duelo de un hombre que está perdiendo a su mujer enferma, de manera emocionante, dulce y agraz, pero sin caer en excesos melodramáticos. Con Matar a un hombre, el director se mueve hacia el policial haciendo uso de los recursos propios del género, pero otorgándole una originalidad que resulta de su capacidad de reconocer en el aporte de lo idiosincrático de nuestro carácter y nuestro paisaje, otorgándole una nueva mirada a este tipo de narración.

    Matar a un hombre es un filme notable, que produce empatía e impotencia, que mantiene al espectador atento e inquieto, ante la pregunta constante ¿Qué haría yo si esa fuera mi familia? ¿Qué haría yo si fuese mi vida la que veo en pantalla? Crear esa conexión no es una obviedad y se reconoce el mérito del buen uso del ejercicio cinematográfico para lograrlo.


    (Fuente: Antonella Estevez)


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