CRÍTICA



  • El abrazo de la serpiente, un imponente film de Ciro Guerra

    El filme El abrazo de la serpiente, del colombiano Ciro Guerra, se convirtió en la primera cinta latinoamericana en ingresar en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Mar del Plata, que hoy tuvo una jornada con marcado acento regional, ya que en segundo pase de las películas que pelean por el Astor de Oro se vio el documental brasileño “O Futebol”, de Sergio Oksman.

    Imponente, filmada en blanco y negro para asemejar su imagen a las de las fotografías de los investigadores de la primera mitad del siglo XX, “El abrazo de la serpiente” es un viaje al interior del Amazonas, su gente y su historia, con el fondo omnipresente de la destrucción capitalista a partir de la explotación del caucho y el genocidio de las culturas originarias pero sin detenerse en la denuncia sino invitando al relato.

    El filme, que ganó este año el Art Cinema con que se distingue a la mejor película de la prestigiosa sección La Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, está basado en los libros de viajes que hicieron por la región de la Amazonia colombiana dos investigadores: el etnólogo alemán Theodor Koch Grunberg, que visitó la zona entre 1901 y 1903 en un viaje de investigación y que dejó su libro “Dos años entre los indios”; y el biólogo norteamericano Richard Evans Schultes -la máxima eminencia en el estudio de los efectos medicinales de las plantas alucinógenas del Amazonas- entre las décadas del 40 y el 50 y que escribió “El bejuco del alma: Los médicos tradicionales de la Amazonía colombiana, sus plantas y rituales”.

    Sobre estos relatos de viajes Guerra elaboró su propio recorrido en el que aparecen los dos investigadores como protagonistas, ambos unidos por un chamán que oficia de maestro con 40 años de distancia y es el que viene a descubrir la Amazonía profunda para ellos y para los espectadores.

    Tributaria de filmes como Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, y de Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo, a diferencia de los filmes de Herzog, donde los habitantes originarios del lugar son apenas un decorado o un fondo, en este caso asumen protagonismo, son actores principales y llevan adelante el peso de la película y el relato sobre el lugar.

    La anécdota no es complicada y sirve para ponernos en viaje: al lugar donde vive un chamán en medio de la Amazonia llega Koch Grunberg con un ayudante indígena pidiéndole ir en búsqueda de una planta sagrada que es la única que puede salvarlo de una enfermedad que lo consume; cuarenta años más tarde un biólogo norteamericano llega al mismo lugar en busca de la misma planta basado en los informes que de ella dejó escritos el etnólogo alemán fallecido y el viaje se reinicia.

    Son dos recorridos en paralelo y alternados que se dan en distintas épocas por los mismos lugares que sirven de excusa para internarse en el Amazonas y si bien algún exceso se vislumbra en el viaje, como la vuelta a una violenta misión capuchina que es demasiado parecida al reino de Kurtz en Apocalypse, vale la pena internarse y dejarse arrastrar por el relato de Guerra.

    Excelente el actor belga Jan Bijvoet en el papel del científico alemán y correcto Brionne Davis como el biólogo estadounidense, el chamán es jugado por dos actores no profesionales de la Amazonía, Nibio Torres, de la etnia Cubeo, compone al joven y Antonio Bolívar (presente en Mar del Plata y de la etnia casi desaparecida Witoto) al chamán maduro; además de que Yauenku Migue hace del ayudante de Koch Grunberg.

    Las plantas alucinógenas, los modos de vida de los pobladores originarios, la destrucción de culturas por la guerra genocida del caucho, algún guiño a la psicodelia de los 60 que redescubre la región desde un nuevo ángulo y un viaje sensorial por una reconstruida Amazonia hipnótica son elementos que se descubren en la tercera película de Guerra y que pesan como experiencia cinematográfica.


    (Fuente: Telam.com.ar)


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