CRÍTICA



  • La memoria del agua, hermosa desesperanza
    Por Edurne Sarriegui


    La memoria del agua es la última realización del chileno Matías Bize, y ahora, después de su exitoso lanzamiento en Chile, llega a salas de la vecina Argentina. El autor de las premiadas En la cama (2005) y La vida de los peces (2010) vuelve a llevar a la pantalla una historia más sobre las relaciones de pareja, tratándose esta vez  de un profundo drama o melodrama. Esta coproducción chilena, española, argentina y alemana resulta un film profundamente emocional sobre el dolor y la aflicción.

    La película comienza cuando Javier (Benjamín Vicuña) y Amanda (Elena Anaya) se separan, agobiados por la pena que les causa la pérdida de su pequeño hijo Pedro. Cada uno de ellos vive su duelo de manera diferente: mientras Javier trata de sobreponerse mirando hacia el futuro y centrándose en el amor que se tienen, Amanda lo vive de manera más visceral y no entiende la aparente frialdad de Javier. Esta diferencia resulta insoportable para la mujer que decide irse y su marido le deja hacer.

    El guion, coescrito por el realizador y Julio Rojas, presenta de esta manera y de entrada dos situaciones tarumáticas que duplican la pérdida de los protagonistas: el hijo y la pareja. Sigue a ambos en su camino tratando de reconstruir sus vidas por separado: ella formando una nueva pareja con un exnovio y él abocándose a su trabajo. Parece que el amor que se tienen no alcanza para seguir juntos.

    Matías Bize hace girar el film en torno a los dos puntos de vista de ambos casi exclusivamente. Evita todas las referencias al pasado y a la vida familiar que llevaban antes de la tragedia que se llevó a su hijo. Apenas hay personajes secundarios y los que aparecen no tienen mayor peso en la narración. Dosifica la información y la entrega poco a poco. Se concentra en las emociones a flor de piel de ambos y a través de primerísimos planos contacta con el espectador dejando de lado todo lo que puede llegar a ocurrir alrededor de los protagonistas.

    Si bien no cae en la actitud morbosa de mostrar la muerte del hijo, la insistencia por mostrar las emociones descarnadas juega en contra. Pierde naturalidad y se nota cierto empaque en los diálogos. Esa redundancia y la sensación de que no pueden salir de su ensimismamiento en el dolor - particularmente por el lado de la mujer- provocan cierto riesgo de alejar al espectador.  

    La memoria del agua aumenta su intensidad a medida que avanza el film. Del dolor contenido pasa al melodrama de sus últimas escenas y deja finalmente en la audiencia la nota amarga de la desesperanza.


    (Fuente: NOTICINE.com)


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