CRÍTICA



  • La emboscada, sorpresiva y memorable
    Por Joel del Río


    A pesar de su rápido paso por nuestras carteleras, bajo la presión del Festival de Cine Francés —que ocupa la mayor parte de las salas capitalinas—, y el estreno de Vuelos prohibidos, el filme cubano La emboscada, segundo largometraje de ficción dirigido por Alejandro Gil (La pared), merece el acercamiento por parte de todos los interesados en las dinámicas del cine nacional, en tanto representa un giro sustancial en el audiovisual de sesgo histórico e inclinación bélica hecho en la isla.

    Estamos ante una obra que se distancia del tono épico, ennoblecedor, con héroes concebidos en un solo y positivo trazo, dentro de una retórica rimbombante, e igual de aburrida y elemental.

    Desde sus primeras escenas, ambientadas en medio de una contienda imprecisa, con enemigo desconocido, en un país sin nombre y una fecha indeterminada, se percibe el primer gran tema del realizador y los guionistas (Ernesto Daranas y Ania Molina): quienes toman parte en la guerra son víctimas, siempre, y las secuelas de destrucción en todos los sentidos alcanza a más de una generación.

    También en las primeras secuencias se adelanta lo que parece el segundo gran tema: las abismales diferencias de apreciación entre padres e hijos, el contraste conflictivo entre quienes construyen dando órdenes y los que también construyen, pero cuestionan, y se cansan de acatar, y necesitan no solo continuar la obra de sus mayores sino participar en el diseño del futuro.

    El complicado guion, contado en tres tiempos (antes, durante y después de la guerra) y la edición a veces demasiado fragmentaria, inserta con mayor coherencia los fragmentos del pasado que los del porvenir, y en ocasiones se fuerzan paralelos que aportan poco dramáticamente, y aflojan un tanto el impacto emocional de la historia. Básicamente hay una primera sección, más bélica, y una segunda mitad donde a ratos se percibe un exceso de verbalismo y de subrayado en conflictos cuya obviedad redunda, y solo conduce a realzar los tintes trágicos de personajes cuya victimización había quedado suficientemente clara.

    Sin embargo, a pesar de sus excesos en la vertiente del melodrama filial (relaciones disfuncionales y sufrientes en dos de las tres familias mostradas) y de algún desorden narrativo en cuanto a la fijación de las épocas, y lo que pasó antes o después, La emboscada sorprende en su autenticidad de herida abierta y examen de conciencia. Alejandro Gil y su eficaz equipo de colaboradores se agenciaron méritos innegables como la identificación casi segura del público con los cuatro personajes principales, porque son gente con errores y virtudes.

    Y si uno cree en estos personajes, en su autenticidad y falible espíritu humano, el milagro se debe sobre todo a las soberbias interpretaciones de Patricio Wood, Armando Gómez, Tomás Cao y Caleb Casas, quienes integran uno de los cuadros histriónicos más memorables vistos en el cine cubano reciente. Particularmente Tomás Cao y Caleb Casas entregan en La emboscada los mejores desempeños de sus carreras; sus bien defendidos personajes soportan en gran medida la efectividad emotiva de esta película seria, profesional, que convence porque conmueve, o más bien conmueve porque convence.

    Entre las virtudes también se cuenta el vigor del guion, para enlazar pasado, presente y futuro de los personajes (y de la nación toda); la eficacia del sonido, particularmente a la hora de sorprender al espectador con el estruendo y los silbidos de la contienda; junto con el notable ejercicio de la cámara subjetiva y los planos de acompañamiento, aunque deba señalarse un cierto abuso de perspectivas cenitales no siempre explicables ni coherentes.

    En la misma saga de La delgada línea roja pero distante de El rescate del soldado Ryan, más cerca del panorama caótico y deplorable que presenta Ven y mira que de la claridad épico-expositiva impuesta por decenas de otros filmes soviéticos y hasta cubanos, norteamericanos o de cualquier otra nacionalidad, el nuevo y muy reciente estreno del ICAIC intenta reforzar la certeza de que todas las guerras significan desunión, espanto, derrota y pérdida.

    Queda a la memoria, el sentido común y la inteligencia de cada espectador cubano compartir estas tribulaciones o distanciarse de ellas, alegando tal vez pesimismo y parcialidad en tanto esta producción potencia la frustración y el naufragio como sentimientos dominantes. Pero nunca bastará con estar a favor o en contra de este filme, de tal idea o sugerencia. Estamos en tiempos de argumentación serena, polémica razonadora y profunda. Esta película lo merece.


    (Fuente: Juventud Rebelde)


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